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El compromiso social, esencia de la Universidad
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 253 [2007-12-13]
 

Los profesores e investigadores nos interrogamos continuamente sobre la actividad que realizamos como universitarios. Actualmente, lo hacemos sintiéndonos inmersos en una confrontación de orientaciones sobre lo que se desea de las universidades y en medio de un debate sobre los factores que influyen para que se reconozca la calidad de las instituciones.

Las políticas educativas operadas desde fines del siglo pasado introdujeron la cultura de la evaluación. Y con ella organismos y mecanismos para llevarla a cabo. La evaluación se sustenta en un sistema de acreditación de programas educativos y en la valoración de la actividad académica y las características de los académicos. Está vinculada a una noción de calidad y a la rendición de cuentas. Orienta la construcción institucional al cumplimiento de indicadores, cuya medición es anual por razones de carácter presupuestal. Las mejores universidades se supone que reciben más recursos. ¿Y cuáles son las mejores? ¿Qué características tienen?

Entre las autoridades educativas se dice que las buenas universidades, las de mayor calidad, son las que tienen una "alta competitividad académica". Cuenta el egreso, las tutorías, la retención, la eficiencia terminal, el número de programas docentes, sobre el total, que han logrado el nivel 1 en los Comités Interinstitucionales de Evaluación de la Educación Superior. En consecuencia, se considera la proporción de alumnos de licenciatura que se encuentran inscritos en los programas de dicho nivel. Cuando la cifra rebasa 90 por ciento, la institución es de buena calidad.

También se analiza los programas de licenciatura aprobados por los organismos del Consejo para la Acreditación de la Educación Superior. Igualmente, la proporción de programas de posgrado reconocidos por su excelencia dentro del Padrón Nacional de Posgrados de Calidad.

Con respecto del personal académico, la evaluación oficial tiene en cuenta la proporción de la planta que tiene doctorado y maestría. Asimismo, la proporción de profesores que tienen perfil Promep, que cuentan con posgrado, son de tiempo completo, ejercen las funciones sustantivas, distribuyen de manera equilibrada su tiempo, etcétera. Sólo para dar una idea: una buena institución tiene alrededor de 25 por ciento de doctores en su cuerpo académico de tiempo completo. Se agrega la proporción de investigadores nacionales. Dentro de la investigación, el número de proyectos con apoyos externos y el monto de los recursos que reciben.

Finalmente, en infraestructura destacan en la evaluación la existencia de un sistema institucional bibliotecario, sus servicios y si hay acceso al acervo en línea. Asimismo, las capacidades computacionales, el número de computadoras en la institución y la cifra conectada a la red.

La enumeración anterior le muestra al lector lo que se evalúa. Tener altos o bajos niveles en los indicadores, según el caso, es sinónimo de calidad. Lo que está fuera del modelo no cuenta. Y no cuentan, o no cuentan tanto, otras actividades que son fundamentales para que las universidades públicas cumplan con su compromiso social. Por ejemplo, abrir las aulas a capas que buscan elevarse socialmente, la difusión de la cultura a través de las unidades de extensión, el significado en determinados entornos de tener acceso a exposiciones, música, teatro, danza, cine, etcétera.

Tampoco se presta atención a la vinculación y a proporcionar servicios a la comunidad mediante asesorías, análisis de problemas y estudios diagnósticos, cursos extramuros, continuos y a distancia, etcétera. El compromiso social de la universidad no se aprecia o se aprecia en segundo término, cuando debería estar ubicado en un primer plano, porque es esencia de nuestras universidades. A los académicos nos queda una serie de preguntas. ¿No es excesiva la evaluación? ¿No es tiempo de evaluar la evaluación y crear una que sea rigurosa y más simple para conducir al conjunto de universidades públicas? Para promover el reconocimiento, ¿no sería adecuado enfatizar la vinculación social, el desarrollo local, desde la universidad? ¿No sería relevante entender que la buena academia se apoya en planes de largo plazo? ¿Revertir el deterioro de las condiciones de trabajo de los académicos para elevar su desempeño? ¿Abrir oportunidades a las nuevas generaciones en plazas de tiempo completo? ¿Hacer llegar las ideas y los resultados de investigación a un público general, más allá de la reducida esfera de los científicos? Muchos cuestionamientos y pocas respuestas en el viento. Necesitamos seguir debatiendo sobre la evaluación para que se imponga un sistema más racional al que tenemos.


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