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A las sociedades y a sus gobiernos se les conoce por lo que consumen
María Herlinda Suárez Zozaya
Campus Milenio Núm 316 [2009-04-16]
 

A las sociedades de hoy se les dan distintos nombres, entre los que destacan sociedad del conocimiento y sociedad del consumo. Ambos calificativos -conocimiento y consumo- se han convertido en elementos de distinción entre regiones, países, clases y grupos, pero es en la conjugación de ambos donde, en realidad, se encuentra el mayor potencial de diferenciación, ya que hoy el plusvalor se crea en el consumo del conocimiento. De hecho, en las sociedades contemporáneas buena parte de la racionalidad económica se construye no sólo en la lucha por la producción de conocimiento, sino en la que se efectúa para apropiarse de éste. Lo escribió Castells: “lo que produce riqueza en la nueva sociedad no es el carácter central del conocimiento y la información, sino su aplicación, en un círculo acumulativo entre innovación y sus usos”.

En términos económicos, se entiende por consumo la etapa final del proceso económico definida como el momento en que un bien o servicio produce alguna utilidad al sujeto consumidor. En este sentido, hay bienes y servicios que directamente se destruyen en el acto del consumo, mientras que con otros lo que sucede es que su consumo consiste en su transformación en otro tipo de bienes o servicios diferentes; el conocimiento es de este último tipo e incluso con su uso el conocimiento se multiplica y potencia. Así que el consumo de conocimiento está lejos de poder asociarse con compulsiones irracionales y gastos inútiles; por el contrario, se relaciona tan sólo con utilidad y producción de valor. Característica del conocimiento es que consumo y producción se entrecruzan. Incluso los especialistas (Drucker, 1993; Black y Synan, 1997) señalan que hoy las empresas y organizaciones sólo pueden adquirir valor y mantener ventajas competitivas mediante la utilización de información y, sobre todo, de conocimiento, lo que a su vez implica producirlo. Así pues, la mejor manera de ser competitivo de forma sostenida es recurriendo al círculo uso-producción-uso de conocimiento; es más, esto es lo que dicen los principios del knowledge management, que en español se ha dado en llamar gestión del conocimiento.

Sabemos que México está en una situación de desventaja respecto de los países ricos, y también a la de muchos no tan ricos, en lo que toca a su capacidad de producción de conocimiento. Pero, el problema es mucho más grave si se le ve desde la óptica del consumo, pues incluso lo relativamente poco que se produce excede a lo que se coloca en el mercado, y todavía más a lo que se demanda, aunque a veces se dice lo contrario. La escasa demanda de conocimiento se evidencia, entre otras cosas, en el excedente de jóvenes con educación superior, particularmente con maestrías, doctorados y hasta con posdoctorados, que hay en el mercado de trabajo. Según estimaciones basadas en la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del segundo trimestre de 2008, en el país los jóvenes, mujeres y hombres con educación superior tienen mayor probabilidad de desempleo que sus congéneres con niveles educativos más bajos. De hecho, en el marco de los países de la OCDE, México -junto con Chile- destaca debido a que las personas más instruidas son las que registran las mayores tasas de desempleo. Al respecto, incluso se ha comentado (La Jornada,25/03/09) que en el actual contexto de incremento del desempleo en México, la elevada escolaridad parece ser un obstáculo para encontrar trabajo.

Independientemente de los tantos efectos perversos que tiene el hecho de que la sociedad y los individuos mexicanos hagan esfuerzos para alcanzar niveles educativos superiores sin lograr ninguna retribución en el mercado de trabajo, resulta necesario llamar la atención sobre lo que esto significa en términos de consumo, pues lo que quiere decir es que para los empleadores mexicanos el conocimiento y el saber sobran, y hasta estorban.

Pero lo realmente lamentable es que a los gobiernos del país tampoco les parezca importante consumir conocimiento y saberes para llevar a cabo sus funciones. Esto lo digo porque en los recientes tiempos el Estado mexicano ha estado empeñado en combatir la inseguridad y la violencia que hay en el país orientando el gasto público hacia la compra de armas y financiando actividades militares y policiacas, cuando los presupuestos destinados a educación y cultura son exiguos, incluso son también los más bajos respecto de los países de la OCDE. Este empeño lo sigue sosteniendo aún cuando, ya desde los años ochenta, sociólogos, politólogos y economistas -nacionales y extranjeros- demostraron que invertir en educación y cultura incrementa significativamente las solidaridades sociales, el virtuosismo cívico y las redes de cooperación y confianza colectivas que han probado ser el mejor antídoto contra la inseguridad y la violencia, además de que redundan en beneficios para la economía. ¿Será que en las altas esferas del gobierno mexicano no se han leído las obras clásicas de Coleman, Putman y Bourdieu, o las de García Canclini y De Souza, éstas últimas referidas a la importancia de incrementar el capital social en los países de Latinoamérica?


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Last modification: April 29 2020 11:44:32.  

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