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Mayor financiamiento a la educación como estrategia anticrisis
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 333 [2009-08-20]
 

En momentos históricos muy complejos políticamente, con una república carente de recursos, en un entorno internacional amenazante, se tuvo la prioridad de arreglar la hacienda pública y fortalecer el sistema educativo. Hacia fines de los años sesenta del siglo XIX, el gobierno decidió ampliar la educación a las capas desfavorecidas de la sociedad y la hizo laica y gratuita. Y se fundo la Escuela Nacional Preparatoria.

Fue un momento crucial en que se secularizó la educación pública, sin que se eliminaran las escuelas confesionales. La ciencia y el positivismo dieron un gran impulso a las academias, a la historia y al conocimiento del territorio. Pero también florecieron la literatura, las bellas artes y la música. Se cerró la vieja universidad, cuyo proyecto de apertura fue retomado por don Justo Sierra. A principios de 1881, Sierra presentó la idea de fundar una universidad pública e independiente. En esta etapa se crearon escuelas nacionales de jurisprudencia, medicina y bellas artes. La idea de Sierra remató con la creación de la Universidad Nacional de México, a la vista de los historiadores, una institución de importancia social y cultural. Junto con las otras universidades públicas, relevante en la estrategia política del proyecto nacional.

Con la Revolución Mexicana, precedida por la formación del Ateneo de la Juventud, se formó la hoy Secretaría de Educación Pública. La educación, igual que antes, fue vista como un elemento central para el progreso de la nación y para la mejoría de la vida colectiva, tanto de la comunidad como del individuo. Educación para hacer una buena sociedad. De este momento, con el tercero constitucional, quedaron ideas y valores fundacionales que aún persisten.

De los liberales, de la República Restaurada, del positivismo comtiano de Barreda, del proyecto vasconcelista, de Agustín Yáñez y Jaime Torres Bodet, de los libros de texto gratuitos, de la Nacional Preparatoria, de nuestras universidades públicas y del Politécnico Nacional, de la educación pública, han salido nuestros proyectos de nación. Y, no obstante, la educación en México sigue sin atenderse como se necesita.

Es cierto que en todos los niveles educativos ha habido una expansión notable de la cobertura. Pero todavía hay zonas del país donde las escuelas primarias no cuentan con condiciones adecuadas para la enseñanza, que suman miles de establecimientos. La pobreza y la indigencia impiden el avance y el buen aprovechamiento escolar de millones de niños. Entre los jóvenes hay quienes trabajan y estudian, pero también hay millones que ni trabajan ni estudian. La pobreza educativa es la que se viene transmitiendo entre las generaciones.

Por otra parte, a pesar del discurso y los planes, no se ha podido influir sustancialmente para derrotar la deficiente calidad de la formación impartida. El SNTE como único interlocutor político, el contubernio en el palomeo de plazas, licencias, movimientos escalafonarios, etcétera, representan obstáculos verdaderos para mejorar la educación pública. La poca importancia otorgada por el sistema productivo a la educación, la ciencia y la cultura, el mal clima educacional de los hogares, la televisión y maestros mal pagados constituyen un universo multifactorial negativo que debe romperse para que México salga de su crisis actual.

Nuestra historia ilustra que en tiempos de crisis el Estado ha expresado en la política educativa el sentido y las orientaciones que guían el desarrollo. Hoy es lamentable que los gobernantes se preparen para quitarle recursos económicos a la educación. Nos anuncian que el proyecto es deprimir más a la nación. Los investigadores tenemos claro que el aumento en el gasto educativo no es el único factor del que depende solucionar los problemas. Pero también sabemos que recortarlo los agudiza. Estudios recientes muestran que las pérdidas sociales por el mal funcionamiento educativo son mayores que los costos financieros de la crisis. Hoy necesitamos evitar que con la política educativa se dañe más al país.

Contrasta lo que se pretende hacer en México con lo que ocurre en otras naciones. En los países desarrollados, que muchas veces sirven de modelo al nuestro, se ha declarado que una de las principales políticas anticrisis es inyectarle recursos económicos a la educación. Que para volver a ser economías sólidas, tienen que contar con una fuerza de trabajo altamente educada.

Por muchos lugares se han perfilado reformas educativas para mejorar la calidad. Se combate la deserción escolar y se canalizan esfuerzos para que el sistema educativo atienda prioritariamente a los sectores sociales más vulnerables, pues de ese modo alcanzan a tener mejores oportunidades de vida. La economía alcanza beneficios en productividad y se logra un aumento del producto interno bruto. Una mejor educación es un imperativo económico.

En educación superior, los países avanzados están buscando formulas para abrir las universidades a más sectores sociales, a reducir los promedios de escolaridad entre los grupos de ingresos. Y se recomienda que en países como el nuestro las prioridades se orienten a mejorar la enseñanza de las habilidades que demanda cada carrera, en lugar de estar preocupados por generar universidades de clase mundial y subir en los rankings internacionales.

Va de nuevo. El sistema educativo mexicano puede mejorarse si hay respuestas políticas que rompan el corporativismo, si los gobernantes se ponen a la altura de los tiempos y dejan de insistir con las lógicas de mercado, y si se convencen que para las universidades y la ciencia se necesitan más inversiones. Nada nos hará más daño que quedar rezagados ante la historia, no haber aprendido que la salida a las crisis demanda una filosofía educativa para un vasto movimiento cultural. Lamentablemente, el gobierno no quiere debatir ni corregir. Impone un boquete social, y así no vamos a ningún lado.


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