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Enredos políticos que detienen el progreso educativo
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 325 [2009-06-18]
 

Rupturas, recomposición y nuevos pactos. Lo que estamos viviendo es resultado de una ruptura de la élite dominante en los años ochenta y su recomposición en 1988, cuando la tecnocracia se apropió del partido de Estado y del gobierno y se alió con fuerzas de la derecha que reconocieron los hechos. A dichas fuerzas les respetaron sus triunfos electorales. Una tecnocracia favorable a la ortodoxia del mercado se mezcló con una derecha que criticó la obesidad del Estado y presionó por la privatización.

Montado el modelo de desarrollo orientado al exterior, y formando parte del Tratado de Libre Comercio (TLC), se estableció un sistema democrático liberal de corte pluripartidista, compuesto actualmente por tres partidos grandes. Otras fracciones han constituido cinco partidos chicos, que giran en la órbita del poder, y que son útiles a los tres grandes cuando las votaciones se aprietan en la Cámara de Diputados. Son tan útiles que, en las contiendas electorales, los partidos grandes han transferido votos a los partidos chicos, mediante alianzas, para que no pierdan su registro. En la arena electoral, los ocho partidos establecen una multiplicidad de alianzas, frecuentemente incomprensibles para el electorado. Todos hacen parte de la clase política que se beneficia de la política.

En la actualidad, académicos y ex políticos han señalado, a veces con detalle, que la élite dominante, junto con la clase política, ha dado continuidad a un modelo de desarrollo que hoy enfrenta su peor crisis económica y que tiene al borde del colapso al sistema político, que no ha tenido la capacidad para llevar a cabo una reforma del Estado. Por el contrario, ha permitido prolongar las mismas prácticas del sistema autoritario, sustentadas en las mismas corporaciones que estructuraron el poder durante decenios.

La alternancia, al cambio de siglo, se apoyó en la élite dominante, en uno de sus partidos y en las grandes corporaciones sindicales. Hoy no es novedad decir que el actual gobierno contó con el apoyo del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) para llegar al poder. Esta organización se volvió un factor real de poder que ha facilitado la permanencia de los pactos de la élite y del modelo económico, junto a un desgaste institucional, acentuado por la concentración del ingreso, la pérdida de valores, el relajamiento de la moral social, la inseguridad y la incertidumbre.

A cambio de su apoyo, el SNTE ha ganado posiciones en el gobierno, recursos económicos para distribuir y armar un complejo político para intervenir en las elecciones, ganar diputaciones y fuerza política, lo cual le ha dado posibilidad de llegar bien armado a las negociaciones salariales, exigir prestaciones, plazas, descongelamiento de plazas y control político por medio de la carrera magisterial.

Con la fuerza adquirida por el sindicato y la decisión del Ejecutivo federal de apoyar y apoyarse políticamente en la dirigencia de este organismo, se firmó entre ambos la Alianza por la Calidad Educativa (ACE). Un acuerdo que nació mal y que ha funcionado mal por los desencuentros entre el sindicato y la Secretaría de Educación Pública (SEP). Principalmente, porque su aplicación ha encontrado resistencia en las bases magisteriales de varias entidades federativas. En tales bases crece cotidianamente una mala imagen de quienes controlan el sindicato.

Y, no obstante, la dirigencia todavía negocia canonjías. No se le puede tocar porque la inestabilidad de un cambio en el sindicato tendría graves repercusiones en el gobierno. Hay un enredo político que permite subsistir a la cúpula del sindicato y que éste siga siendo un obstáculo verdadero a la reforma educativa. El progreso de la educación pública ha quedado postergado por los intereses políticos de corto plazo.

Mientras, el SNTE dio la cara para formar un partido político, utilizó una buena parte del magisterio para cumplir los requisitos que le dieran registro. El Partido Nueva Alianza (Panal) nació para ser el brazo político de la dirigencia del SNTE. Pues, bien, consiguió un porcentaje mayor que el de otros partidos pequeños en 2006. Con casi 1.2 millones de maestros, que además hacen campaña (uno de tres), era difícil no quedar registrado en el Instituto Federal Electoral (IFE).

El Panal, curiosamente, no es un partido que abandere las demandas de los maestros. No. A los maestros ya los tienen agarrados. Este es el partido joven de México. Coloca a la educación como instrumento de progreso individual. El propósito es convocar a jóvenes y afiliarlos. Para ello, busca que se otorguen becas a quienes no pueden pagar su educación. Pero las becas no las asigna el partido. Son universidades privadas, de no muy buena calidad académica, las que exentan un porcentaje del pago de colegiatura. Por un acto de magia contable, se hace creer que las becas las otorga el partido: 79 mil becas que representan 2 mil 500 millones de pesos. Y es que cuando se habla del SNTE o del Panal, debe hablarse de miles de millones de pesos, de fuerza y ubicación política que salen de lo que queda del presidencialismo.

En un libro, escrito por uno de mis maestros de la facultad, se preveía la crisis inminente del sistema político mexicano en 1987. Pues se tardó, pero llegó. Hace algunos años me topé con otro libro que hace un recuento de las diferencias de la democracia en 51 países. Con todo lo dicho aquí, la del nuestro es de mentiras. Por eso hay un sector creciente de la población que no votará. Hay que darle significado político a la abstención como forma de protesta y como parte de la construcción de la sociedad civil. Entre otras razones, para que la educación pública corra con otra suerte.


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