En la actualidad, es importante volver a la idea del cambio universitario, su dirección y ritmo, porque nos estamos acercando, según considero, al fin de un ciclo de políticas educativas y a la necesidad de pensar en la apertura de uno nuevo, que fortalezca a las instituciones, a la vida académica y a la relación de la educación superior con su entorno social.
Quiero reiterar que la universidad es una entidad que siempre está envuelta en una dinámica de transformación, por la propia naturaleza de sus fines y de su objeto de trabajo. Que el cambio se impulsa también desde fuera, porque las políticas educativas tratan de orientar los objetivos e imprimirles velocidad, y por los vínculos de la universidad con su entorno social y las demandas que éste le formula a las instituciones. El cambio de una institución tan compleja como la universidad pública no se puede pensar o analizar sin tener en cuenta el contexto social que la rodea.
Para analizar el cambio institucional hay distintos enfoques. Uno de ellos está representado por la teoría del desempeño, que analiza los alcances en la calidad, la gestión y la eficiencia institucional por la vía de una serie de indicadores que las miden. Las políticas desplegadas desde este enfoque han conseguido cambios en las universidades públicas del país que se aprecian en el aumento de profesores de tiempo completo, de doctores, de investigadores nacionales, de programas de licenciatura certificados, de posgrados de excelencia, de cobertura y muchos otros.
Y, no obstante, hay cuellos de botella bastante grandes que llenan de incertidumbre lo que puede pasar con la educación superior pública a futuro, en particular con las universidades públicas, que son el objeto de nuestra preocupación por la importancia que tienen para apoyar la salida de la crisis. De ahí que, desde hace años, un grupo de investigadores hemos seguido la idea de que el estudio de la transformación universitaria necesita rebasar lo puramente cuantitativo del cambio y enfocar otros temas que, de suyo, afectan el comportamiento de los actores y el desarrollo de las instituciones.
Así, insisto una vez más en el énfasis que se debe poner en los factores políticos del cambio institucional al momento de elaborar un nuevo ciclo de políticas educativas. Desde un ángulo político, se entiende que las universidades viven en constante tensión, porque sus actores siempre están reflexionando y cuestionando su modo de ser y de hacer la academia, porque la fluidez del conocimiento implica que se mueva en todas las direcciones, exigiendo nuevos modos de organización, y porque a cada momento se busca articular adecuadamente las funciones sustantivas de la universidad.
El análisis político debe tener en cuenta que cualquier cambio futuro en la universidad va a provocar más tensiones. Unas derivadas de la lucha por modificar las políticas gubernamentales, que ciñen los causes del desarrollo institucional a una estructura de acciones que ya luce muy rígida. Otras surgen de la multiplicación y la diversidad de públicos en la sociedad cuyas demandas e intereses sobre la educación y el conocimiento son contradictorios.
Por el agotamiento del enfoque y de las políticas vigentes y para pensar otras que den nuevos bríos al cambio, también es necesario tener en cuenta, por ejemplo, lo relativo a la pérdida de legitimidad de la autoridad universitaria, a la restricción de la autonomía por la subordinación de los rectorados a las políticas federales y lo relativo a la gobernabilidad. También lo que se refiere a un exceso de burocratización y los obstáculos que pone al cambio. Además, sería bueno conocer qué piensan, cómo se reconocen y cómo actúan los académicos; su participación en la vida colegiada y en la toma de decisiones. Agregaría que es indispensable recomponer la institucionalidad, que se ha roto a causa de la existencia de normas que abren varias jerarquías académicas a la competencia, el anclaje salarial y las diferencias en los ingresos entre las generaciones, porque a los jóvenes académicos se les paga poco y se les exige mucho. Asimismo, incluir en el análisis a los alumnos, saber quiénes son, qué quieren y qué necesitan.
Las nuevas políticas deben corregir los desequilibrios sociales y territoriales de cobertura, los problemas que ocasiona a las instituciones la falta de recursos financieros y los modos de distribuirlos. Además, los malestares que provoca por todos lados la excesiva evaluación, los cuales nos impiden avanzar. Las nuevas políticas tendrán más posibilidades de éxito si se fincan en un sistema de evaluación distinto al que tenemos, si se consigue coordinar el sistema educativo y si se establece un nuevo marco jurídico que contenga los compromisos del Estado en la materia.
Hemos llegado a una situación en la cual ha crecido y se ha fortalecido una serie de cuestiones objetivas de la vida universitaria, sin que se haya madurado del todo por el desvío del ethos académico, del habitus de la academia, por la pérdida de identidades, representaciones y creencias de los actores respecto de sus prácticas. Justamente, este tipo de cuestiones, que son más de fondo, requieren de más análisis y discusión política, para que los cambios que puedan hacerse en las universidades logren una buena academia. Dentro de las vertientes analíticas del cambio universitario, hay que caminar por aquellas que ayuden a quitar el jaque a la academia, para que pueda seguir en el juego.
La intención de los análisis es aportar elementos para que las políticas desplacen el cambio de la universidad pública hacia el centro de la sociedad, vinculándola, cada vez más, a los problemas de su entorno, mediante la producción y transmisión de conocimiento y la formación de cuadros de alto nivel. Por el otro lado, para comprometer más a la sociedad con las instituciones universitarias. Se trata de que el país gane.
