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La importancia de estudiar a los jóvenes universitarios
María Herlinda Suárez Zozaya
Campus Milenio Núm. 355 [2010-02-04]
 

En la década de los sesenta fue publicada la obra Los herederos, de Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron. En este texto, los autores presentan la tesis de que el sistema educativo contribuye a la producción y reproducción de las desigualdades sociales. Los sujetos a quienes Bourdieu y Passeron llaman los herederos están representados por los estudiantes que viven desde la infancia en un contexto familiar y socialmente favorable para la adquisición de una cultura académica. Desde esta perspectiva, quienes no nacen ni habitan en este tipo de contexto tienen todo en su contra, lo que se expresa en problemas de deserción, bajo desempeño escolar e ineficiencia académica, en fin, en un sinnúmero de dificultades para poder integrarse a grupos y circuitos en los cuales se distribuye el éxito, el poder y las riquezas. A estos “otros” jóvenes Roberto Miranda los identificó con el mote de los desheredados, en un libro que salió publicado en 2009, precisamente con este título.

En la actualidad, en México la dicotomía herederos-desheredados es más que evidente y, aunque nos resulte molesto admitirlo, a los docentes se nos revela día con día. Siendo que en las universidades públicas de nuestro país los desheredados son muchos, es necesario que en estas instituciones se redoblen los esfuerzos para minimizar la acción reproductora de la institución escolar.

La universidad pública está comprometida con sus estudiantes y, por lo tanto, debe asegurarse de que todos y todas, y no sólo los herederos, reciban un capital universitario que sea valorado socialmente, que se exprese en conocimientos y habilidades pertinentes y que redunde en capacidades de reflexión, socialidad y empleabilidad. Hacer realidad la máxima de “brindar educación centrada en los alumnos” requiere conocer quiénes son, cómo son, qué quieren, necesitan, sufren y anhelan los estudiantes, así como saber cuáles y cómo establecen interacciones sociales y culturales dentro y fuera de la institución académica; es decir, se requiere indagar sobre los capitales social, cultural y académico con los cuales llegan los estudiantes a las universidades y también acerca de si éstos se incrementan y/o cambian con el paso de los jóvenes por las mismas. Se requiere saber cuál y cuánto capital universitario reciben y si éste les resulta significativo o no.

Cabe mencionar que, siguiendo la definición dada por Miranda, en el libro ya mencionado, por capital universitario se entiende “las funciones sustantivas formales e informales del campo universitario que se objetivan en el habitus de los estudiantes; es decir, que elevan sus relaciones sociales y su cultura, que potencian sus posibilidades de acceso al mundo laboral y que les permiten comprender el contexto extrauniversitario para hacerse cargo de las responsabilidades de sus decisiones y disensos en la vida política. En síntesis, el capital universitario es la suma del capital escolar, académico, social y cultural que se adquieren en la universidad”.

Sin duda, algunas universidades cuentan con sistemas de información sobre sus estudiantes que les proveen datos sobre sus principales características sociodemográficas, así como acerca de su desempeño escolar. Esta información es clave pero no suficiente para conocer a los estudiantes y derivar evaluaciones y conclusiones sobre el cumplimiento de los compromisos que las instituciones públicas de educación superior tienen con la juventud y con la sociedad.

Con tal información tampoco puede saberse nada acerca de cuáles son los capitales cultural y social que los jóvenes reciben ni tampoco cuáles vierten en sus universidades para dar lugar a la aparición de subculturas universitarias que transforman las prácticas académicas, la vida estudiantil y hasta las instituciones mismas.

En México se han realizado dos Encuestas Nacionales de Juventud (2000 y 2005). Los datos y análisis que a partir de ellas se han producido han informado algunas cosas sobre el habitus de los estudiantes, pero en realidad han sido muy pocas. Asimismo, la Encuesta Nacional de Estudiantes de Educación Superior 2008 (ENAES) brinda la oportunidad de observar aspectos interesantes sobre las diferencias en los capitales académico, social y cultural que hay entre herederos y desheredados, pero no toca, entre otros, aspectos referidos a la producción, circulación y consumo cultural, así como de la vida estudiantil en cada una de las IES.

En México, comparar el capital universitario de los estudiantes en diferentes instituciones es imposible, debido a que la información al respecto es insuficiente. De hecho, ésta es una de las causas que explica por qué, hasta ahora, la investigación sobre educación superior y sobre jóvenes universitarios no ha podido trascender, de manera contundente, los actuales mantras que ponderan la calidad de las instituciones privadas y ponen en entredicho a las de carácter público. Resulta perturbador aceptar que con ello se está condenando a muchos estudiantes y egresados de educación superior a seguir siendo y estar representados como desheredados, pues se invisibiliza y se menosprecia el legado que reciben de sus universidades.

Bourdieu sostuvo que es sólo a partir del conocimiento del estado de las cosas que tenemos la oportunidad de revertirlas. Hoy se ha tornado urgente conocer el capital universitario de los estudiantes, cuando menos de los de universidades públicas. Generar información que permita atender tal urgencia, en México, es una tarea que está pendiente.


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