Hace medio siglo, Corea del Sur apostó por la inversión masiva en educación básica y tecnológica como motores de desarrollo —y funcionó. En pocas décadas, el país superó la guerra y la pobreza extrema para convertirse en un tigre asiático. Ahora Brasil, otro país con aspiraciones a volverse una potencia económica, está siguiendo una estrategia parecida— aunque en el nivel superior.
En los últimos 12 años, el país sudamericano ha más que duplicado la matrícula en educación superior, de 3.5 a 7.5 millones de estudiantes, ha creado 18 nuevas universidades federales en regiones marginadas y, desde 2012, ha mandado a más de 80 mil estudiantes a las universidades más competitivas del mundo, con planes para enviar a otros 120 mil en los próximos tres años, según cifras del gobierno federal. A su vez, Brasil ha hecho grandes inversiones en ciencia y tecnología (equivalentes a 1.16 por ciento del PIB en 2010, comparado con 0.4 por ciento en México).
Son sólo algunos de los logros de los gobiernos izquierdistas de Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010) y Dilma Rousseff, (2011- ), quienes han puesto a la educación superior en el centro de su plan de desarrollo. Tanto en escala como en la variedad de las políticas, la apuesta brasileña no tiene precedentes en la región latinoamericana (Solo China, otro miembro del grupo de los BRIC de las grandes economías emergentes, está invirtiendo de forma semejante en sus universidades).
Ahora, con la reñida reelección de Rousseff a finales de octubre, Brasil arrancará una nueva fase de expansión en el sector. En junio, después de años de debate en el Congreso, se aprobó el Plan Nacional de Educación 2014-2024. Entre las metas del plan están: subir la matrícula bruta en educación superior de 34 por ciento a 50 por ciento; duplicar el número de egresados de nivel doctorado al año, a 25 mil; y llevar la inversión en educación al 10 por ciento del PIB, del actual 6.4 por ciento, según el documento.
La apuesta brasileña busca atacar dos problemas a la vez: el bajo nivel de competitividad de la economía comparado con los países desarrollados y las enormes inequidades en la distribución de la riqueza. Por ello, la estrategia en educación superior tiene dos vertientes: de excelencia y de equidad. Por un lado, el gobierno está buscando elevar el nivel de sus universidades a través de fuertes inversiones en ciencia y tecnología y en el nivel posgrado; actualmente Brasil gradúa más de 12 mil doctores al año, comparado con 4 mil 500 en México, según cifras del Banco Mundial. Por otro lado, se ha democratizado el acceso a las universidades brasileñas a través de la expansión masiva del sector público y por las llamadas políticas de acción afirmativa; como consecuencia de éstas últimas, la mayoría de las universidades públicas y buena parte de las privadas reservan entre 10 y 50 por ciento de sus lugares para estudiantes de grupos desfavorecidos.
La doble estrategia en educación superior data del gobierno de Lula, que combinaba políticas macroeconómicas de corte neoliberal con programas sociales de largo alcance. Quizás irónicamente, el ex líder minero —quien no terminó la primaria— fue el presidente que más nuevas universidades públicas ha creado en el país: 14. Aquí van algunos ejemplos de las políticas más importantes de los últimos 12 años en Brasil, según su enfoque.
Expansión y democratización
En total, desde 2002 se han creado 18 nuevas universidades federales en Brasil (4 durante el primer gobierno de Rousseff), algunas con misiones muy ambiciosas en términos sociales y políticos. Incluyen la Universidad Federal de la Integración Latinoamericana (Unila), que abrió en 2010 en la triple frontera de Brasil con Paraguay y Argentina. La mitad de los estudiantes de la Unila son de otros países latinoamericanos y 80 por ciento reciben becas, según Hélgio Trinidade, reconocido investigador y ex rector de la Unila.
También está la Universidad de la Integración Internacional de la Lusofonía Afrobrasileira (Unilab), que abrió el mismo año en la empobrecida región Nordeste de Brasil. La universidad, que recibe estudiantes de otras ex colonias portuguesas, surgió como parte de la estrategia de cooperación sur-sur del gobierno Lula.
Además de las nuevas instituciones, se han creado más de 170 nuevos campus universitarios y más de 250 Institutos de Ciencia y Tecnología, según cifras del gobierno.
Al mismo tiempo, las políticas de acción afirmativa han servido para democratizar el acceso a las universidades públicas, que tradicionalmente han sido bastiones de la élite blanca. En 2003, Río de Janeiro se convirtió en el primer estado en obligar a sus universidades estatales a reservar lugares para estudiantes afrobrasileños y egresados de preparatorias públicas. Desde entonces, más de 100 universidades públicas han introducido cupos reservados (conocidos como cotas en Brasil) y, a partir de la Ley de Cotas de 2012, las 63 universidades federales deben reservar 50 por ciento de sus lugares para estudiantes desfavorecidos antes del 2017.
El gobierno también ha buscado democratizar a las universidades privadas, que representan 74 por ciento de la matrícula en educación superior en Brasil —un legado del régimen militar que gobernó el país de 1964 a 1985. En 2005, Lula lanzó el Programa Universidad para Todos (ProUni), que exenta de impuestos a las universidades privadas que otorguen becas al equivalente de 10 por ciento de su matrícula, para estudiantes de grupos marginados. El programa, que ha recibido fuertes críticas por subsidiar al sector privado, ha otorgado más de 1 millón de becas a estudiantes pobres.
Excelencia y competitividad
La otra vertiente de la estrategia brasileña busca producir una nueva generación de investigadores e innovadores de punta, a través de la expansión masiva en el nivel posgrado. Desde 2002, el número de nuevas matrículas en maestrías y doctorados cuadruplicó, de 49 mil a 204 mil, según cifras del Ministerio de Educación y Cultura. De igual forma, el gasto en becas para estudiantes de posgrado creció de forma exponencial: de 16 millones de reales (6.4 millones de dólares) en 2004 a 193 millones de reales (77 millones de dólares) en 2013, según cifras de Trinidade, el investigador brasileño.
Esta inversión ha venido acompañada de un incremento dramático en la producción de artículos científicos en el país durante la última década y, sobre todo, en los últimos 5 años. Entre 1997 y 2007, el crecimiento anual en la producción científica fue de 4 por ciento; en 2007 fue de 9 por ciento, y a partir de 2008, ha rebasado el 16 por ciento anual, en lo que representa una de las tasas de crecimiento más altas en el mundo, según cifras de la base bibliométrica ISI Thomson (Entre los países BRIC, solo China ha avanzado más en este rubro).
En 2009, Brasil produjo 53 por ciento de todos los artículos en revistas indexadas en América Latina, comparado con 16.7 por ciento por parte de México, 14 por ciento de Argentina y 7.5 por ciento de Chile. Sin embargo, esa proporción ha crecido en los últimos años y actualmente el país sudamericano ocupa el número 13 a nivel mundial en este rubro, según ISI.
El impulso a la ciencia y tecnología se fortaleció con la llegada de Rousseff a la presidencia en 2011. A finales de ese año, la ex ministra de economía lanzó el Programa Ciencias sin Fronteras, a través del cual casi 100 mil estudiantes (25 por ciento de ellos pagados por el sector privado) han ido a estudiar en universidades extranjeras de élite. En julio de 2014, la presidenta anunció una segunda fase del programa, que busca enviar a otros 100 mil estudiantes de las llamadas áreas STEM (acrónimo en inglés por ciencia, tecnología, ingenierías y matemáticas) entre 2015 y 2017.
El programa ya está rindiendo frutos. El año pasado, el número de brasileños estudiando en universidades de Estados Unidos subió 22 por ciento, de 10 mil 868 a 13 mil 286, según el último reporte Open Doors, del Instituto de Educación Internacional. Fue el mayor incremento de cualquier país, con excepción de Kuwait (que incrementó su presencia en 42 por ciento). A ese ritmo, se espera que Brasil pronto rebase a México, que actualmente tiene 14 mil 779 estudiantes en universidades estadounidenses.
Retos a futuro
No obstante los grandes avances, Brasil aún enfrenta retos significativos en términos de su capacidad científica. Aunque el gobierno anunció la meta de llegar a un gasto de 1.8 por ciento del PIB en ciencia y tecnología para este año (áun no ha salido la cifra oficial), estaría por debajo del promedio de los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), de 2.4 por ciento del PIB. A su vez, poco de esa inversión se traduce en innovación tecnológica, medida a través de la producción de patentes, según un reporte de la OCDE publicado en noviembre (OECD Science, Technology and Industry Outlook 2014).
Además, persisten grandes desigualdades regionales y socioeconómicas en términos del acceso y calidad de la educación. El margen de acción del gobierno está limitado por el peso del sector privado en la educación superior, que es de los más altos del mundo. La mayor parte de las instituciones privadas en Brasil son del sector for-profit (con fines de lucro). Es decir, son corporaciones que priorizan la ganancia en la bolsa de valores, más que la calidad de la educación.
Otro problema —y quizás el más apremiante— es la baja calidad de los niveles previos de educación. Esto se ve claramente en el mal desempeño de los estudiantes brasileños en las pruebas internacionales PISA, que miden las habilidades en matemáticas, ciencia y escritura de los estudiantes de 15 años. Muchos críticos de la estrategia gubernamental en materia educativa señalan la necesidad de enfocarse en mejorar la calidad de la educación primaria y secundaria, como sí hizo Corea del Sur.
El Plan Nacional de Educación 2014-2024 fija ambiciosas metas para esos niveles. Por ejemplo: lograr la cobertura universal de 3 a 17 años, elevar el promedio en la Prueba PISA de 402 puntos a 473 para 2024, y casi duplicar la aportación federal al sistema educativo.
A diferencia de lo que vivió Corea del Sur en los años 50 y 60, el éxito de la planeación central en Brasil depende en gran medida de la economía globalizada. Además, se trata de un país mucho más grande, con una población de 200 millones, comparado con los 21 millones que tenía Corea del Sur en 1950. Sin duda, es un reto enorme. Pero puede servir como ejemplo para países con niveles de desarrollo similares, como México.