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Los primeros 100 años de la UNAM: lo realizado y lo que falta
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 386, pp.23 [2010-09-23]
 

Además de todo lo que se ha escrito en estos días acerca de los 100 años de la UNAM, para quien ha estado en la institución por más de tres décadas resulta difícil no festejar y conmemorar todo un siglo de vida institucional. Por esa circunstancia, no se puede ser ajeno a reconocer y ensalzar la historia y los logros de la Universidad Nacional.

Se reconoce y se siente orgullo de pertenecer a una universidad que ha sido de las tres primeras (junto con la de Santo Domingo y la de San Marcos) en ser fundadas en el Nuevo Mundo. Cómo no enorgullecerse de lo que apuntaba el historiador José E. Iturriaga: “cuando la capital de la Nueva España ya tenía, en una sola calle, la primera universidad, la primera imprenta y la primera Academia de Bellas Artes del continente americano, todavía los búfalos pastaban con desenfado en Manhattan”.

También es innegable el reconocimiento de sus contribuciones a la vida social, política y económica en la historia reciente del país. En este sentido, por ejemplo, su participación ha sido crucial en la creación y el desarrollo de la educación pública, la construcción del sistema de salud, la infraestructura en caminos, carreteras, puentes, presas y la obra pública en materia de ingeniería, así como el sistema jurídico, entre otros.

Además, ha contribuido de manera decisiva en la creación de mucho de la infraestructura científica con que cuenta el país, amén de su apoyo en la creación de diversos centros de investigación y algunas instituciones de educación superior. Mención especial merecen sus responsabilidades en el Servicio Sismológico Nacional, el Jardín Botánico y el Observatorio Astronómico, así como el resguardo de la Biblioteca y Hemeroteca nacionales. Las diversas manifestaciones de la cultura y las artes son también un elemento muy destacable.

A todo esto habrá que agregar, por supuesto, los miles de profesionistas que han sido formados en sus facultades y escuelas a lo largo de sus diez décadas de existencia, y que, en las más variadas disciplinas, han ayudado a forjar el México que hoy conocemos.

Durante muchos años y también en la actualidad, aunque en menor medida, ha sido el vehículo más importante de movilidad social. Quienes pasan por sus aulas, así sea por periodos cortos, han abierto sus horizontes de una manera significativa. El patrimonio que la UNAM ha venido consolidando con el paso de los años se ha convertido en uno de los más importantes del país: los edificios del Centro Histórico, la Ciudad Universitaria (declarada como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO) y algunas instalaciones localizadas en diversas localidades del territorio nacional, constituyen ejemplos muy destacados.

No obstante, algunos de sus detractores podrán decir que todos estos recursos, materiales y humanos, han sido acumulados gracias al centralismo que ha caracterizado a México durante siglos. Otros podrán decir también que esto ha provocado la existencia de una institución enorme y cada vez más difícil de manejar.

El camino que la institución recorrió desde su pasado colonial y en la época moderna no ha estado exento de vicisitudes y periodos de crisis. Es bastante conocida la historia de inestabilidad institucional que experimentó durante buena parte del siglo XIX, cuando sufrió clausuras y reaperturas en la alternancia de los gobiernos liberales y conservadores, que caracterizó la vida política del país. Durante ese periodo, permaneció cerrada durante casi 50 años, hasta su reapertura en la primera década del siglo pasado.

Dado que su reinauguración como Universidad Nacional ocurrió en las postrimerías del régimen porfirista, tuvo grandes dificultades para sobrevivir durante los agitados años de la lucha revolucionaria. La consecución de la autonomía, que siguió la influencia del movimiento de Córdoba de finales de la segunda década del siglo XX, se vio enfrentada, pocos años después, a la decisión gubernamental de retirar su financiamiento y su carácter de institución nacional. Así, la década de los treinta y principios de los cuarenta fue un periodo de inestabilidad, que sólo terminó cuando se pudo conseguir una nueva Ley Orgánica.

La consecución de ese instrumento legal le dio la estabilidad institucional que requería para cumplir con sus funciones de docencia, investigación y difusión. Así, durante más de dos décadas, se fue consolidando como la institución más importante en la vida educativa y cultural del país. Su planta docente, y de investigación, junto con las instalaciones de la Ciudad Universitaria, constituyeron los elementos para la consolidación institucional. No obstante, diversos conflictos aparecieron de vez en cuando, para mostrar que el factor político no estaba ausente de la vida académica.

Durante 1966, en el ámbito interno, y en 1968, en el nacional, tuvieron lugar confrontaciones que afectaron la vida de la institución. La segunda de ellas ha sido la más fuerte que la UNAM ha tenido con el gobierno federal. Como se sabe, el movimiento estudiantil de ese año, en el cual participaron también otras instituciones de educación superior, terminó trágicamente con la represión gubernamental.

La década de los años setenta se caracterizó por la expansión de la educación superior y la expansión del movimiento sindical universitario. Se crearon varias universidades públicas en varias partes del país, incluyendo la Ciudad de México, y los intentos por crear un gran sindicato nacional de trabajadores académicos y administrativos fueron impedidos por la acción del gobierno federal.

Sin embargo, también en esos años se llevaron a cabo importantes innovaciones en la UNAM, como fue el caso de la creación del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), las Escuelas Nacionales de Estudios Profesionales (ENEP) y el Sistema de Universidad Abierta (SUA). También en esa década se amplió considerablemente la infraestructura de diversos centros e institutos de investigación científica, tanto en la Ciudad Universitaria como en otros puntos de la república.

En los años ochenta continuó la expansión de la matrícula, pero el financiamiento federal se vio fuertemente restringido por las penurias de la economía nacional derivadas de la crisis económica de 1982. Toda esa década estuvo marcada por la baja inversión gubernamental en materia educativa. Poco después de la mitad de ese decenio (1986-1987), la institución se vio envuelta en un conflicto de grandes dimensiones, derivado de la intención de realizar cambios a diversos reglamentos por parte del entonces rector, Jorge Carpizo.

Como se recordará, el movimiento estudiantil culminó con la firma de un acuerdo que incluía la realización de un Congreso Universitario que transformaría la institución con la participación plena de la comunidad. Sin embargo, la falta de consensos para la reforma institucional impidió que ocurrieran cambios considerables.

Un largo conflicto estudiantil provocado por la pretensión del rector Francisco Barnés de Castro de elevar el reglamento general de pagos, estalló al finalizar la década de los noventa. Fue éste uno de los problemas más graves por los que ha atravesado la institución en su vida institucional. Para terminarlo, también se dio la intervención de la policía en el campus universitario y se detuvo a los principales líderes del movimiento, que había alcanzado altos niveles de radicalidad.

Luego de ese conflicto, la UNAM ha recobrado la normalidad institucional y la estabilidad le ha permitido desarrollar de modo muy importante sus funciones sustantivas. En los años recientes la relevancia de las actividades de la institución ha recibido diversos reconocimientos en los niveles nacional e internacional.

Sin embargo, más allá de los logros que no es posible escatimar, subsisten rezagos y limitaciones que es necesario reconocer. Entre ellos se pueden mencionar el desigual desarrollo académico entre algunas facultades ubicadas en la Ciudad Universitaria y en las unidades periféricas (Facultades de Estudios Superiores). En estas últimas se dan casos en que el número de profesores de tiempo completo es bajísimo, en comparación con sus contrapartes ubicadas en el campus central. Asimismo, las actualizaciones y reformas curriculares en algunas facultades han sido muy difíciles de realizar. Se tiene el caso de algunos programas de estudios de licenciaturas que se han modificado sólo después de varias décadas de esfuerzos por alcanzar consensos en los cambios. Más aún, hay casos en que los cambios y adecuaciones no han tenido la profundidad necesaria para estar al ritmo de los cambios en el mercado laboral o en los avances disciplinarios.

Otra transformación que ha resultado muy complicada es la reforma al Estatuto del Personal Académico (EPA), cuyo proceso de revisión está apenas concluyendo, luego de más de seis años de discusiones en una comisión especial formada por más de 100 académicos.

En este mismo tenor, uno de los problemas más complejos que enfrenta la institución es la renovación de su planta académica de tiempo completo. Es ésta, por cierto, una cuestión que preocupa al resto de las instituciones públicas de educación superior de todo el país.

En el caso concreto de la UNAM, la incorporación de nuevos profesores e investigadores al personal académico se dificulta por el bajo monto de las pensiones del sistema federal. Los ingresos que se obtienen por la jubilación representan, para el personal de tiempo completo, la pérdida de dos terceras partes del salario que está compuesto por el salario base, más la antigüedad y los estímulos al rendimiento. A estos últimos se agrega la percepción mensual que obtienen quienes pertenecen al Sistema Nacional de Investigadores (SNI). La solución de este problema implica, por otro lado, la constitución de un fondo que permita elevar significativamente el monto de las jubilaciones.

Ante las restricciones presupuestarias que se viven en los tiempos actuales, el esfuerzo institucional parece enorme. De no resolverse esta situación, la incorporación de nuevos investigadores y docentes seguirá postergándose e incluso, para algunos de los nuevos graduados de maestrías y doctorados, representará renunciar a la carrera académica o la búsqueda de oportunidades en instituciones fuera del país.

De modo que, frente a la legítima y plausible ocasión de conmemorar y celebrar los primeros 100 años de vida institucional como Universidad Nacional, también es el tiempo de reflexionar sobre los enormes retos que la UNAM tiene ante sí para vencer los rezagos y las limitaciones que le dificultan alcanzar su pleno desarrollo.


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