En un número anterior de Campus abordé la problemática social del "primer empleo", ponderando la manera como, a través de éste, los jóvenes se convierten en agentes de instalación y reproducción del nuevo capitalismo. Porque, en México, las y los jóvenes están pasando a formar parte de la población ocupada en condiciones que están dotando al "capitalismo flexible" de todas las capacidades y legitimidades que necesita para instalarse de lleno y a sus anchas.

Pero para que surta efecto la estrategia de convertir a los jóvenes en agentes del nuevo capitalismo, es necesario que aparezca en la vida "el fantasma de la inutilidad", como lo llama Richard Sennett. Conforme pasan los años, los trabajadores, todos, deben mantenerse preocupados por no parecer decadentes, estancados, debilitados o lentos, pues a partir de que se ingresa al primer empleo, siempre existe la posibilidad de que éste se convierta en el último.

Y es justamente al avanzar la edad cuando los poderes del nuevo capitalismo intervienen de una forma particularmente destructiva de los vínculos y las solidaridades entre las generaciones: se culpa a los mayores de estar ocupando lugares en el mercado de trabajo formal que podrían convertirse en empleos para jóvenes. Es así como el ethos de la innovación, la sustitución y el recambio, propio del nuevo capitalismo, juega su papel: resta valor a la experiencia a medida que ésta se incrementa, llegando incluso a considerarla inútil y hasta un estorbo, consideración que se aplica también a las personas mayores

Son muchas las razones causantes de que, bajo los valores y principios que hoy rigen la operación del nuevo capitalismo, las personas con experiencia sean consideradas un estorbo. Sin duda, forma parte de estas razones la obsolescencia de los conocimientos que fueron adquiridos en el sistema educativo en tiempos que cada vez se van haciendo más lejanos. También es cierta la necesidad de reciclaje que sufren las habilidades y las competencias adquiridas durante trabajos pasados, ante la aparición de las nuevas formas de pensar y de hacer las cosas. Pero el mayor estorbo que ofrece la experiencia al nuevo capitalismo se debe a que las personas que la poseen vivieron épocas cuando el derecho laboral y la responsabilidad pública se valoraron y procuraron y, por lo tanto, suelen resistirse a la imposición de los modelos de "independencia" que ofrece este nuevo régimen. Por lo tanto, la sustitución por jóvenes es una opción no sólo más barata (se les suele pagar menos), más conveniente (se convierten en agentes), sino que al mismo tiempo es menos problemática.

Desde los inicios del capitalismo dar importancia a la juventud, así como procurar cabida a las mujeres, ha sido cuestión de conseguir mano de obra barata. Esta cuestión prevalece, sin ninguna duda, en la nueva fase del capitalismo. La diferencia estriba, tomando otra vez ideas de Sennett, en que en el régimen económico que hoy está buscando instalarse, los atributos que hacen más atractiva a la juventud respecto de los mayores pertenecen más a los prejuicios sociales: se relaciona directamente la flexibilidad con la juventud y la rigidez con el paso del tiempo. Así, en un mundo flexible, los jóvenes representan la ductilidad y la liquidez y, por lo tanto, pueden ser agentes trasmisores; las personas de edad, en cambio, se resisten a los cambios y son consideradas obsoletas e inútiles.

Después de haber reflexionado sobre lo anterior y tomando en consideración que el debilitamiento de "lo público" representa una necesidad para el nuevo capitalismo, cabe la siguiente pregunta: ¿conviene a las universidades, centros e institutos de investigación y docencia de carácter público del país dar oídos al clamor que aconseja jubilar a sus investigadores y profesores con experiencia? Porque la pérdida de académicos que cuentan con largas y consolidadas trayectorias se muestra inconveniente, cuando justamente estos académicos han sido, en mucho, lo que distingue y ha colocado a algunas universidades públicas mexicanas entre las mejores del mundo.