Se titula así, aunque entre comillas, el nuevo libro de Etty Estévez Nenninger, destacada investigadora educativa de la Universidad de Sonora. Lleva además el subtítulo, muy formal y académico, de Pensamiento de académicos y cultura institucional en la Universidad de Sonora: significados de una política pública para mejorar la educación superior en México, y ha sido publicado por la ANUIES en la renovada colección Biblioteca de la Educación Superior (México, 2009, 318 pp.).
La obra es producto de una investigación original sobre académicos de tiempo completo de la Universidad de Sonora; su versión inicial, algo más extensa, fue preparada como tesis doctoral en el Departamento de Investigaciones Educativas del Cinvestav, en la dirección de Sylvie Didou. La versión en libro, además de una depurada corrección de estilo, se acompaña de un prólogo, bueno como siempre, de Manuel Gil Antón.
Me gusta de esta obra —y por ello la recomiendo ampliamente— que la autora plantea interrogantes simples y directas, pero las aborda con la complejidad teórica, analítica y empírica que amerita el tema. La primera pregunta, la más general y ciertamente la de mayor interés, está presente en el apartado introductorio: “se desconoce hasta dónde las universidades que ahora tienen altos índices de profesores con título de posgrado han mejorado el desempeño de sus funciones (...) ¿Qué piensan los académicos sobre los efectos de esta políticas en el trabajo académico y qué cambios han ocurrido en las instituciones educativas frente a esta búsqueda desenfrenada por encontrar pepitas de oro de la excelencia educativa?” (página 19).
Con esa interrogación en mente, la autora aborda y documenta dos temas preliminares. El primero sobre la trayectoria y modalidades de las políticas de educación superior enfocadas al mejoramiento del perfil académico de la planta docente universitaria. Repasa en su trabajo las condiciones de surgimiento, las características y el devenir de programas tales como el SUPERA, el Promep, los programas institucionales de estímulo a los académicos (en particular el de la Universidad de Sonora) y los programas respectivos a cargo del Conacyt. Tal recorrido le permite reconocer los trazos y la centralidad de la política pública encaminada a fomentar la posgraduación del personal académico.
El segundo tema responde a la pregunta ¿qué sabemos sobre los efectos de tal política en términos de sus propios supuestos? Luego de revisar la bibliografía sobre casos mexicanos, la autora concluye que la investigación ha develado aspectos de gran interés como, por ejemplo, las distintas valoraciones de los académicos sobre el posgrado, los efectos de esta política en las comunidades académicas o el propio comportamiento de los profesores que han optado por esa vía de superación. Sin embargo, poco se conoce aún como para afirmar si un mayor número y proporción de profesores con título de maestría o doctorado ha coadyuvado, en efecto, a la formación de sus estudiantes.
A partir de ese punto, la obra considera una cuestión fundamental: si, como se sabe, la planta académica es heterogénea en muchos aspectos (sexo, edad, trayectoria escolar y académica, disciplina de adscripción, entre otros), ¿hasta qué punto esta diversidad condiciona las posibilidades de traducir la formación académica alcanzada (concretamente el doctorado) en mejores prácticas para la investigación y la docencia?
Así planteada la cuestión, la autora construye una trama conceptual que, desde mi punto de vista, es la aportación más relevante en su investigación. En vez de individualizar el problema, resaltando, por ejemplo, las características personales de la planta académica, Estévez identifica una agencia intermedia entre la institución y el individuo: los grupos académicos que se forman a partir de afinidades disciplinarias o bien por adscripciones institucionales específicas. Como las distintas disciplinas promueven roles de desempeño diferenciados, entonces la disposición individual se ve moldeada por un ethos profesional específico.
En el tipo ideal construido por la autora, las distintas áreas disciplinarias (ciencias duras, humanidades, tecnologías, ciencias sociales) proponen modelos de desempeño profesional claramente diferenciados. Para las ciencias duras, por ejemplo, la obtención de un posgrado no es sólo un rasgo deseable de la formación académica, sino un requisito de entrada a la comunidad relevante. Muy distinto es el caso de las disciplinas profesionales o aun de las ciencias sociales y las humanidades.
Por lo tanto, sugiere Etty Estévez, la adscripción disciplinaria, modulada por las condiciones institucionales en que dicha adscripción se convierte en práctica profesional, puede dar lugar, ante el mismo estímulo (en este caso los incentivos para obtener el posgrado) a auténticas posibilidades de desarrollo, al cumplimiento formal de un nuevo requisito o a la simple y llana simulación.
Una vez explorado el campo, mediante entrevistas y observación, la autora llega a resultados también interesantes. Prueba que, en efecto, las culturas disciplinarias e institucionales tienen un peso importante sobre la motivación y, en su caso, aprovechamiento de las oportunidades abiertas por la política de posgraduación del personal académico. Prueba también que, para algunos, ha sido académicamente irrelevante, aunque laboralmente ventajoso, la participación en este programa. Ambas situaciones son justamente las predichas en el modelo teórico. Sin embargo, encuentra también casos en que los factores de predicción fallan, es decir, que hay matices e incluso comportamientos paradójicos.
“Lo doctorado no quita lo tarado”, expresión recogida por la autora de un profesor en la etapa de entrevistas, trae un eco antiguo: per natura non da Salamantica non presta, dicen que se decía.