Desigualdades raciales
La pandemia de covid-19 también ha tenido un impacto diferencial entre distintos grupos raciales en muchos países, debido a la correlación entre raza y pobreza. Inclusive, algunos grupos están muriendo del virus en proporciones mucho más altas que otros. Tal es el caso de los afroamericanos e hispanos en Estados Unidos. Para dar un ejemplo, en el estado de Luisiana los afroamericanos representan 32 por ciento de la población pero suman 70 por ciento de los muertos por el covid-19, según el New York Times. Tal situación se debe a varios factores: los problemas de salud existentes, el grado de hacinamiento en las viviendas, la falta de un seguro médico y la necesidad de seguir trabajando fuera de casa —todos ellos problemas correlacionados con la pobreza—.
La raza también es un factor determinante en la desigualdad educativa. En Estados Unidos, así como en otros países, las minorías tienen mayores probabilidades de estudiar en escuelas públicas de bajo nivel y de no contar con computadoras o Internet en casa. Por ejemplo, en un condado al sur de California, en donde son mayoría los migrantes mexicanos, solo 50 por ciento de los alumnos del nivel básico y 30 por ciento de medio superior estaban conectando a clases en línea, según el New York Times. De igual forma, en la ciudad de Cleveland, de mayoría afroamericana, entre 30 y 40 por ciento de los estudiantes del sistema público no tiene acceso al Internet en casa.
Desigualdades de género
Otro grupo que ha sufrido un impacto desproporcional por la pandemia es el de las mujeres. Si en tiempos normales las mujeres cargan con la mayor parte de las labores domésticas, en tiempos de covid-19 se les ha sumado el cuidado de los hijos, que ya no van a la escuela, y de otros familiares. Tal situación afecta tanto a las estudiantes como a las administrativas y profesoras, que deben dividir su tiempo entre su trabajo profesional y múltiples demandas familiares.
El aumento en el trabajo doméstico necesariamente tiene un impacto en la productividad laboral de las mujeres, entre ellas, las investigadoras. Si las mujeres suelen ser subrepresentadas en las revistas científicas, en los últimos meses la brecha se ha ampliado aún más. Según un estudio del periódico feminista The Lilly, numerosas revistas académicas reportaron que habían recibido la mitad de los artículos enviados por mujeres desde el comienzo de la pandemia, comparado con el mismo periodo del año pasado.
En cambio, la producción de los investigadores varones se había incrementado en un 50 por ciento. Esto se explica por el hecho de que, para muchos hombres, la cuarentena les ha permitido quedarse en casa, disminuyendo el tiempo invertido en los traslados a la oficina y otras labores. Mientras tanto, para las mujeres, ha representado un aumento en las horas totales de trabajo —sin hablar del incremento en la violencia doméstica reportada en muchos países como otra consecuencia de la pandemia—.
El impacto desigual en las universidades
La crisis sanitaria también ha tenido un impacto mayúsculo en las universidades, sobre todo en países como Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia, en donde la mayor parte de los ingresos institucionales proviene de colegiaturas de los estudiantes. Durante la contingencia, muchas universidades han tenido que ofrecer descuentos a sus alumnos, quienes no están dispuestos a pagar el mismo precio por clases virtuales, según The Chronicle of Higher Education. Al mismo tiempo, las instituciones deben absorber el costo de desarrollar el currículo en línea.
Otra vez, el impacto no es parejo, como demuestra el caso de Estados Unidos. Allí, las universidades de mayor trayectoria y prestigio, como las del Ivy League o las principales universidades estatales, cuentan con grandes fondos de ahorro que les permiten sostener pérdidas millonarias. Para las instituciones más pequeñas, sin embargo, el impacto puede ser desastroso. El riesgo es tal que un 20 por ciento de los colegios de artes liberales (liberal arts colleges) podrían cerrarse a causa de la pandemia, reportó University World News. Sin embargo, aún las universidades grandes enfrentan serias dificultades financieras. Por ejemplo, la Universidad de Illinois anunció que, para julio, la crisis le costará más de 70 millones de dólares en gastos adicionales, la falta de ingresos extraordinarios y ajustes a las colegiaturas, según anunció el canciller de la universidad.
Ante ese panorama, el Congreso de Estados Unidos ha destinado 14.5 mil millones de dólares para rescatar a las instituciones. El dinero se distribuye conforme al número de estudiantes inscritos en cada institución, aunque se canalizará un porcentaje mayor a universidades que atienden principalmente a minorías raciales o que ya enfrentan problemas financieros. Entre ellas están las Historically Black Colleges and Universities (HBCU) y las Tribal Colleges, que sirven a estudiantes afroamericanos e indígenas, respectivamente. A su vez, las instituciones deben destinar la mitad de esos recursos a estudiantes “en condición de riesgo”, incluyendo a los que perdieron sus trabajos, se enfermaron o tuvieron que comprar tecnología para poder acceder a las clases en línea a raíz de la pandemia.
El programa de financiamiento federal forma parte de un paquete de rescate económico más amplio de 2 billones de dólares, la Coronavirus Aid, Relief, and Economic Security Act (CARES), aprobada por el Congreso estadounidense a finales de marzo. No obstante, la ley ha generado polémica, debido a que canaliza dinero a las instituciones con fines de lucro, incluyendo a aquellas que enfrentan investigaciones federales por presuntos fraudes en contra de sus estudiantes. El 6 de abril, varios senadores demócratas enviaron una carta a la Secretaria de Educación, Betsy DeVos, cuestionando la cantidad de dinero que se destinaría al sector con fines de lucro.
También se ha cuestionado la decisión de canalizar fondos a instituciones como la Universidad de Harvard —a quien le tocaba 8.7 millones de dólares, debido al tamaño de su matrícula—, a pesar de que cuenta con un fondo de ahorro de 40 mil millones de dólares. Ante las críticas, Harvard anunció en abril que no aceptaría los fondos federales, argumentando que “instituciones ricas que no sirven mayormente a estudiantes de bajos recursos no necesitan y no merecen recibir más dinero de los contribuyentes”, según CNN.
La respuesta en México
Un programa de rescate de tal magnitud para las universidades sería impensable en México, sobre todo en un momento en que el país está en franca recesión económica. Sin embargo, el gobierno y las instituciones educativas están buscando soluciones creativas para garantizar el acceso a la educación para el mayor número posible de estudiantes. Por ejemplo, la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) anunció en abril que donaría 3 mil 865 tabletas, equipadas con tarjetas de Internet, a alumnos en condición vulnerable. Los beneficiarios representan el 11 por ciento de los 42 mil alumnos de la universidad, a quienes se habían detectado que no contaban con acceso a las TIC, según reportó el Sol de México. A su vez, a través del programa federal de becas, Jóvenes Escribiendo el Futuro, estudiantes de la Universidad Autónoma Indígena de México han podido conseguir equipo de cómputo, tabletas y celulares inteligentes, según Víctor Hernández, director de Formación Humanista y Desarrollo Integral del Estudiante de la universidad, con sede en Sinaloa.
No obstante, tales programas solo llegan a una pequeña parte de la población escolar y muchas veces son insuficientes. Ante la posibilidad de que la educación en línea se convierta en la norma para los próximos meses o años, urge escalar estas iniciativas y encontrar nuevas soluciones. Mientras eso sucede, la educacón a distancia tiene que continuar. Algunos ejemplos de cómo se ha trabajado en diversas instituciones incluyen el uso de plataformas digitales que permitan la carga de videos y documentos por parte de los docentes y alumnos, en momentos en que éstos sí tengan acceso a Internet. Otra opción que están utilizando algunas instituciones es la creación de foros en WhatsApp y Facebook, que pueden ser accesados desde los celulares.
Además, existe la necesidad de otorgar mayores apoyos a los docentes para el diseño e impartición de clases en línea, ya que, en su mayoría, la primera experiencia con la educación virtual llegó junto con la pandemia de covid-19. Asimismo, hace falta encontrar formas de calificar a los alumnos que no discriminen contra aquellos que no cuentan con acceso a las TIC y que tomen en cuenta las otras desigualdades que se han agudizado con las crisis sanitaria y económica en el mundo. Tales esfuerzos son necesarios y urgentes, para que las brechas digitales existentes no se traduzcan en brechas educativas de largo alcance en México y en el mundo.