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Mitos de la internacionalización
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 401, pp.13 [2011-02-10]
 

Para algunas universidades e instituciones de educación superior (IES), la internacionalización ha sido una de las actividades normales en su accionar institucional. Por muchos años, la docencia, la investigación y la difusión han implicado para esas instituciones el intercambio de académicos, estudiantes y artistas de países cercanos y lejanos. Sin embargo, para otras, ha sido un fenómeno que se remonta apenas a las pasadas dos décadas e incluso al primer decenio del presente siglo. En algunos casos, la internacionalización ha sido un proceso naturalmente derivado de su vida académica y, en otros, ha sido inducido de manera interna o externa con la finalidad de “estar a la altura de los tiempos” o de ponerse al día con una realidad marcada por un contexto cada vez más globalizado. De modo que el proceso en cuestión ha sido alabado por unos y denostado por otros.

Jane Knight, una de las especialistas más reconocidas en el tema, ha publicado recientemente un pequeño artículo (International Higher Education, núm. 62, 2011), en el cual señala que en los años recientes se ha desarrollado una serie de mitos acerca de la internacionalización, los cuales requieren explicación y discusión. El primero de ellos consiste en que “un mayor número de estudiantes extranjeros en el campus provocará una cultura institucional más internacionalizada”.

Knight considera que si bien esa puede ser la expectativa de algunas universidades e IES, la realidad es diferente, pues en muchas instituciones los estudiantes internacionales se marginan social y académicamente y con frecuencia experimentan tensiones étnicas o raciales.

Por otra parte, en diversas ocasiones los estudiantes locales se resisten o, al menos, permanecen neutrales en cuanto a participar en proyectos académicos compartidos o a integrarse socialmente con estudiantes extranjeros, a menos que así lo indiquen los programas académicos. A su vez, los estudiantes internacionales tienden a agruparse e irónicamente, con frecuencia, tienen una experiencia intercultural más significativa en la universidad que los estudiantes locales, sin involucrarse significativamente con la cultura del país huésped.

La autora considera que si bien la internacionalización es una razón bien intencionada, a veces sirve para enmascarar otros motivos, tales como la obtención de ganancias económicas o el propósito de mejorar la posición institucional en los rankings mundiales.

El segundo mito, de acuerdo con Knight, descansa en la creencia de que “cuanto más internacional es una universidad —en lo que se refiere a estudiantes, académicos, currículum, investigación, acuerdos y membresía en redes académicas—, mayor será su prestigio”. Esto se asocia a la falsa noción de que una sólida reputación internacional es un equivalente de la calidad institucional.

Los casos de IES con cuestionables procesos de admisión y requisitos de egreso y titulación que dependen significativamente de las ganancias económicas de sus estudiantes internacionales, constituyen una evidencia concreta de que la internacionalización no siempre se traduce en una mejor calidad o en altos estándares. Esta situación se complica aun más por la búsqueda de mejores posiciones en rankings como el Times Higher Education o el Academic Ranking of World Universities.

Lo que constituye el tercer mito es creer que “una universidad o IES con mayor número de acuerdos internacionales o de pertenencia a redes, se convierte en una institución más prestigiada y atractiva frente a otras instituciones”. Pero la realidad muestra que esto no es así, pues mantener relaciones institucionales activas y fructíferas requiere una inversión importante de recursos humanos y financieros por parte del personal académico, departamentos y oficinas de asuntos internacionales.

Frecuentemente, la larga lista de socios internacionales refleja acuerdos en el papel, no asociaciones reales. En muchas ocasiones la cantidad se considera más importante que la calidad y la lista de acuerdos internacionales se utiliza más como un símbolo de estatus que como un registro de colaboraciones académicas funcionales.

El cuarto mito consiste en que “entre más constancias de acreditación a nivel internacional tenga una institución —especialmente de agencias acreditadoras norteamericanas y, sobre todo, en las áreas de ingeniería o en administración de empresas—, tendrá un carácter más internacional y, por tanto, será una mejor universidad”. Knight subraya, en este sentido, que el reconocimiento de una agencia de acreditación foránea no tiene relación con el alcance, escala o valor de las actividades internacionales relativas al aprendizaje y la enseñanza, investigación y servicio a la sociedad, sea por medio del compromiso público o de la empresa privada.

Por último, el quinto mito identificado por la autora se refiere a la incorrecta suposición de que “el propósito de los esfuerzos de internacionalización de una universidad es mejorar su posición a escala global”. En esto se confunde lo que es una campaña internacional de mercadotecnia con un plan de internacionalización. En el primer caso se trata sólo de una promoción y en el segundo, de una estrategia que integra las dimensiones internacional, intercultural y global con las metas y las funciones de docencia, investigación y servicio de una universidad.

De esta forma, es un mito que un esquema internacional de mercadotecnia equivalga a un plan de internacionalización. Lo anterior no significa, sin embargo, que una agenda de internacionalización estratégica y exitosa pueda conducir a una mayor visibilidad internacional. En este sentido, el reconocimiento no es el objetivo principal, sino su resultado.

Si bien estos cinco mitos no son los únicos que ocurren en los tiempos actuales, la importancia de identificarlos y discutirlos constituye una herramienta importante para estar conscientes de los efectos intencionales o inesperados de la internacionalización en una época en la cual la competencia, los rankings y la comercialización parecen ser las fuerzas del cambio institucional en la educación superior.

Para el caso mexicano, estos aspectos también merecen ser difundidos y debatidos, tanto en las instituciones públicas como en las privadas, pues un número no desdeñable de ellas ve en los procesos de internacionalización la panacea para ser consideradas instituciones de “clase mundial”, sin prestar la atención suficiente a la mejora efectiva de sus funciones sustantivas de docencia, investigación y difusión.


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