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Votantes educados
Alejandro Canales Sánchez
Campus Milenio Núm 325 [2009-06-18]
 

En un par de semanas se realizarán las elecciones intermedias y sabremos no solamente lo más obvio, quién ganó y quién perdió; también conoceremos otras variables del comportamiento de los electores. Veremos, por ejemplo, si las opiniones encontradas sobre los políticos y el espoleo mediático para abstenerse de ir a las urnas, una especie de “ensayo sobre la lucidez”, caló o no en el ánimo ciudadano.

Aunque la participación en las elecciones intermedias es relativamente baja, respecto de cuando se elige presidente de la república, también se sabe que los índices de participación y abstención no marcan una tendencia clara en los diferentes procesos electorales. Los porcentajes de participación son relativamente estables en las elecciones para gobernadores, pero tal parece que son sumamente erráticos en el caso de diputados locales (IFE, Las características y los obstáculos a la participación electoral en México).

También se sabe y se han supuesto otros rasgos más del comportamiento electoral. Tal vez de lo más incuestionable es que la ignorancia, el analfabetismo y la ausencia de valores son sumamente perniciosos para la democracia y el ejercicio de la ciudadanía. Por lo tanto, se ha supuesto que un mayor nivel educativo, una cultura cívica, una opinión fundada racionalmente y la inteligencia abonan en favor de una construcción democrática y una visión de la misma.

Efectivamente, el comportamiento electoral en diferentes sociedades muestra una correlación positiva entre educación e instituciones democráticas, lo mismo que una asociación entre nivel educativo y participación cívica.

Sin embargo, tal parece que la discusión al respecto no está del todo concluida y se siguen explorando diferentes ángulos y se elaboran aproximaciones más sofisticadas. El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) acaba de publicar un estudio sobre la relación entre educación y opiniones prodemocráticas (Alberto Chong and Mark Gradstein, Education and Democratic Preferences).

El estudio intenta aportar elementos para valorar dos perspectivas sobre el papel de la educación. Una de ellas —que la llama de adoctrinamiento— considera a la educación como un medio para promover actitudes, cuyo efecto en la disposición democrática estaría en función del tipo de sociedad en la cual tiene lugar. Si se trata de una sociedad democrática, entonces promovería una visión prodemocrática. Por el contario, si se habla de una no democrática, entonces adoctrinaría en contra de la democracia misma.

Esta primera perspectiva, sostenida por algunos autores, sería ilustrativa de algunos regímenes totalitarios que ven a la educación como una forma de adoctrinamiento, por lo cual destinan un monto importante de inversión pública para la educación y, además, obtienen legitimidad.

Otra perspectiva, apuntalada en la publicación del BID, sería que “la educación reduce el coste de adquirir una opinión informada, necesaria para valorar las políticas públicas”. Esto es, la educación jugaría un papel relevante en la formación de una visión prodemocrática, independientemente del tipo de régimen en el cual tenga lugar.

Con el fin de probar los supuestos de ambas perspectivas, los autores del estudio proponen un modelo analítico y toman como fuente de información los datos de la Encuesta Mundial de Valores. Ésta, como se sabe, indaga un conjunto relativamente amplio de tópicos tanto en países en desarrollo como en los desarrollados. Los datos para el estudio se concentraron en el rubro concerniente a la democracia y provienen de alrededor de 240 mil personas —mayores de 15 años— de 85 países.

Los resultados son los relativamente esperados, dado que su modelo resalta que los individuos educados tienen una ventaja comparativa en una democracia, al traducir (mejor) sus juicios sobre las políticas públicas en acción. En consecuencia, dicen, los individuos educados favorecen más la democracia que quienes no lo están.

Uno de los aspectos más interesantes es que su modelo trata de aproximarse a una medición del efecto de la educación en las actitudes prodemocráticas; combina diferentes variables y realiza distintos cálculos. Por ejemplo, señala: “un año más de escolaridad implica un incremento de más de un punto porcentual en la probabilidad de percibir un sistema democrático como bueno, en comparación con otro bastante mejor”. Además, según su medición, tal probabilidad se sostiene con independencia del nivel democrático del país del cual se trate. Por tanto, refuta la idea de que el papel de la educación en favor de la democracia solamente sería posible en sociedades democráticas.

Esto es, parece indiscutible el papel de la educación en la construcción democrática y en el pleno ejercicio de la ciudadanía. Sin embargo, el nivel de escolaridad de la población, el rezago educativo, las tasas de exclusión y, propiamente, la educación cívica nos indican que tenemos un largo camino que recorrer en este terreno. Aunque valdría la pena preguntarnos si eso haría una diferencia en el efecto igualador de la televisión.


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