Recientemente, entre autoridades educativas del más alto rango en nuestro país, se suscitó una polémica referida al número de jóvenes mexicanos que no estudian ni trabajan (ni-nis). Finalmente, el presidente Felipe Calderón dijo: “yo sí creo que son millones, ésa es mi percepción. El hecho es que son un montón, son muchísimos, más de los que pudiéramos, desde luego, aceptar”. Con esto se desactivó la polémica.

Esta querella entre dirigentes de la educación tuvo un importante logro: el titular del gobierno mexicano reconoció que su administración no ha puesto suficiente atención en los jóvenes ni en las realidades que enfrentan y viven. Además, dejó claro que los servidores públicos que tienen a su cargo el diseño y definición de las políticas gubernamentales de juventud están mal informados, y eso que México fue la sede del Congreso Mundial de la Juventud 2010 y el Estado, su principal anfitrión. Sirva este penoso suceso para que los mexicanos caigamos en cuenta de que la técnica de poder de “ni los veo ni los oigo”, que inaugurara el presidente Salinas en septiembre de 1994, sigue siendo utilizada por las autoridades que tratan de minimizar sus compromisos e ignorar sus responsabilidades.

Y la ya instituida técnica de falta de visión y escucha también la aplican los gobernantes a quienes nos dedicamos al estudio, investigación y comprensión de la juventud y a quienes nos afanamos por dar cuenta de las condiciones de existencia y agenciamientos que llevan a cabo los y las jóvenes mexicano(as). De no ser así, el titular de la SEP no habría cometido un error tan evidente; menos aun cuando a su cargo está el Instituto Mexicano de la Juventud (Imjuve), al cual corresponde ser cabeza de gestión en cuanto a políticas dirigidas a este sector de la población.

Los estudios hechos a partir de los resultados de las dos encuestas de juventud hasta ahora realizadas en México, y que estuvieron a cargo del Imjuve, habían señalado ya que son muchos los/las jóvenes que no están teniendo acceso ni filiación a las instituciones que, como la escuela y el trabajo, todavía, ofrecen posibilidades de emancipación, aunque muchas veces sean mínimas.

No es ningún secreto que la mayoría de quienes actualmente ocupan puestos en el gobierno se encuentran adheridos a la ideología que exige sustituir toda referencia del pasado y construir un presente flexible e individualista. Lo que parece entonces es que, consecuentes con esta forma de pensar, las actuales autoridades gubernamentales echaron por la borda el conocimiento acumulado y están haciendo caso omiso de los acuerdos conceptuales y de los debates que han nutrido el pensamiento sobre juventud en México y en la región latinoamericana. Tampoco han entendido la importancia de que el desarrollo de políticas públicas en torno de la condición juvenil se apoye en los saberes, la opinión informada y el pensamiento reflexivo. En fin, ¡por eso estamos como estamos!

Es bueno decir que la investigación en juventud, para el caso de México, constituye un campo (en el sentido que le dio Pierre Bourdieu) disperso pero consolidado. Los llamados “juvenólogos” provenimos de diversas disciplinas y, por lo general, estamos insertos en instituciones fragmentadas. Lamentablemente, todavía es la fecha en la que las principales instituciones de educación superior del país carecen de un instituto, centro o programa de investigación dedicado a la indagación sobre juventudes. Es de hacer notar, sin embargo, que la UNAM acogió, en un seminario (de Investigación en Juventud, SIJ), al núcleo de investigación que fungía como gestor del campo en el Imjuve. Mucho se ha logrado por medio de este seminario, con todo y que todavía carece de seguridad institucional.

Algunas propuestas teóricas y metodológicas, así como hallazgos empíricos, han surgido de la “escuela mexicana de investigación en juventud”. Varios han sido los enfoques, pasando por el análisis de las condiciones que estructuran la sociedad y las culturas (género, etnia, clase, por ejemplo); el abordaje de la dupla inclusión-exclusión (educación, trabajo, empleo, sus múltiples cruces, relaciones, trayectorias y distribución de capitales); el estudio de las formas como los jóvenes construyen sus familias y hogares; el análisis de lo político; la indagación sobre culturas juveniles; la búsqueda de comprensión sobre las territorialidades y desterritorialidades; la investigación de sus afectividades, de la sexualidad, así como de las expresiones corporales, los valores y creencias, los consumos y las prácticas, la construcción y reconstrucción de identidades, etcétera. ¡Tantos enfoques y temas! Y todo esto se intercepta con la condición juvenil en el país desde perspectivas de análisis estadísticos y/o de los de corte más etnográfico.

De cara a lo que mostró la polémica por la cifra de los jóvenes ni-nis, se debe aceptar que hablar de juventud, como autoridad, exige no hacerlo desde el conocer simulado ni desde la banalidad. Claro está que, si sólo se trata de charlas de café o de emitir opiniones sobre temas y cosas con los que uno no está comprometido, se pueden usar palabras como las que pronunció el presidente, aclarando que lo que se dice tiene fundamento en percepciones y no en conocimiento. A quienes se interesen por saber cuáles son los temas más apremiantes que se deben incluir en una agenda sobre la situación juvenil en México y quieran asomarse a una recuperación crítica del campo de estudio de la juventud en el país, les recomiendo leer la excelente obra de reciente aparición titulada Los jóvenes en México, coordinada por Rossana Reguillo. Este texto forma parte de la colección Biblioteca Mexicana del Fondo de Cultura Económica y fue publicada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.