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La academia afgana bajo los talibanes. Parte 2
Marion Lloyd
Campus Milenio Núm. 916, pp. [2021-09-16]
 

Unas cortinas grises dividen el salón de clases en la Universidad de Avicena, en Kabul. Separan a las mujeres, vestidas de chador y con solo la cara descubierta, de los hombres, en su tradicional salwaar kameez. Las imágenes, tomadas la semana pasada durante el regreso a clases en la capital afgana, dieron la vuelta al mundo a través de las redes sociales, provocando una mezcla de indignación y alivio. La razón: muestran el probable futuro de la educación superior afgana bajo el régimen ultra islamista de los talibanes.

El grupo, que retomó el control del país el 15 de agosto tras la retirada del ejército estadounidense, ha declarado que las mujeres pueden seguir estudiando. Sin embargo, también ha instruido a las universidades a mantener una estricta separación entre hombres y mujeres. La segregación incluye a los profesores, pues solo las mujeres y los hombres “viejos y fuera de sospecha” tendrán permitido enseñar a estudiantes femeninas, según el reciente anuncio del Ministerio de Educación.

Las nuevas reglas fueron propuestas por la Unión de Universidades, que representa a las 131 universidades del país, con tal de asegurar la continuación de las mujeres en la educación superior. De acuerdo con la propuesta, aceptada por los talibanes, habrá entradas separadas para estudiantes de distinto sexo, así como áreas de rezo designadas para hombres y mujeres. Solo se permitirán clases mixtas en caso de que haya menos de 15 alumnos, y estarán divididas por cortinas, mientras que todas las clases nuevas serán unisex, según la BBC.

Para los críticos, incluyendo a muchas académicas y alumnas, las nuevas reglas representan un gran retroceso para la equidad de género y la libertad académica —sin mencionar la pérdida de autonomía universitaria—. Se teme que la segregación será solo el primer paso para excluir a las mujeres de los espacios universitarios. No obstante, para otros, las medidas señalan una posible apertura por parte de la milicia islamista al reconocer, como mínimo, el derecho de las mujeres a asistir a la universidad.

La última vez que la milicia gobernó el país, entre 1995 y 2001, se prohibió a las mujeres mayores de ocho años asistir a la escuela o trabajar, citando una interpretación ultraconservadora de la ley islámica, o sharía. Sin embargo, el nuevo gobierno ha buscado dar un imagen más tolerante e inclusiva, empezando por permitir —por lo menos en el discurso— el acceso de las mujeres a todos los niveles del sistema educativo.

En juego están 20 años de enorme expansión y avances en la educación superior afgana, sobre todo para las mujeres. A partir de la invasión estadounidense en 2001, la comunidad internacional invirtió cientos de millones de dólares para crear nuevas universidades en el país y en apoyar el acceso de las mujeres a través de becas en las instituciones. Para finales de la década pasada, las mujeres representaban 28 por ciento de los 170 mil estudiantes universitarios y uno de cada ocho profesores en el país, según la BBC. A su vez, se abrieron docenas de universidades privadas, como la Universidad de Avicena, que llegó a tener más de 7 mil alumnos en programas de licenciatura y maestría, según la página institucional de la universidad.

El éxodo de la academia afgana

No obstante, cuando las universidades afganas retomaron clases el 6 de septiembre, los salones estaban casi vacíos. El director de la Universidad Gharjistán, en Kabul, le dijo a la revista TRT World que solo entre 10 y 20 por ciento de los mil estudiantes inscritos había acudido a la universidad. Él estimó que alrededor del 30 por ciento de los alumnos había dejado el país a partir de la toma de poder de los talibanes, y que la institución será obligada a cerrar. A su vez, muchos estudiantes no pueden pagar las colegiaturas en las universidades privadas debido a la crisis económica ocasionada por el congelamiento de miles de millones de dólares en apoyos internacionales.

También ha habido un éxodo masivo de académicos en las últimas semanas. Mientras que algunos se subieron a los vuelos militares desde el aeropuerto de Kabul, otros se esconden en casas de familiares o amigos, en espera de una oportunidad para salir del país. Muchos de ellos temen por sus vidas, por haber colaborado con la ocupación estadounidense o simplemente por sus temas de trabajo. Por ejemplo, un profesor de cirugía reconstructiva de la Universidad de Herat ha recibido amenazas de muerte por realizar reconstrucción facial para víctimas de minas antipersonal, ya que los talibanes prohíben la cirugía plástica. Otra profesora de psicología teme por su vida después de promover los derechos de las mujeres y la salud mental, según University World News. Y la lista sigue.

La organización Académicos en Riesgo (Scholars at Risk o SAR, por sus siglas en inglés), con sede en la Universidad de Nueva York, ha recibido más de 600 solicitudes de académicos y miembros de la sociedad civil que buscan su ayuda para conseguir asilo y trabajo en otros países. El grupo, que cuenta con presencia en más de 40 países, reporta que más de 200 universidades se han comprometido a recibir académicos y activistas afganas, según la revista Nature. Sin embargo, la organización estima que habrá una demanda de mil posiciones académicas en todo el mundo, aumentando los miedos de una fuga de cerebros del país asiático.

Entre quienes han logrado salir del país se encuentran cinco integrantes del equipo femenil de robótica, que llegaron a México el 24 de agosto. Las mujeres, que contaron con el apoyo del gobierno mexicano y de varias organizaciones internacionales, son ganadoras de un premio internacional en Estados Unidos. También han destacado por crear ventiladores para ayudar a pacientes con covid-19, según la revista Forbes México. Sin embargo, temían por su futuro si se quedaban en Afganistán bajo el régimen talibán.

Otro grupo particularmente vulnerable es el de los profesores, estudiantes y egresados de la Universidad Americana de Kabul, una institución creada en 2006 con subsidios del gobierno estadounidense. A finales de agosto, soldados talibanes ocuparon el campus principal de la universidad y se llevaron todo el equipo de cómputo y de laboratorio que quedaba después de la huida del personal, según University World News. Días antes, oficiales de la universidad desmantelaron la página web institucional y quemaron los servidores y todos los documentos oficiales, incluyendo las listas de profesores y estudiantes, para que no pudieran ser identificados por los talibanes.

El doble discurso

Tales miedos no son infundados. El nuevo discurso más moderado de los líderes choca con la realidad en las calles, en donde soldados talibanes han disparado contra manifestantes y golpeado brutalmente a periodistas. La semana pasada, circularon fotos de dos reporteros en las redes sociales con hematomas y marcas de latigazos en la espalda después de que cubrieron una protesta antigubernamental en Kabul.

También hay indicios de que el nuevo gobierno busca ejercer aún más control sobre las universidades, como el hecho de instalar a su propio rector en la Universidad de Paktia, una institución pública fundada durante la ocupación estadounidense. El nuevo rector, que cuenta con una licenciatura en la ley sharía, reemplaza al anterior canciller, quien contaba con un doctorado en ciencias de la tierra. El gobierno anunció que el nuevo rector también estará a cargo de monitorear a todas las escuelas y universidades en la provincia de Paktia, en el oriente del país.

Asimismo, el régimen ha enviado mensajes mixtos acerca del acceso de las mujeres a la educación superior. El 17 de agosto, el vocero talibán Zabihullah Muhahid declaró en una conferencia de prensa que su gobierno respetará los derechos de las mujeres. Sin embargo, una semana después el grupo ordenó a mujeres en la ciudad de Herat, incluyendo a profesoras universitarias, a quedarse en sus casas hasta nuevo aviso, según University World News.

Tales contradicciones, así como las nuevas reglas para la segregación de clases universitarias, solo han aumentado el clima de miedo y la incertidumbre entre la academia afgana. “Poner cortinas no es aceptable,” le dijo a Reuters Anjila, una estudiante de 21 años de la Universidad de Kabul después de encontrar su salón de clases dividido en dos. “Me sentí realmente terrible cuando entré al aula —continuó—. Poco a poco, estamos regresando a como estamos hace 20 años”.

Déjà vú

Después de haber conocido la vida bajo los talibanes hace 23 años, no desearía ese futuro para Afganistán. Ni mucho menos para sus mujeres. Entre las historias que más me impactaron como periodista fue la de una neurocirujana que conocí en una clínica psiquiátrica en Kabul. Había sido admitida con una fuerte depresión. Me contó cómo, de un día para otro, tuvo que dejar de operar y de dar clases en una escuela de medicina. Ni podía salirse a la calle sin un acompañante hombre. “Es sencillo”, me dijo, “la vida sin un propósito ya no es vida”.


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