La visita a México
La semana pasada de John Kerry, Secretario del Estado de Estados Unidos, dejó claro un hecho que viene desdibujándose desde hace un año: la educación superior ocupa un lugar inédito en la agenda bilateral entre Estados Unidos y México.
Kerry, ex aspirante a la Casa Blanca, aprovechó su estancia del 21 y 22 de mayo para promover la colaboración académica y tecnológica entre los dos países en reuniones con el presidente Peña Nieto y con académicos y funcionarios mexicanos. Fue la primera visita a México por parte de Kerry desde que remplazó a Hillary Clinton en el cargo de canciller en febrero de 2013. El Secretario estuvo acompañado por líderes académicos y funcionarios de alto nivel, incluyendo a Janet Napolitano, presidenta del Sistema de la Universidad de California (UC), y el rector de UC-Riverside, Kim Wilcox.
La delegación llegó “no sólo para hablar, sino para definir entre nosotros un agenda real, un grupo de objetivos reales que nos traerán más proyectos de investigación e innovación, en donde creamos los trabajos y oportunidades del futuro”, dijo Kerry, al ratificar la creación del Foro Bilateral sobre Educación Superior, Innovación e Investigación (FOBESII). El foro fue inaugurado por Peña Nieto y el presidente Obama durante una visita de este último a México en mayo de 2013. Busca incrementar de forma radical la colaboración científica entre los dos países, a través de intercambios estudiantiles y académicos, así como de investigación compartida en áreas estratégicas.
Desde entonces, académicos, funcionarios y miembros del sector privado de ambos países han realizado cuatro talleres para discutir cómo aterrizar la iniciativa. Temas incluyeron el mercado laboral en ambos lados de la frontera, colaboraciones entre universidades, y —quizás el reto mayor—la enseñanza de inglés y español. Actualmente, muy pocos estudiantes de Estados Unidos o México tienen suficiente dominio del idioma del otro país para realizar un intercambio, según reconocen oficiales de ambos países. Un quinto taller, sobre sociedades de investigación e innovación, se llevará a cabo en el estado de Arizona en junio.
FOBESII surgió de otra iniciativa del gobierno de Obama: la Fuerza de los Cien Mil en las Américas, que ha fijado la meta de atraer 100,000 estudiantes de toda América Latina a Estados Unidos para 2016. (Hay otra iniciativa del mismo tamaño con China). México ha respondido con su propio programa, Proyecta 100,000, que busca enviar esa cantidad de estudiantes de posgrado al país vecino y atraer 50,000 estudiantes estadounidenses para 2018.
No obstante, son metas ambiciosas—para no decir imposibles—dado el estado actual de movilidad estudiantil entre los dos países. Desde 2007, cuando el ex presidente Felipe Calderón lanzó una guerra contra los cárteles de drogas, el número de estadounidenses estudiando en México se ha desplomado—de unos 10,000 a 4,000 estudiantes, según el último reporte de IIE Open Doors. Como resultado, México ha dejado de ser el primer receptor de estudiantes estadounidenses en América Latina; hoy, ocupa el cuarto lugar, después de Costa Rica, Argentina y Brasil.
A su vez, el número de estudiantes de México inscritos en universidades de Estados Unidos ha incrementado sólo de forma paulatina: de unos 9,000 en 1997 a 14,000 en 2013. Hoy, los mexicanos representan solo 1.7 por ciento de los estudiantes extranjeros en Estados Unidos, muy por detrás de los estudiantes de China, India y Corea del Sur, que juntos representan 49 por ciento del total de estudiantes extranjeros en ese país.
Para cambiar ese panorama se requiere un esfuerzo gigantesco por parte de los dos gobiernos, y de las instituciones mismas—algo que ya se empieza a dar. Durante su visita, Napolitano firmó un convenio de colaboración entre el Sistema de la Universidad de California y CONACYT, que amplía los nexos académicos existentes entre el sistema universitario más grande de Estados Unidos y universidades y centros de investigación mexicanas.
Napolitano también anunció la meta de intercambiar 1,000 estudiantes entre UC y universidades mexicanas dentro de los próximos años. Actualmente, de los 233,000 estudiantes inscritos en el Sistema de UC, sólo 40 están estudiando en México, según un reporte publicado en enero por el North American Research Partnership, una asociación no gubernamental con sede en California. Por otra parte, 1,900 estudiantes mexicanos están inscritos en alguno de los nueve campus del sistema californiano, que incluye a universidades de clase mundial como UC-Berkeley y UC-Los Angeles. (El reporte no especifica cuántos de los estudiantes mexicanos ya eran residentes del estado antes de inscribirse).
Sin duda, el reto mayor está del lado mexicano, por la mala imagen de seguridad que tiene el país. Tal imagen se fortaleció después de la muerte de dos estudiantes del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey en 2010. Los estudiantes, del posgrado en ingeniería, quedaron atrapados en medio de un tiroteo entre la policía y narcotraficantes en frente del campus principal en Monterrey. Las reacciones en Estados Unidos no se hicieron esperar. El Departamento de Estados Unidos emitió un aviso aconsejando a sus ciudadanos a evitar Monterrey y otras ciudades del país, y varias universidades en Estados Unidos cancelaron programas de intercambio con instituciones mexicanas.
Ahora, sin embargo, el discurso oficial de Estados Unidos es otro. Tanto el gobierno de Obama como los rectores de algunas de las universidades más importantes del país están buscando por todas las vías impulsar la colaboración académica con México.
El giro parece particularmente sorprendente en caso de Napolitano, la presidenta del Sistema de UC. Como Secretaria de Seguridad Interior (Homeland Security) entre 2009 y 2013, ella impulsó una política dura de contención en la frontera con México—política que ha generado protestas entre estudiantes de la Universidad de California, quienes se opusieron a su nombramiento como presidenta del sistema. Sin embargo, Napolitano insiste que no es antinmigrante, y apoya una propuesta de reforma migratoria que incluiría una amnistía para millones de indocumentados mexicanos. Tal posición podría ser políticamente ventajosa si, como se espera, compite por la presidencia del país en 2016, y busca atraer el cada vez más relevante voto latino.
Durante su visita a México, Napolitano insistió que en realidad los riesgos para estadounidenses estudiando en México son mínimos. “La mejor forma de cambiar esta [percepción ] es tener una experiencia real” de intercambio, dijo durante la inauguración del FOBESII. “Tiene que haber promoción en ambos lados de la frontera si vamos a hacer funcionar esto”.
Otro reto citado por los participantes del Foro está en convencer a los académicos de Estados Unidos de que las instituciones mexicanas están a su nivel. Históricamente, el flujo de talentos entre los dos países ha ido en una sola dirección: al norte. De los 30,000 mexicanos que cuentan con un doctorado, 11,000 viven en Estados Unidos, según un análisis de Jesus Velasco (Velasco (2013). The other immigrants, The Wilson Quarterly). Hoy, sólo una o dos universidades mexicanas aparecen en los rankings internacionales, algo que pudo haber influido en el bajo número de estadounidenses—sobre todo al nivel de posgrado —que estudian en México.
Esa situación ha cambiado poco a dos décadas de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que incluía mecanismos para fomentar el intercambio académico entre toda la región. Entre ellos estaba la creación del Consorcio para la Colaboración de la Educación Superior en América del Norte (CONAHEC), con sede en la Universidad de Arizona. El tratado también dio impulso a la Comisión México-Estados Unidos para el Intercambio Educativo y Cultural (COMEXUS), que otorga becas para estudiantes en ambos países. El número de becas Fulbright-Garcia Robles ha incrementado de 700 entre 1948-1990 a 4,100 entre 1991-2011, según el reporte del North American Research Partnership. No obstante, esos números siguen representando una gota en el mar, comparado con los 2 millones de estudiantes que estudian fuera de sus países cada año en todo el mundo.
Dicho eso, hay señales de un cambio en la importancia que están otorgando ambos gobiernos al tema de la colaboración científica. En México, eso se ve reflejado en el aumento en el presupuesto de Conacyt bajo el gobierno de Peña Nieto: 18.6 por ciento en términos reales sobre 2013, para un total de 31,086 millones de pesos. Parte de ese presupuesto está destinado a incrementar el número de becas para estudiantes de posgrado, sobre todo a nivel de doctorado, para estudiar fuera del país, según Conacyt. Además, se estima otorgar 1,737 estancias postdoctorales, muchas de ellas en Estados Unidos.
En términos más generales, el gobierno de Peña Nieto se ha propuesto aumentar el gasto destinado a investigación y desarrollo experimental del actual 0.4 del producto interno bruto a 1 por ciento para 2018. Aunque esa meta apareció por primera vez en la Ley de Ciencia y Tecnología de 2002, es la primera vez que está incluida en el Plan Nacional de Desarrollo. Quiere decir que el gobierno tendrá que rendir cuentas en caso de no cumplir con la meta.
Por su parte, el gobierno de Estados Unidos ha otorgado 10 becas de 25 mil dólares cada una a universidades en América Latina—incluyendo a tres instituciones mexicanas— para fomentar sus estrategias de intercambio estudiantil. Y el gobierno está buscando recaudar más fondos del sector privado para aumentar el número de becas y los programas de colaboración.
Seguramente, son esfuerzos incipientes e insuficientes, y quizás aún es pronto para hablar de una TLCAN de la educación superior. Pero por lo menos, ya hay movimiento en esa dirección. Como ha sido el caso de otras iniciativas entre los dos países, el diablo está en los detalles.