La fórmula “publicas o pereces” (publish or perish) se mantiene en el medio académico con absoluta vigencia. Prácticamente la totalidad de los sistemas de evaluación referidos al personal académico, los programas de posgrado, las instituciones universitarias, o las estructuras de investigación científica, toman en cuenta el número y la calidad de las publicaciones producidas como el indicador central de la producción académica.
La acelerada difusión de rankings universitarios internacionales, que ponderan la actividad de investigación por encima de cualquier otro de ponderación, se ha traducido en la urgencia de contar con indicadores sobre esa dimensión de la práctica. No es un fenómeno exclusivo de los sistemas universitarios de países desarrollados, sino algo que está ocurriendo en todo el mundo.
Por cierto, el publish or perish no es nada nuevo. Ya en 1942 el sociólogo Logan Wilson señalaba en The Academic Man: A Study in the Sociology of the Profession que “el pragmatismo impuesto a la corporación universitaria implica que uno debe de escribir algo y darlo a la imprenta. Así, imperativos de orden situacional dictan el credo de publicar o perecer.” La cita está tomada del artículo “What Is The Primordial Reference For The Phrase Publish Or Perish?” de Eugene Garfield (The Scientist, vol. 10, núm. 12, 1996).
No hay que perder de vista, además, que la difusión de conocimientos e ideas a través de distintos medios, aunque destacadamente en libros y revistas, ha estado presente en los medios universitarios y científicos desde su más remoto origen. Lo nuevo, en todo caso, es una especie de “cierre de campo” que asigna a un único tipo y formato de publicación el carácter de indicador predominante del desempeño y la competitividad.
Tal formato corresponde al artículo de investigación, publicado en revistas arbitradas con circulación internacional, y registrado en índices bibliométricos reconocidos. El resto de la producción tiende a considerarse en un segundo o tercer plano de importancia. La tendencia a considerar la publicación de resultados de investigación en dicho formato ha pasado, progresivamente, del campo de las ciencias naturales y exactas a las esferas de las ciencias sociales, las humanidades, y también al resto de las profesiones universitarias.
A medida que la cantidad de artículos indexados se identifica como el indicador de productividad científica de los países, las instituciones y los individuos, tiende a generarse una enorme presión sobre las revistas que satisfacen el perfil establecido por las reglas de evaluación. Una primera consecuencia, casi mecánica, es la progresiva disminución de las probabilidades de publicar en ellas. Al día de hoy la tasa de rechazo de las publicaciones periódicas de mayor reconocimiento se ubica en el rango del uno al diez por ciento.
En tales condiciones, lo que en algún momento eran procesos legítimos de selectividad académica tienden a convertirse en mecanismos de desigualdad y exclusión, tal como ocurre en cualquier otro campo de actividad en que se distribuyan elementos de poder, prestigio y recursos.
La tendencia descrita ocurre en forma simultánea a la “enfermedad de los costos” que aqueja a los medios de difusión académica. Hoy la tarea de desarrollar, sostener y gestionar revistas académicas, fundamentalmente bajo las reglas de evaluación prevalecientes, es una operación sumamente costosa, no para cualquiera. Los riesgos de fallar en el intento son altos y son relativamente escasos los incentivos para participar en ello, ya sea en tareas de dirección y administración, o en labores de arbitraje y dictamen de productos.
En tal contexto ha encontrado un amplio nicho de mercado la oferta de revistas que, en apariencia, satisfacen las condiciones formales medio académico. Están hechas para brindar una alternativa a quienes, por distintas razones, no pueden acceder o han sido rechazados del circuito formal de las revistas prototipo. Se apoyan en los recursos de la Internet, y se presentan bajo la fórmula de “acceso abierto” a todo público, lo que, aseguran, es la mejor vía para obtener citas académicas a los textos ahí publicados.
El fenómeno ha alcanzado dimensiones muy considerables. El catálogo que lleva Jeffrey Beall (véase el sitio “Scholarly Open Access) identifica cerca de quinientos cincuenta rubros editoriales del tipo, cada uno de los cuales cuenta con uno o varios títulos, en algunos casos decenas. Se estima, conservadoramente, que el total de revistas académicas patito supera el millar de títulos. Es mucho.
Se trata de una operación pirata. Se ofrece la publicación de textos académicos en plazos muy breves y su difusión en Internet y en catálogos especializados. Todo ello a cargo del autor: para sostener los costos de gestión editorial se establecen cargos que van de doscientos y quinientos dólares para textos de diez páginas en promedio, y costos adicionales para traducción, corrección de estilo y mejora de elementos gráficos.
Aparte de la polémica que está ocasionando el fenómeno, generalmente descrito en términos de “predatory journals” algunas autoridades han tomado cartas en el asunto. Por ejemplo, la autoridad en materia de ciencia y tecnología de Malasia determinó hace poco que no se reconocería a los artículos publicados a través de las siguientes firmas editoriales: Euro Journals Inc., Common Ground Publishing, Academic Journals, y African World Press. La lista completa incluye un centenar de títulos.
Algo así tendría que hacerse en Conacyt. Ya sea desarrollar un catálogo de revistas válidas para efectos de evaluación, o bien una lista negra.