La crisis financiera global desencadenada a partir de 2008 se ha prolongado más allá de la previsión temporal originalmente anticipada, ha contagiado a varios sectores de la “economía real” y amenaza con tener expresión en una serie de ciclos cortos de recesión-recuperación de alcance nacional y regional. Así, más que una crisis meramente coyuntural, el fenómeno económico con que da inicio la segunda década del siglo XXI, cobra el perfil de una auténtica crisis en la cual convergen los riesgos de inestabilidad financiera, debilitamiento de las bases productivas, retraso tecnológico, entre otros.
Uno de los efectos de la crisis, de consecuencias sociales más relevantes, ha sido el deterioro de las condiciones para la generación de oportunidades de empleo. En los años recientes se ha incrementado, a escala global, el número y la proporción de individuos en condición de desempleo abierto y disminuido notablemente el segmento de población que cuenta con una posición de trabajo asociada al otorgamiento de las prestaciones laborales convencionales. Estos fenómenos, que se expresan como una crisis histórica del empleo, afectan con singular intensidad a la población de jóvenes y, más aun, al grupo demográfico situado en la transición del sistema escolar al mundo del trabajo.
A propósito del tema, en agosto del año pasado la Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicó el volumen titulado Tendencias globales del empleo para la juventud, elaborado por Sara Edler, con la colaboración de Steven Kapsos y Theo Sparreboom, en el cual se reportan los principales datos, indicadores y proyecciones acerca de la inserción laboral del segmento demográfico correspondiente al grupo entre 15 y 24 años de edad.
El documento de la OIT confirma, en primer lugar, la tendencia negativa apuntada: en el ámbito mundial, la tasa de participación laboral de los jóvenes decreció de 54.7 a 50.8 por ciento en la década que va de 1998 a 2008. El informe agrega el dato según el cual la proporción de jóvenes empleados en relación con la población total empleada también decreció: de 47.9 a 44.7 por ciento en el mismo periodo. Ambos datos califican al primer decenio de este siglo como una “década perdida” para el empleo juvenil.
Peor aun, se reporta que dentro del conglomerado juvenil se reúne la mayor proporción de trabajadores al margen de las condiciones básicas del “trabajo decente”, término acuñado por la OIT para diferenciar los puestos laborales con un mínimo de prestaciones de las ocupaciones al margen de este estatus. Aunque una proporción de la inactividad laboral juvenil se explica por la permanencia en la estructura educativa, la cantidad de jóvenes excluidos, simultáneamente, de las oportunidades educativas y las laborales es creciente. Los llamado ni-nis representan, de nuevo en la escala global, casi una cuarta parte del segmento demográfico correspondiente.
El efecto específico de la crisis de 2008 sobre el empleo juvenil presenta un perfil preocupante: entre 2007 y 2009 el desempleo juvenil mundial se incrementó en un total de 7.8 millones de jóvenes, de los cuales 1.1 millones en 2007-2008 y 6.6 millones en 2008-2009. Este dato, se destaca en el informe, representa el mayor incremento de desempleo de jóvenes desde hace décadas y confirma la hipótesis de que, en condiciones de inestabilidad económica y laboral, la población juvenil resulta la más afectada.
Además de describir los niveles y condiciones del empleo y desempleo de los jóvenes por regiones del planeta, el reporte de la OIT anota algunos efectos cualitativos de gran interés. Por ejemplo, el hecho de que los jóvenes que se incorporan al mundo laboral en condiciones de recesión obtienen empleo precarios, mal remunerados y escasamente adecuados a su formación escolar. Esta circunstancia provoca, con consecuencias de largo alcance, una percepción singular sobre las precarias y desventajosas condiciones del medio laboral formal. La inserción laboral tiende entonces a relativizar su importancia en los proyectos de vida y sobre las expectativas de desempeño de las nuevas generaciones.
Visto así, las dificultades para encontrar trabajo o, aun logrando una inserción laboral, las escasas expectativas de un desempeño satisfactorio, presionan negativamente sobre la escala de valores referida al medio académico: ¿vale la pena esforzarse tanto en la escuela si al final del día las esperanzas de realización ocupacional se ven frustradas por las condiciones reales del contexto? Esta pregunta, seguramente fraseada en otros términos, está presente sin duda en la percepción de los jóvenes que hoy acuden a los centros escolares. Brindar una respuesta realista y renovada constituye un imperativo no sólo económico y social, también cultural.
En México, como se sabe, también el desempleo juvenil presenta tendencias de crecimiento inescapables. Aunque en el pasado año, según fuentes oficiales, se logró remontar el número de empleo perdidos durante la crisis de 2008-2009, lo que no se consiguió es generar el número de puestos de trabajo requeridos para satisfacer la demanda de empleo, en particular la demanda de nuevas colocaciones. El déficit es creciente y representa ya uno de los desafíos centrales para cualquier oferta de renovación económica, política y social del país.