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Eduardo Ibarra Colado
Roberto Rodríguez Gómez
Campus Milenio Núm. 511 [2013-05-23]
 

El lunes pasado falleció el doctor Eduardo Ibarra Colado, sin duda uno de los colegas más sólidos, apreciados y queridos en la comunidad de investigadores de la educación en México. Es una lástima.

Su muerte es prematura por varias razones. La primera es que, a la mitad de la cincuentena, era todavía un hombre joven, en plenitud de sus magníficas dotes intelectuales. Además, porque continuaba ejerciendo sus tareas de investigación, docencia y difusión con la misma intensidad que cuando iniciaba su fructífera trayectoria en el medio universitario. “Estamos a la mitad”, me decía hace no mucho, “tal vez más cansados pero no hay que perder el paso, falta mucho por hacer.”

Había logrado cosechar reconocimientos académicos importantes: miembro de la Academia Mexicana de Ciencias, plaza del más alto nivel en la Universidad Autónoma Metropolitana, institución en que cumplió más de treinta años de antigüedad, y también el máximo nivel en el Sistema Nacional de Investigadores. Por cierto, hay que ver cómo le enorgullecía esta última distinción. Recuerdo que al día siguiente en que le comunicaron el ascenso, le tocó presentar una clase en el Curso Interinstitucional de Seminario de Educación Superior de la UNAM. Al finalizar la sesión le dijo al auditorio: “ayer fui designado en el nivel 3 del SNI, lo que me da mucho gusto compartir con todos ustedes.” Por supuesto, se ganó el sincero aplauso de los asistentes.

Pese a esas distinciones, y múltiples premios académicos por su trabajo de investigación, Ibarra jamás se sentó en sus laureles. Muy al contrario mantenía un impresionante ritmo de producción que, al cabo, se plasmaría en decenas de libros de autor o compilaciones, y centenares de artículos, capítulos y ponencias. Principalmente sobre dos temas: el desarrollo teórico de la sociología de las organizaciones, y la problemática de la universidad contemporánea en México y el mundo.

Como profesor dictó arriba de un centenar de cursos de licenciatura y posgrado en la UAM, tanto en la sede Iztapalapa en que inició su carrera académica, como en los planteles de Cuajimalpa y Xochimilco, su última adscripción. También dictó cursos en varias universidades de los estados y dirigió decenas de tesis de licenciatura y posgrado. De su actividad docente se beneficiaron miles de estudiantes en la UAM y era reconocido como un profesor brillante, muy exigente y extraordinariamente cumplido.

Eduardo se consideraba a sí mismo como una “académico en formación”. Siendo un líder en su área de conocimiento, era también un lector insaciable de lo que se producía en México y en otros países sobre los temas que cultivaba. Sin exagerar no conozco a ningún otro colega que manejara la bibliografía al nivel, cuantitativo y cualitativo, en que lo hacía Eduardo. Digo más, era el único que citaba a todos, sin importar que fueran afines o no a su perspectiva académica o postura ideológica. Además seguía tomando cursos formales en temas o teorías que le interesaban, casi uno por año luego de obtener el grado de doctor.

Lo conocí a Eduardo cuando él estaba por terminar su tesis doctoral. Él sabía que yo había publicado un estudio y dictado algún curso sobre Foucault y me propuso como sinodal de su tesis, lo que me obligó a leerla y comentarla con él. Me impresionó mucho, desde la primera revisión. Creo que lo que más me llamó entonces la atención, aparte del conocimiento enciclopédico que demostraba la disertación, era que el texto se integraba por dos volúmenes, de tamaño casi equivalente: uno con los capítulos de la tesis y otro con notas: larguísimas notas que, realmente, formaban un texto paralelo al principal y aclaraban cualquier aspecto que consideraba inconcluso en el trabajo. Impresionante.

La tesis, titulada la “Universidad en México hoy: gubernamentalidad y modernización”, además de valerle mención de honor en el programa de doctorado, fue premiada como la mejor tesis doctoral de la UNAM en ciencias sociales, y como la mejor investigación, en la misma área, dentro de la UAM. Fue publicada en 2001 en coedición UNAM, UAM y UDUAL y fue reimpresa en 2003. Sigue siendo un libro de referencia obligada en el campo de los estudios sobre la universidad, contiene un insuperado estado del arte sobre los estudios políticos y sociológicos del campo universitario en México, y desarrolla una perspectiva de investigación sobre la estructura y dinámica de la organización universitaria de lo más creativo y fecundo que se ha hecho en el país. Además de ser su obra más reseñada ha sido, con todo y su enorme complejidad analítica, el trabajo más citado de Ibarra.

A Eduardo ni le gustaba ni le interesaba trabajar solo. Pese a viento y marea, que ciertamente enfrentó varias lluvias y alguna tempestad en su trabajo, siempre estuvo involucrado en tareas y trabajo académico colectivo. Fundó, con otros colegas, el área de estudios organizacionales de la UAM, el Programa de Investigaciones sobre Educación Superior en México (UNAM-UAM), el Programa la Educación Superior Pública en el Siglo XXI (UNAM-UAM), el Departamento de Estudios Institucionales de la UAM Cuajimalpa, y lideró el cuerpo académico en Estudios Institucionales, Gestión Pública y Desarrollo Social. Como parte de su trabajo en la UAM Cuajimalpa desarrolló el Laboratorio de Análisis Institucional del Sistema Universitario Mexicano (LAISUM), que produjo y mantiene el portal de análisis sobre el desarrollo y coyuntura de las universidades públicas en México más completo y detallado.

Pero de todo cuanto le rodeaba, lo que más le importaba a Eduardo era su familia, el bienestar de su esposa y de sus hijos. Eso siempre estuvo por encima de su propia carrera académica. Vaya para ellos una sentida condolencia.


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