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Vuelta a la normalidad, ¿qué sigue?
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 319, pp.7 [2009-05-07]
 

Para muchos, estos días de asueto forzado por la contingencia sanitaria provocada por el virus AH1N1 nos ha obligado a seguir trabajando en casa y también poder reflexionar acerca de los inéditos acontecimientos que estamos viviendo, así como de la información que transmiten los diversos medios. Dos de las cuestiones que se han planteado y sobre las cuales se han aventurado algunas hipótesis y especulaciones es por qué el brote epidémico apareció precisamente en México y también por qué las muertes han sido —hasta ahora— casi exclusivamente de mexicanos.

Sobre la primera cuestión, circula en internet la Carta Paramétrica (www.parametria.com.mx), en la que se señala que puntos como “el origen (preciso) de la influenza porcina, el perfil de sus víctimas (hasta ahora sólo se ha mencionado el porcentaje de hombres y mujeres), el por qué de su vulnerabilidad; la temporalidad y velocidad de su acción, y los mecanismos de propagación”, entre otros, tardarán un tiempo considerable en resolverse o seguirán siendo motivo de especulaciones.

Según la publicación de referencia y citando diversos estudios realizados en algunos centros especializados de investigación epidemiológica, se consideraba a otras regiones del mundo (el sudeste asiático o algunas zonas de África) como los lugares donde podría haberse presentado con mayor probabilidad un evento como el que estamos viviendo. Esto porque en el llamado mapa de enfermedades infecciosas emergentes, México y su capital aparecen en un nivel de riesgo intermedio. Sabemos que en el caso del sudeste asiático tuvo lugar el caso de la gripe aviar y en el caso africano se han presentado grandes epidemias de cólera y el VIH-sida.

Sobre el por qué en México, se cuestiona si existe una vulnerabilidad congénita, semejante a la propensión de los mexicanos a la diabetes, o si habrán sido los hábitos de higiene de los ciudadanos o si somos una población inmunodeprimida vulnerable. En cuanto a las víctimas fatales de la epidemia, se discute si fue porque llegaron a los hospitales con grados muy avanzado de neumonía, si no había medicamentos suficientes al inicio del brote o si fue el resultado de la falta de equipamiento suficiente de las instituciones públicas de salud, debido a su vez, a la insuficiencia presupuestaria que padece el sector desde el inicio de los regímenes neoliberales, o a la combinación fatal de todos estos factores.

Mientras escribía estas líneas, escuchaba por la radio que ante la disminución consistente de casos de influenza se plantea el regreso “escalonado y gradual” a las actividades normales en las instituciones educativas. El discurso de los funcionarios en la rueda de prensa con los medios subraya las recomendaciones de higiene que habrán de seguirse en todos los recintos educativos: utilización de detergente, jabón y cloro, y al oírlo pienso que ojalá se disponga también de agua corriente en la totalidad de los planteles.

En la propia sesión, los secretarios reconocen que 12 por ciento de todas las escuelas del país carece de agua entubada. Las medidas preventivas en las escuelas será sin duda un factor clave para evitar y/o controlar futuros brotes.

Según el estudio Infraestructura física y equipamiento en las escuelas primarias y secundarias de México, elaborado recientemente por el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), se encontró que en las localidades cuyos índices de marginalidad son los más altos es donde se hallan las escuelas con una menor cantidad de servicios básicos, y donde acuden los alumnos con los niveles socioeconómicos más bajos es donde se ubican las más precariamente dotadas. Es decir, ahí donde existen los mayores riesgos, las condiciones son las más adversas.

En fin, la emergencia por la que pasamos actualmente ha vuelto a mostrarnos —al igual que cuando hemos sufrido otras calamidades como los sismos de 1985 o las inundaciones provocadas por el paso de los huracanes— las enormes carencias y rezagos que arrastramos desde hace mucho tiempo. Aunque también han sido la oportunidad para que mostremos nuestra solidaridad y capacidad para vencer la indiferencia e indolencia que a veces parecen dominarnos. Nos ha mostrado también que, en tiempos de globalización exacerbada como los que vivimos, detener la expansión de las epidemias es asunto poco menos que imposible, pues las fronteras y divisiones entre países son cada vez más porosas. Asimismo, nos ha hecho dolorosamente conscientes que, en general, y específicamente en esta gran urbe, estamos expuestos a enormes riesgos para los cuales tenemos que estar preparados.

La educación, en este caso la educación para la salud, está siendo y será un factor que nos ayude a mejorar algunos de nuestros hábitos y coadyuvará a solventar la actual emergencia y prevenir la aparición de otro eventual brote del mal (y de otros) que nos tiene tan preocupados.


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