Del ciclo escolar 2011-2012 al correspondiente a 2017-2018, el indicador de cobertura bruta de la educación superior, oficialmente denominado “tasa bruta de escolarización superior”, ha sostenido una tendencia de incremento importante. En el periodo la cobertura pasó de 30.8 por ciento a 38.4 por ciento, es decir aumentó 7.6 puntos en total o 1.25 por año en promedio. El cálculo toma en cuenta la matrícula inscrita en programas de educación superior en modalidades escolarizada y a distancia e incluye a la población de técnico superior universitario, licenciatura universitaria y tecnológica, así como educación normal. En 2011-2012 esa matrícula sumaba 3,274,639 y en 2017-2018 un total de 4,210,250 estudiantes. Tales cantidades, divididas entre el número de individuos entre 18 y 22 años en los años correspondientes, según las proyecciones de población oficiales, dan como resultado las tasas indicadas.
El crecimiento de la matrícula de educación superior en el periodo totalizó casi un millón de estudiantes, 935,611 para ser exactos. Esta última cantidad, dividida entre los seis años contabilizados, representa un incremento superior a ciento cincuenta mil estudiantes por año. Conviene advertir que al menos una tercera parte del crecimiento se explica por la ampliación de lugares en programas de educación superior no escolarizados.
Por otra parte, en el mismo lapso, las tasas brutas de absorción, es decir el porcentaje de estudiantes de primer ingreso en los programas de educación superior sobre el número de egresados del bachillerato universitario el año previo, presenta una tendencia decreciente, es decir que la proporción de quienes consiguen egresar del ciclo de bachillerato e ingresar a alguna opción de educación superior está disminuyendo. Según datos de la SEP, que es la fuente oficial correspondiente, en 2011-2012 la tasa de absorción fue de 98.2 por ciento mientras que en 2017-2018 de 88.3 por ciento, es decir un decremento de 9.8 puntos porcentuales.
¿Cómo se explica que la matrícula incremente su volumen, con ello la cobertura, y al mismo tiempo haya disminuido la capacidad del sistema para dar cabida a los egresados del nivel previo?
La explicación más plausible radica en las diferentes velocidades de crecimiento entre ambos niveles educativos. Es decir que el bachillerato ha incrementado su matrícula y capacidad de retención de estudiantes en forma más acelerada que lo que ocurre en el nivel de educación superior. Para explorar esta hipótesis basta compara los ritmos de crecimiento respectivos. El egreso de bachillerato de 2011-2012 fue de 936,258 estudiantes, y el de 2017-2018 de 1,261,695. La diferencia entre los dos números es de 325,437 individuos, lo que representa un incremento porcentual de 34.8 por ciento en los seis años observados.
En tanto, el primer ingreso a la educación superior pasó de 919,075 estudiantes en 2011-2012 a 1,114,264 en 2017-2018. En este caso la diferencia entre los dos años es de 195,189 personas y el crecimiento porcentual equivale a 21.2 por ciento en el periodo. Como fácilmente se puede advertir la velocidad de crecimiento del egreso del bachillerato supera en más de diez puntos porcentuales a la del primer ingreso a la educación superior. Si esto es así, no es extraño que ocurra un crecimiento de cobertura y un descenso de absorción al mismo tiempo.
No es extraño, pero sí es importante. En las últimas administraciones (Fox, Calderón y Peña Nieto) el indicador de cobertura de la educación superior ha ocupado una posición relevante como meta de desempeño de política educativa. Algo así como la “meta reina” para mostrar los avances, aunque también las insuficiencias, en materia de atención a la demanda escolar por estudios universitarios. Pero el nivel de cobertura que se alcanza es una medición imprecisa y en cierto sentido engañosa del grado de atención a la demanda efectiva. La tasa de absorción parece una mejor aproximación.
Por ello, ahora que está por comenzar un nuevo gobierno, valdría la pena considerar la propuesta de incorporar, a la par de una renovada meta de cobertura, el planteamiento de una meta cuantitativa de atención a la demanda, esto es el indicador de absorción. Para hacer efectivo el derecho a la educación superior, que desde la campaña triunfadora se ha expresado como objetivo de la nueva administración, es necesario lograr una meta de absorción cercana al cien por ciento del egreso del bachillerato universitario. En este sentido, cabe insistir en su inclusión y seguimiento en el programa sectorial de educación del sexenio gubernamental que se inicia en diciembre.
Dos notas para terminar. Primera, la calidad de los datos incluidos en la base de indicadores de la SEP (Reporte de indicadores y pronósticos educativos), deja mucho que desear. Aunque los datos se extraen del Formato 911 de la dependencia, al considerar la serie histórica de egreso del bachillerato se observan notables inconsistencias entre distintos periodos del ciclo histórico. Si se llega a incorporar el indicador de absorción para monitorear la trayectoria de las nuevas políticas, entonces hay bastante que mejorar para su correcta sistematización.
Segunda nota. Naturalmente, una política de expansión de la oferta de educación superior es la condición necesaria para mejorar los niveles de cobertura y absorción. Ello solo puede ocurrir, no hay otra manera, con un sostenido incremento del gasto público en el sector. Con una estrategia de recorte a los fondos que han permitido ampliar la oferta en los últimos años no se llegará muy lejos. Al contrario, se puede retroceder.
Cuadro 1.