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El 68 desde fuera
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 281, pp.7 [2008-07-17]
 

Para escribir estas líneas fue necesario, como dice el lugar común, “hurgar en el baúl de los recuerdos” y recuperar aquellas remembranzas de los tiempos en que era un adolescente. En ese año cursaba el segundo grado de secundaria y mi formación política era poco menos que nula. Lo único que me mantenía más o menos enterado de lo que ocurría en el país y en el mundo era la lectura de los periódicos. No recuerdo con precisión cuál era el que leía con más asiduidad. Pero de esa manera me había enterado, de modo muy general, de los acontecimientos del Mayo francés. Sin embargo, mi atención y la de casi todos los que conocía era la celebración—por primera vez en América Latina y en un país no desarrollado—de los XIX Juegos Olímpicos. Me acuerdo que todo mundo hablaba de eso y de la Olimpíada Cultural. Proliferaba en la mayor parte de las bardas de la ciudad, el lema que el gobierno mexicano había dado a tan importante acontecimiento: “Todo es posible en la paz”, escrito con letras blancas, junto al símbolo de la paloma de albo color.

Algo había leído y escuchado en las calles: que se había desatado un conflicto estudiantil, motivado por la represión de la policía—específicamente el denominado “cuerpo de granaderos”—a los estudiantes de la entonces Escuela Vocacional 5 del IPN (“la Voca 5”) y de la preparatoria particular Isaac Ochotorena, quienes habían tenido un pleito, de los tantos que ocurrían por alguna causa menor, tal vez porque los alumnos de una de esas escuelas habían molestado a las muchachas de la otra, y éstos habían ido a golpearse con ellos para “lavar el honor” de tal afrenta.

Recuerdo también que mi escuela, la Prevocacional 4, estaba ubicada en la Unidad Nonoalco-Tlatelolco, a poca distancia de la que después sería mundialmente conocida Plaza de las Tres Culturas. La “Prevo”, como la conocíamos coloquialmente, fue cerrada durante casi todos los meses que duró el conflicto, razón por la cual iba esporádicamente a preguntar cuándo sería reabierta.

Para tener algo en qué ocuparme durante ese periodo, conseguí trabajo como empleado en una tienda de artesanías en el mercado de San Juan, por los rumbos de la antigua XEW, muy cerca del centro de la ciudad.

Como es de suponerse, la mayor parte de los clientes eran turistas que habían venido a presenciar las competencias olímpicas. Así que, mi “contacto directo” con el conflicto estudiantil, además de lo que leía en los periódicos y oía en los noticieros, eran las ocasiones en que, caminando por las calles más céntricas de la ciudad, los transeúntes empezaban a correr cuando los policías perseguían a los grupos de estudiantes, gritando “ahí vienen los granaderos”.

Recuerdo también los camiones urbanos pintados con consignas estudiantiles, cuyos conductores a veces eran obligados a descender y conminados a borrar los letreros de sus unidades. Algunas de las “pintas” hacían referencia a la derogación de los artículos 145 y 145 bis, relativos al delito de “disolución social”. Otros decían “fuera Cueto y Mendiolea”, los dos jefes policíacos del entonces Departamento del Distrito Federal. Me acuerdo que después de lo ocurrido el 2 de octubre, el ejército tomó los planteles del IPN y de la Ciudad Universitaria.

De ello me di cuenta porque fui a ver los daños que había sufrido la entonces Vocacional 7, que estaba ubicada en la Plaza de las Tres Culturas, y se hallaba, como dije antes, a corta distancia de mi escuela.

No sé si por la edad o por la falta de información más fidedigna que la de los medios de difusión de la época, o por ambas cosas, en esos momentos no tenía idea de la magnitud de la represión que se había desatado contra el movimiento estudiantil.

Creo que mucha gente como yo, teníamos esa percepción y estábamos más interesados en lo que estaba ocurriendo alrededor de la llamada Fiesta Olímpica. Un episodio que rompió con el ceremonioso ritual de las premiaciones a los ganadores fue la protesta del puño cubierto por un guante negro de los atletas estadunidenses miembros del “Black Power”.

Sólo después de la “vuelta a clases” y de la información que se fue haciendo accesible para más gente, comencé a tener mayor conciencia de lo que había ocurrido. Más tarde aparecieron libros como La noche de Tlatelolco, Días de guardar y Los días y los años, que, entre otros, narraban y documentaban lo ocurrido el 2 de octubre.

No obstante, tuvieron que pasar muchos años y ser testigo más cercano de la realidad social y política del país para valorar la magnitud del significado y legado del movimiento en términos de su influencia en la vida democrática del país.

Esta conciencia fue tal vez más fuerte en los años en que realicé los estudios de licenciatura en la UNAM, durante la segunda mitad de los años setenta, una era de grandes movilizaciones sociales en el país y en América Latina. Fue la época de la “apertura democrática”, la constitución de los grandes sindicatos universitarios, la lucha de los electricistas, y los primeros cambios a los códigos electorales. También fueron los años del triunfo de Salvador Allende y la Unidad Popular, en Chile. Pero igualmente, del cruento golpe de Estado encabezado por el general Pinochet, que lo derrocó y causó el éxodo de muchos militantes y políticos.

Asimismo, fue el tiempo en que diversas juntas militares irrumpieron en los gobiernos de otras naciones latinoamericanas, como Brasil, Argentina, Uruguay y Bolivia.

A cuatro décadas de ocurrido, considero que el movimiento del 68 ha tenido grandes repercusiones inmediatas y mediatas en la vida política, social y cultural del país. Es por ello muy plausible que efemérides como la que se conmemora en este mes de julio contribuyan a seguir ahondando en su valoración histórica.


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