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Acerca del Programa Nacional de Juventud 2008-2012
María Herlinda Suárez Zozaya
Campus Milenio Núm 278 [2008-06-26]
 

La semana pasada, el presidente Felipe Calderón presentó el Programa Nacional de Juventud 2008-2012. La acción no es banal, pues representa el marco en que se circunscriben los compromisos de su gobierno en materia de juventud.

Mucho se puede criticar al programa. Respecto de la metodología hay aspectos muy poco cuidados; no se necesita tener grandes conocimientos de estadística para caer en cuenta que los indicadores utilizados escasamente tienen relación con las inferencias y problemáticas que se presentan y "con todo y que se menciona que el Instituto Mexicano de la Juventud (IMJ) realizó foros estatales de consulta ciudadana" contaron con la participación de representantes de gobierno, académicos, jóvenes y organizaciones de la sociedad civil, lo cierto es que el resultado no lo muestra.

En lo referente a educación, la visión es monolítica, tradicional y poco emparentada con los problemas y anhelos que tiene hoy la juventud mexicana, lo que por cierto nos hemos cansado de repetir los investigadores y promotores de juventud y, por supuesto, los propios jóvenes.

Contempla el programa la gestión de seis objetivos; entre ellos, el tercero se refiere al acceso y permanencia en la educación. Está bien que se entienda que en materia de políticas públicas de juventud la educación debe ocupar un lugar central. Justamente por esto es muy preocupante la visión restringida e instrumental de la que parte el programa, el cual, según se menciona, fue elaborado tomando como punto de partida la Visión México 2030.

No cabe duda de que lo que se está proyectando para el país es que el mercado regule todas las actividades de la vida nacional. Para cumplir este deseo se busca disciplinar a los jóvenes según los requerimientos de la economía, y la educación se convierte en un tema de inversión y producto.

Talvez haya sido sólo un "decir", pero parece "acto fallido", que la secretaria de Educación se haya referido a los efectos del bono demográfico en términos de sufrimiento. Y no podría ser de otra manera cuando, por lo que se lee, a los funcionarios gubernamentales lo que les preocupa es meter y mantener a los jóvenes en el redil de la escuela. Evidentemente cuanto más jóvenes haya, más sufrirá la secretaria por no poder resolver su preocupación.

En el programa, el objetivo educativo se presenta desglosado en cuatro puntos: introducción, marco jurídico nacional e internacional, diagnóstico y estrategias y líneas de acción en materia de educación.

Respecto de este punto se contempla: 1) impulsar la reintegración de las y los jóvenes al Sistema Educativo Nacional; 2) promover una educación para prevenir conductas de riesgo, la no discriminación y la no violencia, e incorporar a las y los jóvenes al mercado laboral de manera efectiva y, 3) promover el acceso y desarrollo de habilidades y competencias de las y los jóvenes en el uso de la tecnología, la información y el conocimiento. Eso es todo.

Coincidirá conmigo el lector que el programa muestra una pobre visión en materia educativa. Además, las acciones que se derivan se restringen a llevar registros, evaluaciones, seguimientos, apoyar la educación abierta y a distancia, realizar campañas, a vincular el sistema educativo con el productivo, y a impulsar centros de acceso público de las tecnologías de la información y del conocimiento.

Según parece, las autoridades del IMJ no se han dado cuenta que la deserción escolar de los jóvenes mexicanos no se resolverá tomando acciones administrativas y de incremento en la cobertura, pues su esencia es la insatisfacción: sus maestros les parecen mediocres, no se sienten acogidos por la escuela ni les hacen sentido sus trasmisiones, pero no sólo porque no les parecen útiles para el mercado de trabajo sino, sobre todo, por la enorme brecha que hay entre cultura escolar y culturas juveniles.

Hace mucho que investigaciones serias han mostrado que con la deserción escolar los jóvenes están rebelando su sensación de no sentirse respetados, de saberse empujados a un espacio mercantil, carente de sentidos. Ésos los daba antes la escuela que significaba la educación como un bien público; pero ahora a la educación se le representa a manera de necesidad: los jóvenes que puedan habrán de comprarla y los que no recibirán dádivas.

Éste es el sentido del programa: hoy todos los jóvenes deben asistir a la escuela pero no en aras de que sean parte de un proyecto común, de un proyecto nacional; el objetivo educativo que actualmente se promueve es competir, cuando no sólo la sobrevivencia.

Si a esto se suma la exhortación de Calderón a los jóvenes, en cuanto a que deben ver hacia el futuro, pues "ya México padeció mucho a quienes enclavados y enquistados en la mirada hacia atrás son incapaces de mirar hacia adelante", se infiere que el programa se encamina a romper las tramas de unidad generacional que la educación generaba a través de su inserción en un proyecto nacional. Apartar a los jóvenes de la reflexión del pasado implica generar una conducta sumisa al poder y al orden establecido.

La convocatoria a la pérdida del horizonte histórico no es otra cosa que la invitación a mermar la identificación y el reconocimiento con el propio país. Si los gobernantes escucharan en realidad lo que dicen los jóvenes mexicanos sabrían que lo que piden no es que se le dé solución económica a sus vidas.

En cambio, lo que sí quieren es ser parte de un país en el cual se pueda vivir dignamente, lo que no se logra poniendo a disposición del mercado todos los recursos que tiene México, incluyendo la educación y sus jóvenes. Urge que la política pública en materia de juventud tome en cuenta esto.


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