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Los jóvenes mexicanos en su día: ¿qué celebrar?
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 381, pp.12 [2010-08-19]
 

La juventud, por definición, es el periodo en que las facultades físicas y humanas de las personas alcanzan su mayor desarrollo, donde se forman y consolidan las estructuras, procesos y habilidades más complejas del desarrollo físico, intelectual y espiritual. De ahí que para las sociedades sea tan importante procurar las oportunidades para que ese desenvolvimiento tenga lugar de manera plena. Todo país tendrá tanta fortaleza como sólida sea su juventud y por ello se requiere de esfuerzos considerables para ofrecer a ésta las condiciones necesarias para un desarrollo integral donde se articulen el estudio, el deporte y la cultura. La educación y el trabajo constituyen el medio y el ambiente donde se forman y se expresan las capacidades antes mencionadas.

El pasado 12 de agosto se celebró el Día Internacional de la Juventud. Como es común en ese tipo de conmemoraciones, alrededor del mundo se llevó a cabo infinidad de actos, resaltando la relevancia que tiene este periodo de la vida de los individuos, tanto para el presente como para el futuro de sus respectivas sociedades. Según dan cuenta los diarios y demás medios de difusión, en nuestro país no fue sólo la ocasión para resaltar su importancia, sino para reflexionar y tomar conciencia de las difíciles condiciones a que se enfrentan hoy los jóvenes, expresadas en un contexto en el cual a la falta de oportunidades educativas y laborales se agrega una violencia que parece incontrolable. Las crisis por las cuales ha pasado la economía mexicana en las décadas recientes han contraído el crecimiento económico y reducido tanto los recursos financieros para la educación como la creación de nuevos puestos de trabajo. A eso se ha aunado el deterioro del tejido social y el aumento exponencial en los niveles de delincuencia y criminalidad. A este deterioro, como se sabe, el gobierno actual ha respondido fundamentalmente con la “guerra contra el crimen organizado”, en la cual las fuerzas armadas y los cuerpos policIacos han jugado el papel principal.

Los datos que sobre estos fenómenos proporciona el Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval) ilustran la gravedad de la situación: los jóvenes entre 12 y 29 años que no estudian ni trabajan, los ahora llamados ni-nis, representan casi 23 por ciento del total de 33 millones de mexicanos en ese grupo etáreo. Son los casi 7 millones y medio de jóvenes a quienes se ha referido también en sus declaraciones de la semana pasada el rector de la UNAM. Más aun, cuatro de cada cinco jóvenes de esas edades viven en condiciones de pobreza y vulnerabilidad.

Como desenlace de esas desfavorables condiciones de vida, a las cuales se añade la falta de oportunidades laborales y educativas, se observa que una cantidad significativa de ellos ha delinquido. De acuerdo con información proporcionada por la Procuraduría General de Justicia del DF (PGJDF), entre enero de 2008 y abril de 2010 han sido detenidos 12 mil 821 adolescentes relacionados con alguna conducta criminal, aunado a que en los meses pasados se observó mayor violencia de estos jóvenes. La procuraduría reporta, asimismo, que el delito más frecuente, además del asalto a transeúntes, es el robo en transporte público y, según información de la propia PGJDF, 5 mil 575 jóvenes han sido detenidos por cometer asaltos en microbuses, taxis, Metro y Metrobús.

Además, de acuerdo con un estudio de la Dirección Ejecutiva de Tratamiento a Menores (DETM) del DF, se trata de jóvenes que abandonaron la escuela y se dedican en la mayor parte de los casos al comercio informal e ilegal, que sufren de violencia intrafamiliar, que viven en condiciones de extrema pobreza y en muchos casos son adictos a las drogas y al alcohol. Según la propia DETM, 80 por ciento de los menores en conflicto con la ley han consumido al menos una vez algún estupefaciente, además de que 26 por ciento delinquieron con los efectos de alguna droga, principalmente alcohol, solventes o marihuana.

Los datos anteriores ilustran algunos de los estragos que la falta de oportunidades educativas y laborales, aunado al deterioro de la estructura familiar, ha provocado en muchos miles de nuestros jóvenes. Pareciera que nos hemos acostumbrado a ver y a oír en los titulares de los periódicos y en los noticiarios de radio y televisión las imágenes de jóvenes siendo detenidos por la autoridad, en vez de mostrar muchachas y muchachos que sean reconocidos por sus logros en los terrenos académico, deportivo o artístico. Nuestra clase política no ha sido capaz de comprender —con hechos, no con retórica— que la crítica situación de inseguridad que vive el país debe ser enfrentada también con más educación y trabajo, no sólo con más soldados y policías. Quienes tenemos el privilegio y la responsabilidad de trabajar en las instituciones educativas, debemos continuar nuestros esfuerzos porque este último panorama sea el que prevalezca y el primero se vaya reduciendo significativamente.


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