La pandemia de covid-19 ha golpeado fuertemente a las instituciones de educación superior en todo el mundo, sin hablar del impacto sobre sus estudiantes, profesores y administrativos. En México, las universidades interculturales han sido particularmente afectadas, debido a los altos niveles de marginación de sus estudiantes —de los cuales una mayoría proviene de comunidades indígenas y otras localidades rurales— y la falta de recursos con que cuentan las instituciones.
En esta semana, platicamos con Aníbal Alberto Mejía Guadarrama, rector de la Universidad Intercultural del Estado de México (UIEM), para saber qué estrategias ha adoptado su institución para hacer frente a la pandemia. Fundada en 2003, la UIEM es la pionera de las universidades interculturales. Actualmente cuenta con mil 640 estudiantes, distribuidos entre dos planteles: el principal en San Felipe del Progreso y el otro, en Tepetlixpa, Estado de México.
¿Qué medidas ha tomado su institución desde que se anunció la suspensión de clases en marzo?
Primero, se creó un grupo de instituciones en el estado que tienen carreras de salud y en esas se empezaron a definir protocolos para enfrentar la pandemia. Precisamente por ser instituciones de educación superior que tienen alumnos en hospitales y centros de salud, un primer ejercicio fue establecer un diagnóstico de cada uno de ellos y de su círculo cercano. Me refiero a qué actividades se venían desarrollando con la Secretaría de Salud, verificar que no estuvieron en zonas expuestas y que contaron con capacitación y protección física, como caretas y cubrebocas.
Lo que sí logramos es que al mismo tiempo que capacitaron al personal de salud, capacitaron a nuestros alumnos, y eso trajo como resultado que no hemos tenido un solo deceso, afortunadamente. Incluso hubo algunos pronunciamientos en diversas instituciones de retirar a los alumnos de los hospitales. Nosotros estuvimos muy cerca al sector salud y se llegó al acuerdo de tomar todas las medidas necesarias, pero los alumnos sí estuvieron apoyando a estas unidades, porque lo que faltaba eran manos. Todos nuestros alumnos sin excepción mostraron su disposición para estar desarrollando sus actividades.
Un segundo tiempo fue el académico. En cuanto a los alumnos, [implicó] verificar cómo era su récord académico hasta si tuvieron o no internet o cómo podrían seguir sus clases. Las zonas en donde estaban, con quienes estaban viviendo, porque por el tipo de institución, muchas personas vienen de comunidades. Entonces rentan o se trasladan a casas de familiares y están fuera de su seno familiar. Al presentarse la pandemia, tuvieron que regresar a su comunidad. Se enfrentaron a una realidad que no tenían prevista y esto redunda en la cuestión académica.
En cuanto a nuestros docentes, la realidad es que no todos estuvieron familiarizados con el desarrollo de materiales y programas en medios electrónicos. Tenemos un profesor de tiempo completo que hace funciones de tutor de grupos completos y tiene las listas de los alumnos, con domicilios, teléfonos, etcétera. Este primer ejercicio de actualización fue básico y fue una herramienta fundamental para poder diagnosticar con qué elementos podría contar el docente. Optamos por certificar a 100 por ciento de los docentes en la elaboración de materiales pedagógicos y en el manejo propio de los instrumentos o tecnologías que podrían servir para transmitir sus conocimientos. Sí fuimos un poco estrictos en cuanto a que no era algo opcional. Si quieres ser maestro de la intercultural, debes saber cómo manejar herramientas para esta circunstancia que estamos viviendo y cómo elaborar materiales, porque de un día a otro ya no estás en el aula.
Nuestros alumnos en su mayoría no tenían servicio de internet, sus papás se quedaron sin empleo. Hubo inclusive casos extremos en que fallecieron mamá o papá y [los estudiantes] tuvieron que tomar la tutela de sus hermanos. Un problema de esas dimensiones tenía que ser enfrentado con estrategias distintas. Entonces encargamos a todos los directores que, una vez identificado el diagnóstico, fueran a las casas de los alumnos que tuvieron problemas. No sólo nos interesaba el número grueso, sino más bien los detalles de aquellos que no tenían cómo salir para adelante, porque esos eran los que estaban en mayor riesgo de abandonar sus estudios. Entonces platiqué con los directores que, una vez que se tenía el diagnóstico, fueron a diversas casas a tocar la puerta y decirles, “no he tenido respuesta, no tengo apuntado tu teléfono, ¿qué problema tienes?, ¿cómo te podemos ayudar?”.
Un servidor también entró en esta misma dinámica. Lo que uno ve no es nada motivante, es algo que inclusive deprime un poco. Pero también hace que se nos mueva esa parte humana en el sentido de que no podemos calificar simplemente saben o no saben, sino tenemos que ser aún más empáticos con los alumnos y buscar el cómo sí pueden adquirir el conocimiento y cómo pueden enfrentar la pandemia.
¿Qué tipo de estrategias adoptaron para superar estas limitaciones?
Doy el ejemplo de vinculación. Cada ocho días en promedio tienen que salir a comunidad, porque así es el perfil de egreso. Eso se hizo aún más enfático y se hizo en la comunidad primaria, que es su casa con sus familiares. Entonces los estudiantes de Desarrollo Sustentable empezaron a hacer sus prácticas en huertos improvisados en sus casas. Los de Enfermería empezaron a capacitar a sus propios familiares sobre cómo lavarse las manos, por ejemplo, que es algo tan simple, o cómo fabricar gel.
Una vez que salvaguardamos la salud, nos fuimos a lo académico. A hablar con los maestros y convencerlos de que tenían que ser más flexibles en la forma de calificar o evaluar o transmitir sus conocimientos. No se podría lograr si no sufrían ellos mismos la consecuencia de las limitaciones, porque estas certificaciones se daban con los maestros en sus casas. La capacitación previa, que duró como cuatro semanas, fue con el auxilio del internet. Pero ahora el maestro veía que «a esa hora están conectados mis hijos», o «a esa hora se va la luz». Y esa experiencia amarga, de tener que vivir en carne propia lo difícil que es aprender utilizando el teléfono, por ejemplo, hizo que se sensibilizaran aún más.
La tercera acción que tuvimos que implementar fue ampliar nuestro ancho de banda en la propia universidad y comprar equipo e identificar aquellos alumnos que no lo tenían. No para regalar, como en algunas otras universidades, porque nuestras circunstancias son distintas, pero sí para facilitarles la ayuda en cuanto a que «tengo esta laptop que es del maestro que te la presta para que puedas en ciertos horarios bajar toda la información si no tienes internet» o «acude a tal horario a la universidad, no va a haber nadie más que tú bajando la información, y vas a poder desarrollar esta actividad».
¿De qué porcentaje de estudiantes sin internet hablamos?
Podemos decir que no tenían acceso de plano a internet en un 27 por ciento, a diferencia de WhatsApp, que es un porcentaje bastante superior. El porcentaje de aquellos que tenían un excelente servicio no rebasaba un 10 por ciento. Había una gran franja de cómo le teníamos que hacer para transmitir conocimiento. La identificación de quién iba atrasado, quién tenía problemas de conectividad, se hizo de uno a uno de esos mil 640 alumnos. Identificamos 52 casas en donde no teníamos absolutamente nada, ni podíamos hablar con ellos. Entonces no tenía de otra más que ir al domicilio que teníamos registrado.
¿Y cómo fue la reacción al llegar a estas casas, como en su caso?
Me gustaría transmitirle un ejemplo de una alumna que visité en el municipio de Jocotitlán, que está a 40-45 minutos del plantel de San Felipe. La casa que visité era de una alumna que estaba estudiando Salud intercultural y que tenía un problema de cáncer de manera congénita. Vivía con mamá y cinco hermanos, porque no había papá. Ellos dormían en una sola habitación, tenían una sola silla. Para la visita del rector, pedían prestadas sillas. Tenían una pequeña tele, pero los alumnos eran de distintas edades y no les alcanzaba para el nivel básico. Ella ayudaba a su mamá a vender unas cosas que un pariente que está en Estados Unidos les enviaba. ¡Ah!, y sin estufa. Esta familia había adoptado a una abuelita que estaba en silla de ruedas, que no tenía la función visual. Todo este cuadro es lo que teníamos con ella. Afortunadamente, continúa estudiando. Los maestros van a su casa y dejan los materiales. Ese es un ejemplo de lo que vivieron los directores.
¿Han tenido muchos alumnos que se han dado de baja a causa de la pandemia?
Tenemos 11 por ciento de deserción, pero traíamos un porcentaje mayor cuando estábamos sin pandemia que ahorita. Aún en esos casos estamos haciendo un esfuerzo para que no sean bajas definitivas sino temporales. Y créeme que seguimos y seguiremos haciendo el máximo de los esfuerzos.