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En qué creer en tiempos apocalípticos
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 383, pp.7 [2010-09-02]
 

Para nadie es desconocido que, en los tiempos actuales, los valores que durante siglos permitieron —no sin graves y mortíferos conflictos— la convivencia humana han sido puestos en profundo cuestionamiento. Las nuevas e inéditas realidades de las sociedades contemporáneas y la vida en el planeta, cada vez más complejas, han hecho que algunos incluso sean totalmente anacrónicos y obsoletos.

Por ejemplo, en la terrible situación de inseguridad por la que está pasando nuestro país desde hace poco más de una década, hemos visto cómo varios de los valores humanos parecen no tener ningún significado ante las escenas que retratan la más infinita crueldad humana y el desprecio total por el valor de la vida. También la confianza en las instituciones y en el sistema político se ha visto mermada significativamente. Los niveles de impunidad que reflejan la incapacidad del Estado para garantizar el primordial derecho a la seguridad de las personas, han alcanzado niveles que parecen llevarnos al borde del precipicio del caos y la anomia.

En fin, más que nunca parece necesario hacer un replanteamiento de los valores que, hasta hoy, parecían sostener el tejido social, incluyendo los de carácter religioso, pues éstos también son incapaces de responder a fenómenos y acontecimientos actuales como el aborto, la eutanasia, las uniones entre personas del mismo sexo, el cuidado del medio ambiente, la participación creciente de las mujeres en todas las esferas de la vida social y las implicaciones de los nuevos desarrollos en la ciencia, particularmente en las aplicaciones de la medicina, entre muchos otros.

Algunos de estos cuestionamientos y dilemas fueron materia de discusión en el fascinante diálogo realizado hace 15 años entre un laico, el semiólogo italiano Umberto Eco, y un alto jerarca de la Iglesia católica, Carlo María Martini, arzobispo de Milán. El libro, publicado a mediados de la década de los noventa, y que recogió el intercambio epistolar entre estos dos personajes, tuvo un título muy sugerente: ¿En qué creen los que no creen? Un diálogo sobre la ética en el fin de milenio (Madrid, Temas de Hoy, 2001). Entre los temas debatidos en la conversación figuraron la finalidad humana, la relación del hombre con Dios, el rol de la Iglesia en la tierra y su papel de intermediario con el cielo y la discriminación contra las mujeres en esa institución. Una de las preguntas más interesantes fue la que dirigió Martini a Eco, respecto de dónde encuentra el bien un laico, respuesta a la que el semiólogo respondió de una manera muy brillante al desarrollar el tema de la alteridad. Del lado de Eco, uno de sus cuestionamientos fue el de si existe una noción de esperanza que sea común a creyentes y no creyentes y en qué se basa la misma. Cabe señalar que el intercambio epistolar de Eco y Martini fue complementado por las apreciaciones de dos filósofos, dos periodistas y dos políticos.

Inspirándose tal vez en el título de ese libro, la UNAM acaba de organizar el coloquio “Valores para la sociedad contemporánea ¿En qué pueden creer los que no creen?”. En este evento se consiguió reunir a una cincuentena de académicos mexicanos y del extranjero, todos especialistas en distintas disciplinas, para reflexionar en torno de la posibilidad de establecer un sistema de valores que no necesariamente sea religioso. Como es de suponerse, con tan amplia variedad de ponentes, hubo oportunidad de abordar muchas dimensiones y ámbitos de los valores y la ética. En primer lugar, durante la conferencia inaugural, se reconoció que hoy existe un desplome de los valores y que pareciera que éstos “carecen de valor”. Se advierte, además, un declive en términos éticos, sociales, científicos, políticos e incluso estéticos. Hubo un reconocimiento también a la preponderancia de una dictadura de los valores económicos, utilitaristas e instrumentales sobre todos los demás. Superar la crisis antes descrita —se dijo— es un imperativo impostergable de nuestra época, por lo que se requiere de una nueva tabla de valores, entre los cuales no pueden faltar los relacionados con la paz, la racionalidad, el amor, la justicia y la libertad.

Otros valores que fueron considerados imprescindibles para una sociedad plural en la que los ciudadanos compartan los valores de una ética cívica fueron la plena vigencia de la libertad, la igualdad, la justicia, la solidaridad, el respeto, la tolerancia, el diálogo, la generosidad y el compromiso. También se destacó la relevancia que para una moral laica tienen los principios de algunos pueblos originarios como la libre autodeterminación y el cuidado del planeta. No faltaron, por supuesto, quienes recordaron los grandes principios de los filósofos clásicos de Grecia y Roma acerca de la moral y la ética, así como quienes examinaron la vigencia de los valores de grandes religiones como el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Hubo también referencias a filósofos y escritores como Nietzsche, Dostoievsky, Marx e incluso al psicoanálisis y el existencialismo. Como puede verse, la empresa de construir ese sistema de valores es enorme, pero el evento constituyó una contribución muy importante en esa dirección.

Para terminar, resulta pertinente traer a colación una frase de Umberto Eco, extraída del libro en que se plasma su conversación con Carlo María Martini, y que expresa la convicción de que puede existir una noción de esperanza para laicos y creyentes: “sólo si se cuenta con un sentido de la dirección de la historia (incluso para quienes no creen en la parusía —el advenimiento glorioso de Jesucristo al fin de los tiempos—) se pueden amar las realidades terrenas y creer —con caridad— que existe todavía lugar para la esperanza”.


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