Brasil está de moda. Por haber obtenido las sedes del próximo Mundial y la siguiente Olimpiada, pero no sólo por ello. Se manifiesta, aún el escenario de crisis, como una economía capaz de competir en el terreno de la competencia global al contar con renovadas capacidades productivas en áreas tales como petroquímica, industria de alimentos, aeronáutica, combustibles alternativos, genómica, microelectrómica, software, entre otras.
En buena medida el potencial brasileño en la economía del conocimiento se debe a una agresiva política de desarrollo científico y tecnológico, acompañada, como debe ser, de la renovación de instrumentos de modernización y cambio en el sector de la educación superior. Al día de hoy, el sistema universitario brasileño produce tantos doctores al año como el resto de Latinoamérica. Una sola universidad, la de San Paulo, genera anualmente tantos doctores como los que produce en, el mismo periodo, el sistema de educación superior de nuestro país.
No es coincidencia que los rankings internacionales basados en indicadores de productividad académica reconozcan el avance de la universidad pública brasileña. La más reciente edición del Academic Ranking of World Universities, elaborado en la Universidad Jio Tong de Shanghai, reconoce entre las mejores instituciones de educación superior de la región latinoamericana a media docena de universidades brasileñas, mientras que de México sólo se destaca la UNAM y de Argentina sólo la Universidad de Buenos Aires.
Algo se está moviendo en la escena brasileña que explica el acelerado paso de innovación y consolidación de la investigación científica, el desarrollo tecnológico y la educación superior. Ya se ha comentado: Brasil, hoy por hoy, cuenta con la mayor inversión relativa de recursos en el sector de ciencia y tecnología, cerca de 1.5% de su Producto Interno Bruto, casi el triple de la porción de producto que en México se destina a esas actividades y, asimismo, el triple del promedio latinoamericano. No es extraño, por lo tanto, que estén consiguiendo despegar en industrias intensivas en el uso de recursos, humanos y de infraestructura, con un alto componente tecnológico.
En el ramo de la educación superior hay, asimismo, movimiento. La más reciente iniciativa se deriva de la puesta en operación de un proyecto denominado “Programa de apoyo a los planes de reestructuración y expansión de las universidades federales” (REUNI). Este programa fue aprobado en abril de 2007, en el marco del Plan de Desarrollo de la Educación correspondiente al segundo mandato de Luiz Inácio da Silva, Lula (2006-2012).
El REUNI presenta líneas de continuidad con proyectos emanados tanto de la administración de Fernando Henrique Cardoso, como con la política de educación superior del primer periodo de Lula. Contiene, sin embargo, novedades interesantes, entre las que destaca la programación de metas e indicadores de mediano y largo plazo, así como un esquema de presupuesto multianual que garantiza el respaldo financiero al proyecto en lo que resta de la actual administración.
El objetivo general del REUNI, así como las directrices para la presentación de proyectos institucionales para participar en el programa, constan en el Decreto Presidencial 6.096 (24 de abril 2007) y se regulan en las disposiciones normativas complementarias de la Portaria 552 del ministerio de educación (25 de agosto 2006). Como política pública, el REUNI se propone “crear condiciones para la ampliación del acceso y la permanencia en la educación superior (nivel de grado), para el aumento de la calidad de los cursos y para un mejor aprovechamiento de la estructura física y los recursos humanos existentes en las universidades federales, con respeto a las característica particulares de cada institución y estimulando la diversidad del sistema de enseñanza superior.”
El decreto ley correspondiente (véase en: http://www.planalto.gov.br/ccivil_03/_Ato2007-2010/2007/Decreto/D6096.htm) fija las siguientes directrices generales: reducir la deserción escolar universitaria; incrementar la matrícula, especialmente en el turno vespertino; ampliar la movilidad estudiantil a través de la flexibilización del currículum de los programas de grado; actualizar la estructura académica favoreciendo proyectos de calidad; diversificar las opciones de titulación; ampliar las políticas de inclusión y asistencia estudiantil; articular los programas de grado tanto con el nivel de posgrado como con la educación básica.
El programa fija, para el periodo 2007-2011 dos metas globales: alcanzar una tasa de eficiencia terminal en programas de grado de al menos el noventa por ciento; alcanzar una proporción (máxima) de 18 estudiantes por profesor en los cursos presenciales.
Para el fondeo del programa se estableció un programa multianual de inversión en infraestructura y bienes de capital, así como las previsiones salariales del personal que se estima será contratado (véase cuadro). El programa se propone apoyar los proyectos que sean presentados por las universidades federales y coincidan con los objetivos y metas establecidas en la política pública.
A primera vista, este programa guarda similaridades con nuestro Programa Integral de Fortalecimiento Institucional (PIFI) y con los fondos de consolidación y ampliación de matrícula aprobados por el Congreso. ¿En qué se diferencian? Lo vemos la próxima semana.