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Patentes universitarias. Quinta parte
Roberto Rodríguez Gómez
Campus Milenio Núm 361 [2010-03-18]
 

El relativamente escaso número de patentes concedidas a titulares mexicanos —un promedio de 250 por año, contando las gestionadas en México y en el exterior— es un dato que se diagnostica como debilidad del sistema de innovación del país y, por lo tanto, un indicador de la brecha de competitividad que separa a la economía nacional de los países más desarrollados y aun de las llamadas economías emergentes.

Los sistemas de innovación, como se sabe, hacen referencia a los procesos de articulación entre tres ámbitos relacionados con la generación y aplicación de conocimientos: las capacidades de los centros productores de conocimiento científico (universidades, institutos científicos e institutos tecnológicos); el financiamiento, las normas, los estímulos, los programas y, en general, las políticas gubernamentales que tienden a favorecer u obstaculizar la vinculación entre los centros académicos y la esfera productiva; finalmente, las posibilidades y condiciones de aprovechamiento del conocimiento generado de parte de las empresas y otras agencias de producción o servicios.

Al promediar los años noventa comenzó a ser utilizada la expresión “triple hélice” para describir las interacciones sistémicas entre la industria, la academia y el gobierno en calidad de matriz generadora de los procesos de transferencia tecnológica centrados en la utilización intensiva y estratégica de conocimientos científicos. La economía basada en el conocimiento, se señalaba, está fincada en la dinámica de esa triple hélice, la cual da lugar a los sistemas de innovación de alcance nacional y regional.

Si en sus orígenes el modelo de la “triple hélice” pretendía, fundamentalmente, describir y explicar la emergencia en el mundo desarrollado de nuevas pautas de organización y aplicación de conocimientos sobre la estructura productiva, muy pronto este paradigma transitó al plano de las recomendaciones de política pública, así como a su difusión como parte del repertorio de “buenas prácticas” sugeridas por las organizaciones multilaterales a los países en desarrollo.

Una revisión conceptual del modelo puede verse en el artículo de Henry Etzkowitz y Loet Leydesdorff “The endless transition: a ‘triple helix’ of university-industry-government relations”, Minerva, no. 36. Sobre la utilización del modelo en países en desarrollo, consúltese la compilación de reportes nacionales a cargo de Mohammed Saad y Girma Zawdie: Theory and practice of triple helix model in developing countries, Routledge, 2010.

Desde esta perspectiva, se requiere que los centros académicos alcancen un nivel relevante de consolidación en tres aspectos: primero, la presencia de una comunidad académica con la capacidad de generar conocimientos científicos de frontera e interactuar productivamente con la comunidad científica mundial en las distintas ramas y disciplinas de la ciencia. Segundo, la existencia de programas de formación, principalmente de nivel posgrado, que asegure la reproducción ampliada de la comunidad científica nacional. Tercero, la existencia de una infraestructura material que soporte, con suficiencia, los proyectos en desarrollo. En suma, es condición de posibilidad para el desarrollo de sistemas nacionales de innovación, una base académica sólida, dinámica y con plenas capacidades de proyección.

Del lado de las políticas públicas —la política científica y la política tecnológica del gobierno—, lo que se espera, en primer lugar, son recursos para alimentar el sistema. Es, desde luego, indispensable un monto suficiente, pero no es la única condición. Tan importante como lo anterior son los esquemas de distribución de los recursos para hacer productivo el vínculo entre generación y aplicación de conocimientos. Ello se logra mediante reglas claras y procesos transparentes de asignación, así como mediante el desarrollo de planes y programas estratégicos en donde se definen prioridades, áreas de oportunidad y responsabilidades para cada uno de los participantes. La transición de un Estado meramente regulador de la actividad científica a otro que opere como agente promotor de la innovación tecnológica productiva, hace necesaria una constante renovación y ajuste de los enfoques de política pública en la materia para alinearlos a los objetivos de la vinculación academia-industria.

Por último, el tercer eslabón de la cadena, la empresa, juega un papel decisivo en la generación de estos sistemas. Sin la existencia de una industria nacional dispuesta a invertir en investigación y desarrollo, a establecer alianzas o clusters con entidades académicas, y a participar en forma protagonista en la definición de demandas concretas de conocimiento científico, la opción de la “triple hélice” sencillamente se desvanece. Un sector productivo que prefiere la sola utilización de tecnologías desarrolladas y patentadas en el exterior a los procesos de generación de conocimiento, difícilmente da lugar al tipo de dinámicas previstas en el modelo y también descritas en la expresión “economías del conocimiento”.

Recientemente la OCDE y poco antes el Banco Mundial han establecido diagnósticos sobre el caso de México en materia de sus capacidades de innovación. Son interesantes y vienen muy a cuento en torno del tema de las patentes. Los comentaremos la próxima semana.


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