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¿Qué hicimos con los resultados?
Alejandro Canales Sánchez
Campus Milenio Núm. 357 [2010-02-18]
 

Los cálculos relativamente simples de los años ochenta sobre los grandes flujos escolares indicaban que aproximadamente uno de cada 100 niños que ingresaban a la primaria lograría llegar a la universidad en tiempo y forma. Ni hablar del posgrado. La mayoría de niños y jóvenes, por diferentes razones y en algún momento de su trayectoria, se retrasarían o saldrían expulsados del sistema escolar de forma definitiva.

Al final de los noventa y los primeros años del nuevo siglo, todavía con cifras gruesas, con bases de cálculo elementales y, sobre todo, tras el impacto de la casi universalización de la educación primaria y la expansión de la media superior, se estimaba que el porcentaje de niños que iría normativamente de la educación básica a las aulas universitarias, en tiempo, se había incrementado a ocho de cada 100.

Una información más sistemática y ordenada en el terreno educativo poco a poco apareció desde los años noventa. En buena medida porque el ingreso de México a la OCDE hace más de una década o la participación en diferentes estudios realizados por organismos internacionales, obligaron a homogeneizar las fuentes de información y a cuidar los datos.

El trabajo del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) en la organización y difusión de la información educativa ha sido notable desde 2003. El desarrollo de su sistema de indicadores y su publicación respectiva ha permitido, entre otras actividades, trazar con mayor precisión la trayectoria de los flujos escolares.

En parte, el sistema de indicadores del INEE fue la base para los cálculos del reporte del año pasado de la organización Mexicanos Primero (Contra la pared. Estado de la educación en México 2009), en el cual destacó que sólo 13 de cada 100 niños concluía en los tiempos establecidos su educación, desde la básica hasta la superior, y solamente uno o dos continuaría en el posgrado. Los demás quedan rezagados o fuera del sistema escolar.

Es decir, tenemos décadas de saber que tenemos un sistema educativo ineficiente, inequitativo y altamente excluyente y aun así avanzamos muy gradualmente para remediarlo. No solamente. También poco hemos hecho para mejorar su calidad. Pese a los reiterados discursos para atender ese problema desde fines de los años ochenta, las líneas de acción siguen ocupándose fundamentalmente de la ampliación de las oportunidades educativas y tampoco lo hemos hecho bien (aunque ciertamente la presión demográfica ha sido un factor de relevancia).

En este año se cumple una década de la primera participación de México en la prueba PISA, el examen a gran escala de comparación internacional aplicado por la OCDE a jóvenes de 15 años. Más allá de constar que seguimos ocupando las últimas posiciones en cada aplicación, de poco han servido los resultados que obtenemos cada tres años. Bueno, salvo la meta que tiene esta administración de lograr un puntaje de 435 en la prueba PISA para el final del sexenio (43 puntos más de los alcanzados en 2003).

Quizá uno de los problemas, al igual que ocurre con el furor por la evaluación y especialmente con la prueba nacional ENLACE, es que no se busca cómo corregir lo que se advierte que está mal, cómo aprovechar la información recabada o cómo mejorar la educación de niños y jóvenes. Solamente se enfoca el instrumento de medición mismo, los resultados globales o bien se ignoran las implicaciones de la información obtenida. El objetivo es alcanzar tal o cual puntaje de determinado examen, no el incremento de la calidad educativa; la prioridad es enseñar para la prueba, no los contenidos escolares o el nivel de aprendizaje de los alumnos.

En la última década ni siquiera logramos beneficiarnos de los mecanismos o del cúmulo de información generada en torno de las diversas pruebas. La OCDE acaba de publicar un reporte sobre la trayectoria de jóvenes canadienses (Pathways to success. How knowledge and skills at age 15 shape future lives in Canada), en el cual se conjuntan los resultados de la prueba PISA y una encuesta longitudinal (aplicada cada dos años a los jóvenes que participaron en la prueba PISA de 2000) para saber sobre sus grandes transiciones a la educación, el entrenamiento y el trabajo.

Algunos de los resultados del reporte muestran lo predictivo que pueden ser los puntajes de la prueba PISA para una trayectoria lineal o no de acceso al trabajo o a un campo de estudios apropiado para un joven en la universidad. Por ejemplo, los jóvenes con un nivel 5 (el más alto) en la prueba de lectura en PISA tuvieron 20 veces más posibilidades de llegar a la universidad que los del nivel uno o inferior; o los estudiantes con padres con escolaridad universitaria tenían 4.5 veces más posibilidades de asistir a la universidad que quienes estaban en el caso contrario. En general, la participación en la universidad, a diferencia del bachillerato, se mostró más sensible a ese tipo de antecedentes.

¿Nosotros qué más necesitamos saber o hacer?


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Last modification: April 29 2020 11:44:32.  

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