El pasado 29 de enero concluyó la trigésimo sexta edición del Foro Económico Mundial (FEM) celebrado en Davos, Suiza, bajo los auspicios de la organización del mismo nombre y con la presencia de más de dos mil participantes, entre jefes de Estado y de gobierno, funcionarios gubernamentales, representantes de organismos multilaterales, líderes sindicales, organizaciones no gubernamentales, académicos y medios de comunicación. Como cada año, debido a la propia naturaleza del FEM, la principal representación se concentró en el sector de propietarios y ejecutivos de las grandes empresas mundiales.
La creación del FEM se remonta a 1971. Su fundación se debe a la iniciativa de Klaus Schwab, entonces profesor de administración de empresas en la Universidad de Ginebra, quien tuvo la visionaria idea de estructurar un espacio de encuentro entre líderes del sector empresarial, el gubernamental y el académico. Tanto y tan bien pegó la idea de Schwab, que hoy por hoy el FEM, como organización y como ámbito de interlocución, ocupa un lugar de primera importancia en la configuración y en el discernimiento de las tendencias de la economía en general y de los flujos de comercio internacionales, en particular.
Los críticos del FEM hacen notar, con justificadas razones, que el organismo y sus actividades están principalmente al servicio de los intereses de las corporaciones multinacionales y de la agenda económica neoliberal. El fundamento de esta crítica radica en las condiciones de membresía y cuotas que determinan la paticipación de los empresarios en el Foro.
Las aproximadamente mil compañías privadas participantes pagan una cuota de membresía del orden de $12,500 dólares por año y $6,500 dólares por inscripción al evento anual. Sin embargo, para participar en la definición de la agenda del FEM y su reunión, en calidad de "socio institucional", las corporaciones deben erogar aproximadamente un cuarto de millón de dólares como cuota anual y cerca de cien mil dólares para el meeting de enero.
De este modo, el FEM reporta ingresos anuales superiores a los cien millones de dólares, de los cuales una tercera parte por cuotas de las empresas. Aún así, el FEM se define como un organismo de carácter no lucrativo y no gubernamental cuya fortaleza radica principalmente en su poder de convocatoria y en su capacidad de difusión de la agenda global y las agendas regionales.
Este año el lema del evento FEM se formuló en la expresión "el imperativo creativo". Mediante la organización de una multiplicidad de coloquios, talleres, mesas redondas, conferencias y otras informales, se buscó abordar la necesidad de soluciones innovadoras a los grandes desafíos globales: el cambio climático, la persistencia del hambre y la pobreza, la corrupción y la seguridad. Especialmente se planteó la necesidad de nuevas alianzas entre los sectores público y privado para atender la agenda social y para enfrentar los problemas que se definen como "riesgos globales".
Ante tal agenda, y como era de esperarse, el tema del desarrollo científico y tecnológico, entendido como una vía indispensable para la innovación, el crecimiento económico y la sostenibilidad ambiental, ocupó un lugar privilegiado y recurrente en los espacios de discusión. Una y otra vez se subrayó el carácter crucial de las inversiones en este terreno, tanto del sector público como de las empresas, así como el imperativo de construir nexos y puentes entre dichos sectores mediante fórmulas de vinculación que acerquen sus respectivos enfoques y necesidades y que construyan programas de investigación, innovación y desarrollo con la perspectiva común de mejorar el acceso social a los bienes globales: alimentación, salud, cultura, bienestar....
Otro tanto puede decirse sobre la discusión sobre el estado de la educación a escala planetaria. En una sesión especial, y en varias otras dedicadas a temas colaterales, se repitió la necesidad de impulsar reformas educacionales que aproximen el currículum básico y el especializado a los nuevos enfoques y dinámicas del mercado y de los sectores de producción de bienes y servicios. Es decir, currículum basado en competencias, flexibilidad, adaptabilidad, y formación de capacidades de aprendizaje en vez de la sola memorización de contenidos. Además, por supuesto, aprovechamiento de tecnologías digitales para la enseñanza y el aprendizaje.
¿Rollo? Sí, claro, pero rollo con poder de influencia. Si en un foro como el de Davos se hace hincapié en la urgencia de consolidad capacidades de investigación científica y tecnológica, desarrollar medios que faciliten la innovación y la creatividad, y mejorar cualitativamente los sistemas de educación y formación profesional, la lectura desde los países que aspiran a formar parte del mundo desarrollado debiera ser, precisamente, definir las políticas públicas y encauzar los medios financieros que permitan construir y encauzar tales capacidades en el plano nacional y con proyección internacional. En este sentido, el consenso de Davos abre un escenario potencialmente favorable para la academia, desde luego a condición de que la autoridad gubernamental lo entienda y lo atienda con prontitud y eficacia.