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¿Para qué sirve la investigación universitaria?
Roberto Rodríguez Gómez
Campus Milenio Núm. 813, pp. 5 [2019-08-15]
 

Desde una perspectiva económica, la importancia de la investigación científica y tecnológica se aprecia en la medida de su contribución al valor de productos y servicios. En esa lógica, el conocimiento se incorpora a los procesos productivos mediante varias operaciones: transferencia tecnológica, sistemas de producción, comercialización, mercadeo y gestión empresarial, entre otros. Como se sabe, los países más desarrollados establecen su competitividad a partir de una adecuada articulación entre el sistema generador de conocimientos, el sistema productivo y los servicios. Esa articulación da lugar a los denominados “sistemas de innovación”, así como a un conjunto de relaciones sociales y económicas que se resumen en la expresión “sociedad del conocimiento”.

La constatación de procesos de tal naturaleza en Europa, Norteamérica y el Sudeste Asiático, ha llevado a reconsiderar positivamente el papel de las universidades en cuanto agencias clave para los proyectos de desarrollo nacional, ya que ellas han sido históricamente lugares de generación y transmisión de conocimientos. Aunque también, en buena medida, esta perspectiva conlleva el riesgo de reducir la importancia de la investigación académica a sus posibilidades de aplicación práctica o de realización en el mercado.

Por ejemplo, en nuestro medio se insiste en ponderar la función de investigación de las universidades principalmente porque sus resultados pueden, o cuando menos podrían, ser de utilidad para determinadas áreas de aplicación. Se celebra y es motivo de publicidad que tal o cual universidad establezca algún convenio, con alguna empresa o con el gobierno, para vincular cierta línea de investigación a determinado proceso productivo. Por el contrario, quienes cuestionan que se haga investigación en las universidades, o que se destinen importantes recursos a tal actividad, utilizan como argumento la escasa aplicación que ésta ha tenido en la economía, su corto alcance internacional o la mínima transferencia tecnológica involucrada. En el extremo, se critica la existencia misma de áreas de investigación que no producen resultados directamente asimilables a la solución de problemas prácticos, como es el caso de las humanidades clásicas.

Este debate pasa por alto que la razón de ser de la investigación universitaria no consiste, ni única ni principalmente, en generar resultados que mediante tecnología se incorporen a procesos o mercancías. No, en las universidades la investigación es una función correlativa a la docencia: si en esas instituciones se realiza investigación, en diferentes áreas y disciplinas, la probabilidad de contar con un sistema formativo de buena calidad se multiplica. Lo contrario también es verdad: si se suprime o acota la opción de realizar investigación en las universidades, también se reducen las oportunidades de acceso a conocimientos de frontera y, por lo tanto, merma la calidad educativa que se brinda a los estudiantes.

El vínculo entre investigación y enseñanza tiene varios ángulos. Uno es que los recursos materiales para la investigación (laboratorios, equipos, instrumentos y acervos) tienen también un uso favorable para la enseñanza; otro, que la experiencia de investigación transmite a los estudiantes no sólo conocimientos, sino también una perspectiva genuinamente académica, que se sintetiza en la consabida frase de “aprender a aprender”, hoy más importante que nunca. Hay además una comprobada sinergia entre las actividades de investigación y docencia cuando los académicos practican ambas disciplinas.

En efecto, el profesor que investiga y el investigador que enseña son prototipos del académico universitario que mejor sirve a los objetivos de las instituciones de educación superior. Además, en esas figuras académicas encuentra posibilidades de realización efectiva el postulado de libertad de cátedra que concierne directamente a la autonomía universitaria. Porque únicamente el profesor-investigador cuenta con la capacidad de controlar plenamente el contenido de su cátedra, de actualizarlo según las corrientes contemporáneas y de transmitir los nuevos avances en la especialidad que cultiva.

No hay que olvidar que un propósito central de las universidades es formar a los profesionistas que necesita México hoy y que requerirá mañana. Los ingenieros, médicos, abogados, biólogos o filósofos que egresen de las universidades del país serán más o menos competentes según se hayan formado en ambientes escolares rigurosos o laxos, y según hayan adquirido sus conocimientos y destrezas profesionales en instituciones en que los criterios y prácticas académicas predominan, o bien en ámbitos que sólo exigen la memorización de contenidos y la repetición rutinaria de procedimientos.

Lo que está en juego es bien delicado y compromete a la sociedad en su conjunto. Fortalecer hoy la opción de universidades públicas que integran funciones de investigación, docencia y difusión nos permitirá contar mañana con buenos profesionistas, mejores que los que hay ahora. Lo contrario, nos condena al atraso.


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Last modification: April 29 2020 11:44:32.  

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