La visita de Francisco a nuestro país, programada del 12 al 18 de febrero, trasciende la mera órbita religiosa y se sitúa en un ámbito político y cultural de mayor amplitud. Desde su elección en 2013 y con mayor intensidad en los años subsecuentes, el pontificado de Jorge Mario Bergoglio se ha caracterizado por una notable sensibilidad humana y por su apreciación de los problemas que padecen los grupos y sectores sociales más vulnerables.
La agenda de Francisco en nuestro país es elocuente al respecto. Aunque no omite una reunión protocolaria con políticos y empresarios, de hecho la primera de su itinerario, la parte fundamental del recorrido incluye su presencia en sitios tales como el Hospital Infantil de México Federico Gómez, el Centro Deportivo Municipal de San Cristóbal, donde se reunirá con comunidades indígenas chiapanecas, o su visita al Centro de Reinserción Social (Cereso) de Ciudad Juárez, considerado en el pasado reciente como el penal más peligroso del continente. En su visita pastoral a la ciudad norteña se reunirá también con trabajadores en instalaciones del Colegio de Bachilleres.
Estaba previsto que el 14 de febrero se celebraría una alocución del pontífice con “el mundo de la cultura”, tal como se ha hecho en otros de los recorridos internacionales de Francisco. Pero, según se dio a conocer desde diciembre del año pasado, tal evento no se llevará a cabo debido a la cantidad de compromisos incluidos en el itinerario. En cierto modo es una lástima porque el papa ha aprovechado esa fórmula de encuentro para dar a conocer sus apreciaciones y reflexiones en materia de política y gobierno, así como sobre temas concernientes a la educación, la ciencia y la cultura.
En al menos un par de reuniones con “el mundo de la cultura” el papa Francisco ha pronunciado mensajes específicos sobre la universidad y los universitarios. La primera, la más célebre, en el Aula Magna de la Pontificia Facultad de Teología de Cerdeña, en Cagliari, la capital de la isla italiana, el 22 de septiembre de 2013.
En aquella ocasión, en la que estaban presentes como anfitriones los rectores de las universidades jesuitas italianas, razonó en torno a la misión actual de las universidades católicas y también de las laicas, a partir de cuatro elementos. Primero, la Universidad como lugar del discernimiento. Al respecto sostuvo que “es importante leer la realidad, mirándola a la cara. Las lecturas ideológicas o parciales no sirven, alimentan solamente la ilusión y la desilusión. Leer la realidad, pero también vivir esta realidad, sin miedos, sin fugas y sin catastrofismos.” Se trata, añadió el pontífice, de “formar al discernimiento para alimentar la esperanza.” En conclusión, la Universidad del discernimiento debe procurar una formación encaminada a “no huir, sino leer seriamente, sin prejuicios, la realidad.”
Un segundo elemento de la misión universitaria, según Francisco, es la que denomina “cultura de la cercanía”. Sobre el tema razona lo siguiente: “Aislamiento, no; cercanía, sí. Cultura del enfrentamiento, no; cultura del encuentro, sí. La Universidad es el lugar privilegiado en el que se promueve, se enseña, se vive esta cultura del diálogo, que no nivela indiscriminadamente diferencias y pluralismos —uno de los riesgos de la globalización es éste—, ni tampoco los lleva al extremo haciéndoles ser motivo de enfrentamiento, sino que abre a la confrontación constructiva.”
El tercer elemento gira en torno a la que Francisco llama “cultura de la solidaridad”. Para el papa el término es clave en oposición a la “cultura del egoísmo” que promueve el capitalismo neoliberal y la globalización. Para él, solidaridad “es una palabra que en esta crisis corre el riesgo de ser suprimida del diccionario. El discernimiento de la realidad, asumiendo el momento de crisis, la promoción de una cultura del encuentro y del diálogo, orientan hacia la solidaridad, como elemento fundamental para una renovación de nuestras sociedades.”
En otra tonalidad, menos normativa pero acaso más incisiva, el discurso universitario de Francisco en la Pontificia Universidad Católica de Ecuador (Quito, 7 de julio de 2015) se abre paso entre preguntas. “¿Velan por sus alumnos, ayudándolos a desarrollar un espíritu crítico, un espíritu libre, capaz de cuidar el mundo de hoy? ¿Un espíritu que sea capaz de buscar nuevas respuestas a los múltiples desafíos que la sociedad hoy plantea a la humanidad? ¿Son capaces de estimularlos a no desentenderse de la realidad que los circunda? No desentenderse de lo que pasa alrededor. Son capaces de estimularlos a eso? Para eso hay que sacarlos del aula, su mente tiene que salir del aula, su corazón tiene que salir del aula ¿Cómo entra en la currícula universitaria o en las distintas áreas del quehacer educativo, la vida que nos rodea, con sus preguntas, interrogantes, cuestionamientos? ¿Cómo generamos y acompañamos el debate constructor, que nace del diálogo en pos de un mundo más humano?”
Indudablemente son preguntas válidas y con implicaciones profundas, se pronuncia por una universidad con sensibilidad social, abierta al diálogo y al debate, defensora de la equidad y ella misma equitativa en las oportunidades que ofrece. Pero sobre todo, por una universidad que forma parte, junto con otras agencias e instituciones, de proyectos de cambio social. En otra lectura, el pontífice romano aboga por una universidad política. ¿Escucharemos algo así en su visita a México?