En el ámbito internacional, la promoción de los derechos humanos en general, y en particular el impulso a la perspectiva de la equidad de género en la esfera educativa, forman parte de la agenda contemporánea de políticas públicas del sector. En nuestro país dicho enfoque ha sido postulado en varios niveles, está presente en la reciente reforma normativa, se está procurando en la elaboración de textos y otros materiales educativos, forma parte de la llamada “Nueva Escuela Mexicana”, se discute al seno de los consejos escolares y desde luego tiene presencia en la narrativa y el discurso público acerca de los cambios que se desean y se tratan de impulsar en el sistema educativo nacional en su conjunto.
Sin embargo, persisten prácticas que militan abiertamente contra la intención de favorecer un enfoque transversal y equilibrado en materia de género. Una de ellas son los concursos de belleza que en una gran cantidad de instituciones públicas y privadas de los sistemas de educación media superior y superior del país se organizan cada año. Es un tema al que vale la pena poner atención, identificar sus alcances e implicaciones, así como generar los diseños normativos e institucionales que se traduzcan en su extinción.
¿Los concursos de belleza atentan contra la dignidad de las mujeres? El tema se ha discutido muy ampliamente en medios de opinión pública y desde hace mucho tiempo en foros de debate feminista. Si bien no hay un consenso absoluto en torno al mismo, parece irrebatible su asociación a la cultura sexista característica de la modernidad. Incluso al margen de ese debate, sin duda pertinente, es razonable cuestionar su aportación académica, cultural o social en el campo educativo.
Se entiende que algunas prácticas deportivas, recreativas, culturales o simplemente de convivencia social tengan lugar en las instituciones que forman parte del sistema, que se destinen recursos materiales y de organización para ello, y que las autoridades se involucren en su promoción. Que en las preparatorias y en las universidades haya equipos deportivos de distintas disciplinas, clubes de ajedrez, torneos de oratoria, competencias de conocimientos, clubes de literatura, desfiles, excursiones y un largo etcétera tiene sentido. Algunas de esas prácticas, pongamos por caso las estudiantinas, pueden parecer anacrónicas, pero cumplen una función y no atentan contra la dignidad de las personas. Los concursos de belleza están en otro registro en la medida en que promueven precisamente los estereotipos de género que el discurso educativo está buscando erradicar.
Por ejemplo, la reciente reforma a la Ley General de Educación incluye el siguiente postulado: “La educación que imparta el Estado, sus organismos descentralizados y los particulares con autorización o con reconocimiento de validez oficial de estudios, se basará en los resultados del progreso científico; luchará contra la ignorancia, sus causas y efectos, las servidumbres, los fanatismos, los prejuicios, la formación de estereotipos, la discriminación y la violencia, especialmente la que se ejerce contra la niñez y las mujeres, así como personas con discapacidad o en situación de vulnerabilidad social, debiendo implementar políticas públicas orientadas a garantizar la transversalidad de estos criterios en los tres órdenes de gobierno.” (LGE 2019, artículo 16).
El mandato legal es claro: evitar la formación de estereotipos, entre otros los de género. La persistencia de los concursos de belleza en las preparatorias y otras instituciones de bachillerato, así como en universidades e institutos tecnológicos, camina en la dirección contraria de ese planteamiento ¿Por qué entonces permitirlos o tolerarlos? No otra razón excepto la de minimizar su importancia, pero desde luego que la tienen, así sea simbólica.
Es inválido el argumento de que dichos concursos son parte de las tradiciones o los usos y costumbres de las escuelas. La persistencia y normalización de prácticas sexistas e incluso violentas (por ejemplo, las “novatadas” que también subsisten en no pocas instituciones), ni las justifica ni exime a las autoridades de su responsabilidad en tolerarlas, permitirlas e incluso promoverlas. ¿Es por precaución a una posible reacción de los estudiantes? Es poco probable, más bien parece que ni advierten sus implicaciones conservadoras, ni son plenamente conscientes de la paradoja de hablar de equidad de género en la mañana y en la tarde ir a coronar a la ganadora del certamen de belleza del año. Porque eso es lo que ocurre.
Un vistazo a lo que se publica en Internet basta para documentar de lo que hablamos, es profusa la información, imágenes y videos al respecto: Miss & Mr. CBTIS; Señorita y chico CBTA; Señorita Normal Intercultural Jornada Vespertina; Señorita Bachilleres; Miss Prepa; Señorita Universidad Politécnica; Señorita Universidad; Señorita Tecnológico; por citar los nombres de un solo puñado de esos torneos es ilustrativo. Están en todo el sistema público del bachillerato y el universitario, con contadas excepciones.
Eliminarlos, cancelarlos, prohibirlos, establecer lineamientos para que los bachilleratos y universidades públicas y particulares terminen con esa práctica, es una oportunidad para que las nuevas autoridades del sector educativo demuestren que su compromiso con la equidad de género en el espacio educativo es algo más que palabras. En fin, es una propuesta.