A la memoria de Carlos Monsiváis
Dedico este texto a Carlos Monsiváis porque me duele su muerte. Entre otros motivos, la siento porque él siempre se preocupó por los jóvenes; la denuncia de las injusticias y la lucha contra la desigualdad siempre lo apasionaron. En una entrevista que le hicieran con motivo de la celebración de su cumpleaños 70, el 4 de mayo de 2008, declaró que se sentía deprimido por la situación del país y, en especial, por las cosas que están ocurriendo a los jóvenes en México. Tal vez entre las peores cosas están las que abordo en este texto: la inseguridad y la violencia física, que ahora sucede cotidianamente incluso en los espacios educativos. Las escuelas, incluidas las universidades, han perdido su capacidad de cumplir una de las misiones específicas que les asignó la sociedad moderna: brindar a la juventud un espacio con sentido protector y de amparo.
En recientes fechas, las noticias sobre lo que pasa en las escuelas han ganado lugar en los medios vinculadas al género policial. Ya no es raro que en los periódicos, en la televisión y otros medios se divulguen acontecimientos violentos acaecidos en instituciones educativas, que se publiquen hechos como riñas entre alumnos armados, disputas entre adolescentes y jóvenes, discriminación por parte de compañeros y profesores y hechos graves de docentes agredidos por los propios estudiantes o hasta por los padres. Y lo más terrible: ahora se está volviendo frecuente que jóvenes estudiantes sean victimados, ahí mismo en los campus o en sus cercanías, por grupos organizados del crimen, la delincuencia y el narcotráfico.
Si para ilustrar las percepciones que sobre la violencia en la escuela hay entre la juventud mexicana se recurre a los datos generados por la ENAJUD 2005 aparece, con toda claridad, el problema. El cuestionario de esta fuente estadística pidió a los y las jóvenes que marcaran “mucho”, “algo”, “poco” o “nada” como respuesta a la pregunta “y en la escuela donde estudias o donde estudiaste por última vez, ¿qué tanto había…?” : “violencia entre compañeros”, “violencia de los maestros a los alumnos”, “violencia en la colonia donde está la escuela”, “violencia de alumnos a maestros”, “venta de drogas”, “consumo de drogas” e “inseguridad y delincuencia”. En todas las opciones los resultados indican que hay violencia en las escuelas, destacando el rubro “violencia entre compañeros” (el conocido bullying) como el más frecuente. Cabe resaltar que entre los y las jóvenes que cursan o cursaron carreras técnicas la percepción de violencia escolar, en todos los rubros, es mayor respecto de los y las que estudiaron otras opciones educativas.
Con particular interés presento los datos que sobre violencia escolar se desprenden del procesamiento de la Encuesta Nacional de Alumnos de Educación Superior (ENAES) ciclo 2008-2009. En este caso, la pregunta sobre la ocurrencia de robos, asaltos y agresiones en la escuela o en el campus no se planteó desde las percepciones, sino sobre hechos acaecidos durante los recientes seis meses, indagando sobre la ocurrencia al mismo joven o a sus compañeros. Las respuestas a esta pregunta permiten afirmar que las condiciones estudiantil y juvenil que en la actualidad se están construyendo en las instituciones mexicanas de educación superior, se encuentran atravesadas por experiencias violentas. Resulta que más de la quinta parte del total de estudiantes del subsistema de educación superior en México respondieron con un “sí”, rotundo, a tal pregunta. Vale decir que si bien la situación de violencia parece un poco más tenue en las instituciones privadas, el indicador también es cercano a 20 por ciento. Y, al observar la información, distinguiendo por regiones, aparece que en las instituciones educativas del norte y del centro-occidente los sucesos violentos contra estudiantes son más frecuentes que en las ubicadas en las regiones del centro metropolitano y del sureste.
Una vez escrito lo anterior presentando datos duros, como he dedicado este texto a la memoria de Monsiváis, ahora recurriré al sarcasmo y la ironía que tanto lo caracterizaron. Es preciso advertir que en este México que hoy vivimos a “alguien” se le puede ocurrir que lo que se debe hacer para erradicar la violencia en los espacios educativos es emprender combates y hasta la guerra. Prevengo que si en estos espacios comienzan a aparecer policías y militares, entonces para asistir a la escuela o a la universidad ¡habrá que encomendarse a Dios y, si se tiene dinero, contratar a un guardaespaldas! (así lo dijo Monsiváis). Y termino el texto con una anécdota estadística, que viene al caso por la fiebre futbolera que hoy hay en el mundo, particularmente en México, debido al Mundial que está aconteciendo en Sudáfrica: una quinta parte de los alumnos de instituciones mexicanas de educación superior declara que la escuela a la que asisten no cuenta con canchas, gimnasio o espacio para hacer deporte. Entre los que contestaron que sí las hay, 42.3 por ciento opina que no son suficientes para el número de alumnos de la escuela y 72 por ciento no las utilizó la semana pasada, entre otros motivos, porque no son adecuadas o no están en buen estado o porque considera que es peligroso utilizarlas. Sirvan estos datos anecdóticos para reflexionar lo que debe hacerse para erradicar la violencia en las escuelas y universidades. Que no nos engañen: la violencia en el país no es de ahora, ha venido incubándose como resultado, entre otras cosas, de una distribución del presupuesto público que margina la inversión en programas sociales, particularmente en educación. La realidad es que la distribución del presupuesto público, así como la forma de su integración, es la medida para conocer claramente qué preocupa y a quién sirven los gobiernos. Por lo que se aprecia en México, la atención a la juventud, a sus necesidades y anhelos, hoy, están lejos de ser prioridades.