La semana pasada iniciamos una reflexión sobre la tendencia de las universidades privadas hacia la adopción y adaptación de fórmulas de propiedad, gestión y manejo de la relación oferta-demanda de carácter eminentemente empresarial. ¿Qué tiene de extraño o de cuestionable que una organización de carácter privado, así sea de propósito educativo, se aproxime al modelo gerencial de la empresa? En el fondo nada, salvo que, por un lado dicha tendencia irrumpe desafiante contra el modelo histórico proyectado y construido por la universidad privada tradicional, y por otro, provoca efectos de distorsión en el plano del sistema educativo superior en su conjunto.
La primera cuestión a considerar es, entonces, cómo y en qué medida la universidad-empresa modifica el perfil histórico de la educación superior privada en México. Las primeras universidades particulares del país surgieron como una respuesta, principalmente ideológica, al monopolio estatal, y como una alternativa ante la política educativa de los gobiernos nacionalistas de los años treinta. En tal contexto se sitúa la creación de la Universidad Autónoma de Occidente (1935), luego Universidad Autónoma de Guadalajara, el México City College (1940), después Universidad de las Américas, el Tecnológico de Monterrey (1943), el Centro Cultural Universitario (1943), posteriormente Universidad Iberoamericana, y el Instituto Tecnológico Autónomo de México (1946). Antes de esas instituciones, pilares de la educación particular en México hasta el presente, la oferta privada estaba circunscrita a unas cuantas escuelas especializadas, como es el caso de la Escuela Libre de Derecho (1912) y la Escuela Bancaria y Comercial (1929).
Hasta entrada la década de los ochenta, el conjunto de instituciones privadas fungía como un enclave social dentro del mapa institucional dominado por la opción pública. En ese momento, dentro del sector privado se distinguen claramente dos segmentos, el de universidades y escuelas vinculados a grupos industriales o financieros y el de instituciones relacionadas con grupos eclesiásticos. En ambos, no obstante, está presente la intención de forjar una capa de profesionales con capacidades de dirección dentro del ámbito de la iniciativa privada, ya sea en el ejercicio libre profesional o como ejecutivos de empresa. A los valores del liberalismo se aúnan los del catolicismo, marcando entre ambos la impronta ideológica de las particulares.
En la segunda mitad de los ochenta y durante la década siguiente, el subsistema privado alcanza una velocidad de crecimiento sin precedente. En parte debido a estrategias de expansión territorial, como es el caso del ITESM, la Iberoamericana, La Salle y la Universidad del Valle de México, en parte por la presencia de nuevas instituciones universitarias, sobre todo en los estados, y por último en virtud de la aparición y proliferación de las escuelas “patito”.
La expansión de la oferta privada guarda relación, desde luego, con las políticas de educación superior de los gobiernos del período. La administración del presidente De la Madrid hizo retroceder significativamente la porción de gasto público destinado al sector. En el período presidencial de Salinas de Gortari se tomó la desafortunada decisión de contener el crecimiento de las universidades públicas que habían alcanzado determinado nivel de matrícula, política que afectó especialmente a las principales áreas metropolitanas del país. Durante la gestión de Zedillo Ponce de León la reactivación del crecimiento se dio mediante la creación de unidades en el segmento tecnológico. En ese contexto, la iniciativa privada encontró un nicho de oportunidad muy fértil.
El fenómeno de crecimiento restó homogeneidad social y consistencia ideológica al segmento, y sentó las bases para una dinámica de competencia intrasectorial. Por primera vez, las privadas ocurrieron al mercado con argumentos precio-calidad para captar una demanda que el sector público no estaba en condiciones de atender. El discurso de la “excelencia” educativa, la adaptación de métodos de calidad total y modelos de planeación estratégica para la gestión institucional, así como las primeras propuestas de certificación externa, hicieron su aparición en el escenario primero en el sector de las particulares y más adelante entre las públicas. Otro tanto puede afirmarse del uso de herramientas de marketing para la promoción de las ventajas comparativas de cada institución.
Más adelante harían su aparición nuevos instrumentos para asegurar la viabilidad financiera de las privadas, por ejemplo la diversificación de actividades (venta de productos y servicios), la intensificación del outsourcing en diversas áreas (servicios de mantenimiento, comedores y cafeterías, transporte, enseñanza de inglés y cómputo, entre otras), las primeras experiencias de co-inversión con capitales nacionales y extranjeros, y otros esquemas de financiamiento por la vía del crédito. Además se incursiona, por cierto exitosamente, en la oferta de postgrado, sobre todo en la opción de diplomados, maestrías y cursos de actualización. A partir de su transición empresarial, la noción de rentabilidad se convierte en el elemento fundamental de la gestión institucional de las privadas. Se repiten los casos de programas cancelados por no ser rentables y, salvo excepciones, se abdica de las posibilidades de desarrollar investigación básica.
En resumen, las universidades privadas se están transformando en un sentido empresarial. Algunos de los mecanismos de esta evolución han conseguido colonizar el espacio del sistema público. Frente a ello, seguimos careciendo de instrumentos de regulación suficientes y eficaces. Lo veremos la próxima semana.