Regresé de la ciudad de Oaxaca. Junto con mis compañeros del Seminario de Educación Superior de la Universidad Nacional Autónoma de México fui invitada por académicos de la Universidad Autónoma Benito Juárez (UABJO) para participar en un encuentro cuyo propósito fue dialogar acerca de la universidad pública. La experiencia me fue gratificante, no sólo por la cantidad de aprendizajes, preguntas y certezas que obtuve del diálogo.
Después de haber vivido esta experiencia, no me queda duda de que los mexicanos no podemos dilatar la acción de rescatar “lo público” de las fracciones y grupos hegemónicos que lo han privado de su esencia, de su significado y, por lo tanto, de su pertinencia.
En Oaxaca, lo que me quedó bien claro es que el gobierno le ha arrebatado la voz a la sociedad. Exagerando su paternalismo, no ha dejado que la universidad y la sociedad construyan por sí mismas su relación. A tal grado ha sido su interferencia que hoy muchos piensan que su carácter público lo debe la universidad al hecho de que “es del gobierno”.
En la actualidad, en Oaxaca y prácticamente en todo el país, la relación entre la universidad pública y la sociedad está pasando por una crisis que toma urgente poner en su lugar “al suegro incómodo”.
Tanto la universidad como la sociedad tienen mucho que hablar sobre sus actuales necesidades y deseos y, como su relación es añeja, deben esclarecer su historia para hacer a un lado insatisfacciones, decepciones y hasta infidelidades mutuas. Si no lo hacen así, será imposible que la relación entre la universidad pública y la sociedad mexicana se sostenga sana.
Hoy en nuestro país, como en el mundo, el ambiente se encuentra cargado de rumores que anuncian que la sociedad está buscando dar por terminada su relación con la universidad pública.
Conviene recordar aquí que está relación tiene sus orígenes en la mutua conveniencia: la sociedad necesitó que la universidad para erigirse como sociedad moderna –que finca su existencia en la razón-, y la universidad le debe la existencia misma a la sociedad. Estando así las cosas, queda claro que la balanza del poder está inclinada hacia la sociedad y que la universidad tiene todo que perder, si la relación se disuelve.
F. Tönnies definió a la sociedad como una “unión de uniones en tensión”. Las uniones devienen entre individuos que forman grupos y la tensión del reconocimiento de la existencia de intereses particulares.
Por su parte, la unión de uniones surge de la voluntad de estar juntos que es lo que otorga significado a “lo público”, mismo que se constituye en espacio de encuentro de la diversidad.
Cabe preguntar, si en los actuales tiempos caracterizados por la fragmentación y la desmodernización de la sociedad en México, ¿se pueden reconocer acuerdos sociales orientados a alcanzar un futuro deseado por todos, desde donde se proyecte la voluntad de los mexicanos de querer seguir juntos? Si la respuesta es sí, no puede caber duda ya de la pertinencia actual de la universidad pública y de la importancia que tiene para la sociedad mantener y cuidar su relación con ella.
La respuesta positiva a la pregunta anterior se encuentra en el tema de la soberanía nacional y, por lo tanto, de la autodeterminación sin la cual es imposible hablar de democracia.
Ésta se ha convertido en el acuerdo explícito al cual debe orientarse la evolución de la sociedad mexicana. Entonces, lo que hoy define y construye la identidad propia de la universidad pública en México es su orientación hacia la democracia. Además, en el mundo actual dominado por los mercados internacionales la sociedad está pidiendo a sus instituciones públicas:
1) Compromiso y fortalecimiento de la democracia; 2) procuración de la equidad; 3) aceptación del reto de la competitividad; 4) combate a la pobreza; 5) desarrollo y respeto de la multiculturalidad y promoción de la interculturalidad, y 6) desarrollo de una racionalidad alternativa, basada en el respeto a la naturaleza.
Estas demandas constituyen la esencia de la utopía que hoy se plantea la sociedad mexicana. La universidad pública tiene el encargo de generar los individuos que le corresponden, que son, en primer lugar y ante todo, capaces de crearla, hacerla funcionar y de reproducirla.
Así, hemos llegado a un punto desde donde se comprende que no puede haber sociedad democrática sin universidad pública. Esperemos que la sociedad, y sus fracciones, también lo comprendan, pues para que la universidad pública pueda lograr su cometido, la sociedad mexicana deberá comprometerse a:
1) Reconocer y valorar el pensamiento crítico; 2) fortalecer y respetar la autonomía; 3) procurar para la universidad recursos y apoyos suficientes por la vía del presupuesto público, y 4) respetar la ética de la competencia (limpia).
La simple conciencia de que la sociedad y la universidad pública se necesitan mutuamente debe ayudar a que estudiantes, profesores e investigadores de estas universidades recuperemos la confianza en lo que somos y significamos para nuestro país: los encargados de lograr en México la democracia efectiva en un marco de respeto a la naturaleza, las culturas y a la humanidad misma.
En congruencia con ello, iniciemos la construcción de nuevos acuerdos entre la sociedad y la universidad pública.