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¿Se transformará la prepa de la UNAM?
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 317, pp.12 [2009-04-23]
 

La Escuela Nacional Preparatoria (ENP) es una de las dependencias universitarias con una de las trayectorias históricas más largas y ricas, la cual se remonta hasta 1867, cuando fue creada por Gabino Barreda y que, en el momento de ser fundada la Universidad Nacional, en 1910, constituyó uno de sus componentes principales (junto con las escuelas de Medicina, Jurisprudencia, Ingeniería y Altos Estudios). Es este carácter fundacional el que la mantiene ligada de modo tan estrecho al desarrollo de la institución desde aquellos años. Pero, además, durante las primeras cuatro décadas del siglo XX, la ENP fue también el centro de la vida intelectual de un país que luchaba por institucionalizar el movimiento revolucionario y consolidar la paz social ante un grave conflicto religioso que si bien se localizaba en la región centro-oeste del país, amenazaba con extenderse por todo el territorio nacional.

Por esa época, en sus aulas se debatían las ideas de los grandes filósofos y pensadores, y se creaban importantes movimientos culturales. De esos salones, y de las tertulias en cafés y cantinas, surgieron algunos de los escritores e intelectuales más importantes de la época. También de esas aulas egresaron los integrantes de la clase política que dirigió al país durante varias décadas. No se excluyeron, tampoco, algunos episodios que derivaron en la creación de grupos de choque, que en algunos casos llevaron a la creación de grupos porriles que amenazaron gravemente la seguridad de sus integrantes y la estabilidad institucional. De este modo, la ENP cuenta con un peso histórico e institucional muy significativo en la vida de la Universidad Nacional.

Hace un par de semanas conversaba con un amigo, profesor de la Escuela Nacional Preparatoria por casi cuatro décadas, acerca de los cambios que han estado ocurriendo en estos últimos meses en la educación media superior del país. Comentábamos que son éstos algunos de los aspectos más notables de la actual política educativa nacional, y nos preguntábamos la correspondencia de estos cambios en el bachillerato de la UNAM y, particularmente, en la ENP.

En su larga carrera académica dentro de la prepa, ese profesor ha impartido sus clases con una constancia y puntualidad digna de elogio, e incluso ofrece clases extra los sábados para “poner al corriente” a los alumnos que tienen problemas con alguno de los temas de su programa. Es un profesor que obliga a pensar a sus estudiantes y su trato con ellos es directo, sin consideraciones especiales para ninguno, por lo que algunos lo consideran muy duro. El colmo ha sido que algunos padres de familia lo han llegado a acusar ante las autoridades del plantel por ser “demasiado exigente” y pedirles a los estudiantes que vayan los sábados a regularizarse. Además, este profesor coordinó, por encargo de la pasada administración general de la ENP, un proyecto de evaluación del programa de estudios que culminó en la recomendación de realizar profundos cambios en la organización y los contenidos curriculares. Entre ellos estaban, por ejemplo, aumentar el tiempo de duración de las asignaturas a dos horas en lugar de los 50 minutos actuales, recortar el número de asignaturas, basar la enseñanza en competencias que implicaran la aplicación de los contenidos a situaciones concretas de la vida real, y, en general, abandonar el enfoque enciclopédico del currículum. Lamentablemente, y como suele ocurrir, no sólo en la UNAM, sino en todo el país, cuando la propuesta estuvo concluida, hubo cambio de autoridades y ésta fue abandonada por la nueva gestión.

Ignoro si esta fallida experiencia ha sido la única o de las pocas que existen o han existido para transformar un sistema de enseñanza que no ha sido modificado sustancialmente en las recientes décadas. Sin dejar de reconocer que el plan vigente de la ENP tiene objetivos loables para brindar una formación integral (en los aspectos cognoscitivo, físico y artístico) para los alumnos, considero que su agotamiento es insoslayable. Cuando se creó el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), hace poco más de tres décadas, una de las interpretaciones era que, ante la imposibilidad de una reforma a fondo de la ENP debida al enorme conjunto de intereses creados, se optaba por establecer un sistema de bachillerato paralelo, que recuperaba los avances didácticos y pedagógicos más avanzados para brindar una mejor formación a los jóvenes egresados de las secundarias. Asimismo, aunque no han sido modificaciones dramáticas, hasta la fecha, el currículum del CCH ha sido actualizado un par de ocasiones.

Así como el remozamiento de las instalaciones y adecuaciones llevadas a cabo el año pasado a las instalaciones de los nueve planteles de la ENP era inaplazable, lo es ahora una reforma curricular a fondo. Sin embargo, no es difícil reconocer que se trata de un esfuerzo muy complicado debido a la inercia y a los intereses creados durante décadas. Ello requiere una enorme voluntad política de las autoridades, pero, sobre todo, de quienes habrán de ser los protagonistas principales: los profesores. Habrá muchos de éstos que por su antigüedad estarán cercanos a la jubilación y su interés en un proceso de transformación será muy limitado. Pero seguramente existirán otros que, junto a los más jóvenes, todavía tendrán la disposición suficiente para compartir sus valiosos conocimientos y experiencias en aras de mejorar la formación de los estudiantes. A ellos se habrán de unir los encargados de coordinar los esfuerzos de transformación y, muy posiblemente, muchos profesores de licenciatura y posgrado que también estarían dispuestos a contribuir en esta enorme tarea. La comunidad de la ENP tiene la palabra.


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