Lo más probable es que la mayoría de los/las jóvenes y los/las estudiantes de hoy no conozcan la canción escrita por la chilena Violeta Parra, la cual comenzaba con la frase que puse como título a este artículo; el nombre de la canción es “Me gustan los estudiantes”. Como yo sí tengo edad para recordarla, interpretada por Mercedes Sosa, me encanta, hago lo mismo que en días pasados hizo Silvio Rodríguez, dedicarla a los estudiantes que se están movilizando para manifestarse en contra de la mercantilización y privatización de la educación.
Silvio Rodríguez dedicó e interpretó él mismo la canción y la subió a YouTube. Como yo no puedo hacer lo mismo, hago una invitación para que la escuchen, reflexionen la letra y disfruten su marcado ritmo latinoamericano. Cito la parte que más me gusta: “me gustan los estudiantes porque levantan el pecho, cuando les dicen harina sabiéndose que es afrecho, y no hacen el sordomudo cuando se presenta el hecho…”.
Sin duda, los y las estudiantes que hoy se manifiestan contra la mercantilización educativa escuchan otra música, pues forman parte de la cultura joven actual a la que, como sabemos, se le han achacado un sinnúmero de atributos, entre los cuales destaca la adscripción a la cultura del consumo, definida ésta por la falta de compromisos sociales y políticos, el hedonismo y la necesidad de la sensación y de la satisfacción inmediatas.
Sin embargo, este tipo de afirmaciones generalistas sobre los y las jóvenes contemporáneos(as) no concuerda con la figura que proyectan los/las estudiantes que, en los tiempos que corren, se están oponiendo y combatiendo abiertamente al neoliberalismo.
Lo que está sucediendo en los mundos juveniles, particularmente en los estudiantiles, muestra de manera contundente que la apatía ante lo político y la política no es característica predominantes de todos(as) los/las jóvenes. Cuando menos los y las estudiantes, que están reivindicando y exhibiendo su identidad como tales, han tomado la palabra y el compromiso de no renunciar a la memoria de la figura a la cual representan, ni al derecho de participar en la construcción del futuro.
Los/las estudiantes movilizados(as) por la defensa de la educación pública y en contra de su mercantilización están dando testimonio de que en los espacios educativos habitan, todavía, la crítica y la esperanza y de que, independientemente de que quienes llegan a la educación superior puedan ser identificados como miembros de una reducida élite, en el objetivo de sus movilizaciones está presente la solidaridad con todos(as) los/las jóvenes, pues la esencia de su descontento es el monopolio, de unos pocos, sobre las oportunidades de vida para todos(as).
En efecto, los/las estudiantes movilizados(as) son evidencia de que, contrariamente a lo que tanto se ha dicho, ellos y ellas no sólo esperan que los mantengan sus familias, ni les importa únicamente que la universidad les otorgue un título. Han declarado que no quieren ser elementos mercantiles y están en busca de un sentido colectivo; luchan por la educación porque quieren contribuir a darle forma y significado humano y social al mundo en el cual viven.
En un momento histórico como el de hoy, en el que somos muchos quienes cuestionamos y nos quejamos de los efectos del neoliberalismo, los y las estudiantes han tomado la delantera tratando de impedir, con sus acciones, que los gobiernos sigan impulsando y abanderando este sistema económico.
No es casual que sea Chile donde están acaeciendo con fuerza y mayor frecuencia que en otros países del mundo los movimientos estudiantiles, pues encabeza las economías de libre mercado en América Latina.
El caso de México es emblemático porque nuestro país, durante las dos décadas pasadas, ha estado gobernado por grupos de poder que se han plegado a los imperativos del neoliberalismo. Y aunque muchos han dejado en el olvido que en México se dio el primer movimiento estudiantil contra la mercantilización de la educación, ha llegado el momento de reconocer que el movimiento estudiantil de 1999-2000 se inscribió en el mismo marco de descontento social que encauza los actuales movimientos estudiantiles.
Ahora que estamos por cambiar de presidente, lo sucedido en México, ya hace un poco más de diez años, debe ser traído a la memoria y analizado en el contexto de la defensa, por parte de la juventud mexicana, de la educación pública y de la vocación social de las universidades, públicas y privadas. Hacer esto es urgente y de vital importancia para que quien llegue al gobierno no lo olvide.
Lo acontecido en México, al finalizar el siglo pasado y comenzar el nuevo, representa un hecho histórico que, actualmente lo sabemos, evitó que la UNAM sucumbiera ante los embrujos del mercado y rompiera su compromiso ético y moral con los y las jóvenes de escasos recursos.
Con todo, es innegable que, como país, México sí lo hizo. Así que ahora que los aspirantes a la Presidencia están dispuestos a entrar en competencia y están haciendo promesas y tomando compromisos es ocasión propicia para exigir que se deje atrás el neoliberalismo como ideología, como sistema económico y como propuesta antropológica.
No podemos esperar a que el cambio venga de la pura “voluntad política”. Los/las mexicanos(as), todos(as), tenemos la obligación de tomar la palabra y llevar a cabo acciones para que los gobernantes de ahora y del futuro escuchen las demandas por las que desde hace más de una década se están movilizando los/las jóvenes del mundo, y coloquen como prioridad de sus programas y acciones de gobierno el apoyo a la educación pública.
Ha llegado la hora de ser tajante: quien llegue al gobierno de México debe entender que la lucha de los estudiantes no es por recibir vouchers, créditos, financiamientos o becas, lo que exigen es que con la educación no se lucre. ¡Qué vivan los estudiantes!