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1968-2008: rescate de la memoria
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 283, pp.10 [2008-07-31]
 

Recordar los hechos históricos nos permite analizarlos y valorarlos, darles su justa dimensión y, en lo posible, aprender de ellos. El recuento de lo ocurrido en el 68 es uno de los ejemplos más claros de esos propósitos. Mucho se ha escrito y se seguirá escribiendo acerca de sus consecuencias y legados. En estos días se han publicado varios reportajes con base en documentos que han sido desclasificados de los archivos de la policía y de la Secretaría de Gobernación, particularmente de lo que fue la Dirección Federal de Seguridad, de triste memoria para algunos luchadores sociales. Varios de esos materiales contienen las “pruebas” e interpretaciones que alimentaron la teoría de la “conjura comunista extranjera” que, a juicio del gobierno de ese entonces, se había preparado para sabotear la realización de los Juegos Olímpicos.

Un ejemplo muy relevante de lo anterior es la serie de artículos y reportajes publicados en el diario La Jornada, a partir de la semana pasada, escritos por el periodista Gustavo Castillo, en los que documenta los hechos más trascendentes de ese episodio histórico.

En este orden de cosas, también ha resultado muy valioso el esfuerzo realizado por varios colaboradores de este suplemento, al unirse a toda una amplia gama de personajes que han aportado —en muy diversas publicaciones— sus reflexiones para recordar y analizar los acontecimientos ocurridos hace ya cuatro décadas en torno al movimiento estudiantil de esos años.

Como es sabido, fue precisamente en el mes de julio cuando ocurrieron las primeras grandes movilizaciones para protestar por la represión de los cuerpos policiales. La represión que se fue escalando provocó, por un lado, el crecimiento de las protestas y la indignación popular y, por el otro, el nerviosismo y la tentación represiva del gobierno que desembocó en los trágicos sucesos del 2 de octubre.

Así, durante todo este mes se han incluido en las páginas de Campus, interesantes y extensas entrevistas de Carlos Reyes y Jorge Medina Viedas con analistas y algunos líderes del entonces Consejo Nacional de Huelga (CNH). Asimismo, se han hecho trabajos sobre lo que sucedía en el contexto internacional, como en el caso de los elaborados por Roberto Rodríguez sobre el Mayo Francés, y también sobre las repercusiones del movimiento estudiantil en el desarrollo inmediato de la educación superior. Carlos Pallán también ha hecho cronologías puntuales comentadas de los momentos álgidos de la dinámica social y política de esa época.

Algunos otros hemos rememorado nuestra experiencia personal de ese acontecimiento, el cual vivimos de manera un tanto tangencial, pero que de ningún modo pasó inadvertido.

Me parece que todos ellos han querido contribuir a esclarecer y valorar ese fenómeno social desde las dimensiones política, social y educativa.

En este panorama tan diverso y enriquecedor ha resultado de mucho interés conocer también cómo han percibido ese movimiento los jóvenes, cuyos padres les transmitieron de manera directa lo que había sucedido en ese año.

Como lo señala el joven colega Fernán Osorno (17/07/2008, p. 11), entre las generaciones más nuevas se ha ido perdiendo paulatinamente el significado histórico de la lucha estudiantil del 68. El paso del tiempo y la identificación con eventos más actuales y afines a sus interesares sería una primera explicación.

Añadiría yo que a ello también ha contribuido la despolitización que cunde entre una parte muy considerable de la juventud mexicana, la cual vive muy preocupada por un futuro que se presenta lleno de incertidumbre y frustración. Resulta dramático y lamentable lo que muestran las encuestas recientes a los jóvenes en el sentido de que muchos de ellos han perdido sus ilusiones, incluso las de vivir.

Vemos también que los índices de desempleo y la falta de capacidad de las instituciones públicas para atenderlos —amén de lo irrelevante que para muchos de ellos resultan los contenidos escolares— contribuyen a fortalecer esos sentimientos de desesperación que los llevan a buscar los caminos más fáciles para conseguir la satisfacción de sus distintas necesidades.

Por supuesto que aún existen jóvenes que incluso bajo condiciones adversas luchan por cambiar su entorno inmediato y, más allá, la sociedad en general. Sigue habiendo, por fortuna todavía, jóvenes inquietos, rebeldes, con grandes deseos de aprender cada día, que elevan su voz para protestar contra toda forma de injusticia, que buscan hacer de este mundo algo cada día mejor.

Son estos jóvenes los que buscan entender su entorno y conocer la historia, para aprender de ella y para no cometer los errores del pasado. Son los que aplican aquello que alguna vez señalara Salvador Allende en su discurso en la Universidad de Guadalajara, a principios de los años setenta: “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción”.

Quienes formamos parte de las instituciones de educación superior y convivimos cotidianamente con la juventud, tenemos la obligación indeclinable de escucharlos y poner a su alcance los elementos para entender mejor la realidad y transformarla.

Habrá que evitar, en la medida de lo posible, el paternalismo, la arrogancia y el autoritarismo. Recuperar la memoria histórica de hechos como los de 1968, constituye un esfuerzo muy plausible.


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