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No podemos seguir como estamos
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 265 [2008-03-27]
 

La universidad es en la actualidad una institución necesaria y deseada. Para que las sociedades se desarrollen y enlacen a través del conocimiento. Para educar a más personas a lo largo de su vida. Hoy no se puede estar separado de la universidad porque ello implica reducir el acceso al conocimiento y quedar fuera de un ámbito cultural de primera importancia. Frente a una demanda cada vez mayor, la universidad va adquiriendo responsabilidades nuevas cuyo desahogo le abre posibilidades para seguir adelante.

En un mundo global, con demandas nacionales y locales, en medio de una multiplicación de demandantes, de un Estado que insiste en seguir siendo mal evaluador y de las lógicas de mercado, necesitamos crear ideas para ubicar y desarrollar a nuestras universidades públicas, en este país, en el siglo XXI.

Insisto en que la universidad de nuestros días requiere una organización abierta y flexible que le permita conectarse de manera más estrecha con la sociedad. Hay que resignificar la idea de vinculación: con instituciones, grupos académicos, organizaciones sociales, con el sector público y el privado. Los universitarios necesitamos un tejido más denso con el entorno social mediante el cual las casas de estudio sean mejor comprendidas para que se les otorgue el justo valor a sus funciones. Y en esta tarea es indispensable que nos aliemos a otras universidades para potenciar la producción y distribución de conocimientos.

Considero que estamos en un momento de coyuntura para darle un giro a la universidad pública. Para romper inercias, actitudes y comportamientos que ponen límites a la acción de la universidad. Empezando por la idea de competencia que se maneja. Entre las universidades no hay relación de la calidad y la cantidad con los recursos económicos que reciben. Simplemente las políticas que se aplican no permiten que haya finanzas sanas. No podemos seguir como estamos, ni podemos seguir conduciendo la política educativa a través de mecanismos de control, con visiones restringidas, que vuelven rígidas a las estructuras que enmarcan la acción universitaria.

La lógica de la competencia a través del llenado de indicadores para elevar el presupuesto, de la obtención de puntos para ganar un ingreso decoroso, está agotada o a punto de agotarse. Frena el avance del trabajo de profesores e investigadores. El control y el individualismo académico no tienen sentido. Impiden la colaboración y la cooperación como valores fundamentales del quehacer académico y de la comunicación del conocimiento a la sociedad.

Para vincularse más con la sociedad hay que fortalecerse internamente. Y la política de evaluación aplicada no lo permite. Por ejemplo, no asesoramos a los estudiantes porque nos quita tiempo para hacer otras actividades que sí dan puntos. A la inversa, hay quienes dictan diez cursos, asesoran veinte tesis, al mismo tiempo, y publican en exceso. Hacen tanto, simulan tan bien, que rebasan artificialmente los indicadores de evaluación. La falta de tiempo, por tener que acumular puntos, ha implicado en varias ocasiones que los académicos de una institución no colaboren con los de otra para abrir programas de posgrado. Que se cancelen oportunidades de intercambio de ideas sobre resultados de investigación.

En este régimen, la mayor parte del tiempo hay que invertirla en producir papers, que no se pueden publicar en revistas del padrón porque son muy pocas y están copadas. Al final, un producto del trabajo, aunque sea bueno, puede no dar puntos. ¿Cómo consigue un académico que la institución en la que trabaja le publique su libro, ya dictaminado, si ésta no cuenta con dinero suficiente? ¿Cuántas buenas investigaciones se quedan guardadas sin publicar? ¿Cuántas obras publicadas se quedan en el almacén?

En este contexto, es absurdo que en la academia no se valore el conocimiento que se difunde a través de los medios impresos. Se trata de una de las formas más eficaces de vincularse a la sociedad, porque genera opinión pública. Además, la participación de los académicos en los medios produce visibilidad institucional y prestigio social a los centros educativos. Es un contrasentido que los instrumentos de evaluación no consideren el valor de esta actividad; va contra las tendencias de la sociedad del conocimiento y el carácter público de las universidades.

Como vamos no podemos fortalecernos. Con desaciertos, políticas ineficaces, falta de recursos, una competencia insana y académicos convertidos en verdugos de sus propios colegas, no avanzaremos. El país necesita buenas universidades públicas más vinculadas a la sociedad. Por eso, no es ocioso discutir cómo comprendemos a la universidad de nuestros tiempos, qué suerte le puede esperar en el entorno social que emerge y cómo quitarnos de encima un sistema de evaluación que ha tenido efectos perversos.


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